Peces deseosos de los anzuelos de Dios

jueves, 3 de septiembre de

 

La escena de la pesca milagrosa nos resulta bien conocida, pero la solemos tener incorporada como si estuviera en todos los evangelios y la verdad es que sólo está en Lucas y en Juan. Y Lucas es el único que junta el llamamiento con la pesca milagrosa. Tratemos de “ver” con qué intención lo hace, qué es lo que desea destacar del llamamiento.

En los otros dos sinópticos Jesús llama directamente a los pescadores amigos: “¡Síganme!”. En Lucas no los llama: ellos lo siguen libremente, atraídos se ve, de manera irresistible por el Señor que les ha regalado una pesca milagrosa. Tal es la atracción que dejan la pesca, no sólo las barcas y las redes.

La clave está en la frase con que el Maestro le quita los miedos a Simón Pedro. Notamos que Lucas adelanta aquí el doble nombre, siendo que Jesús se lo dará recién en el capítulo 6 cuando “elija a los doce”. Y lo adelanta porque adelanta también la confesión de Fe de Pedro: ese “Aléjate de mí que soy un hombre pecador”.

Jesús le responde a Simón Pedro con un “No temas. De ahora en adelante serán hombres lo que pescarás”.

Meditando en esta frase le preguntaba al Señor por qué “pescar hombres” quita el temor y “cómo se pesca a los hombres”. Con mucho consuelo sentí que a un hombre se lo pesca atrayéndolo de manera tal que él mismo se ofrezca.

Jesús nos pesca aceptando que lo abandonemos todo y lo sigamos, incorporándonos en su misión de Pescador.

Desde esta perspectiva, vemos que Lucas ha construido toda la escena como una pesca de hombres: la pesca de los primeros discípulos, que serán los primeros de esa larga cadena de anzuelos, con los cuales los últimos que hemos sido pescados somos nosotros.
¿Cuáles son los pasos de esta “autopesca”, de esta pesca en que el Pescador no atrapa sino que atrae y el hombre mismo muerde líbremente el anzuelo y se va tras el Pescador?

 

La iniciativa la tiene el Señor, por supuesto. El evangelio nos dice que, estando en acción, en medio de la gente que se agolpa y escucha la Palabra, Jesús ve dos barcas y a los pescadores que estaban limpiando las redes. Decide subirse a una, la de Simón, pero ya ha visto también la otra, que luego se incorporará a la pesca para dar una mano.

Y el morder el anzuelo se va dando por pequeños sí por parte de los hombres pescados.

 

Sí al Señor que se va “metiendo”

El primer sí de Simón Pedro se da cuando acepta que el Señor suba a su barca.

 

Sí al Señor que pide por favor

El segundo sí es de obediencia al ruego de Jesús cuando le pide que tire un poco para atrás la barca para poder predicar a la gente sin que se amontone a su alrededor.

Estos primeros sí se dan sin palabras. Son un aceptar que Jesús entre en nuestra barca, que se vaya metiendo en nuestra vida, en nuestras cosas de trabajo.

Jesús siempre tiene la iniciativa: unas veces activamente, como cuando entra en los pueblos, mira y se acerca (Zaqueo), da pie a una conversación (la Samaritana), sube a la barca (Pedro); otras veces por atracción, como cuando “pasa” (Bartimeo), o es señalado por otro (Juan a los primeros discípulos)…

Recibir al Señor que viene y llamar al Señor que pasa son las primeras actitudes de la fe que es un querer confiar, un querer que nos pesquen.

 

El primer anzuelo, el primer gancho, siempre lo pone Jesús.

 

Y el Padre hace que sintamos el impulso a recibir al Señor en nuestra barca, en nuestra casa.

Pero hay gente que ya viene cultivando las ganas de dejarse pescar, hay peces atentos al anzuelo –deseosos de los anzuelos de Dios- no solo pescadores atentos a los peces.

 

 

Sí al Señor que manda

El tercer sí, Simón lo dará pero haciendo notar que lo hace por el Señor: “en tu palabra”, “por que Vos lo decís”. Es un sí más personal, un acto de fe, de confianza plena en la persona del Maestro, aunque a Pedro en el fondo le parezca que el Señor no conoce su profesión de pescador.

 

Lo que le pidió primero le implicó a Pedro dejar lo que estaba haciendo, que era limpiar las redes, y poner su barca a disposición del Señor.

El segundo pedido ya fue una orden: “Conduce la barca mar adentro y echen las redes para la pesca”. Este sí implica hacer lo que el Señor manda. Y lo que manda (como en Caná) no siempre es muy lógico ni fácil.

 

El cuarto sí de Simón Pedro es un sí de adoración, bajo la forma de una confesión de la propia indignidad. “Alejate de mi que soy un hombre pecador”. Simón Pedro confiesa la distancia infinita que hay entre él y el Señor. Al mirar maravillado lo que ha ocurrido, alza los ojos de la pesca y del trajín en que están todos metidos y se tira de rodillas a los pies de Jesús.

¡Le dice “aléjate” pero acercándose! Eso es la “autopesca”. La pesca por atracción. Jesús ya no necesitará mandarle, Simón le toma el gusto a ofrecerse y el Señor irá confirmando y corrigiendo sus “acercamientos en la fe y en la entrega total”.

Eso será “pescar hombres”. Un proceso en el que, enganchándonos nosotros líbremente en su anzuelo más y más, sin esperar a que nos pida, ofreciéndole qué más quiere de nosotros…, atraeremos a otros al ser atraídos nosotros por Él.

El Señor confirma este modo de proceder, yéndose sin decir nada y aceptando que abandonen todo por él, que se suban a su barca, que lo sigan y le vayan preguntando y pidiendo…

 

Teresita expresaba esto pidiéndole al Señor: “Atráeme a ti y atraeré conmigo a los que amo”.

Sólo puede pescar hombres el que es pescado –el que busca el anzuelo libremente- cada vez de nuevo por el Pescador.

 

Pescamos en la medida en que buscamos ser pescados.

Pescamos en la medida en que recibimos a Jesús en nuestra barca, en cada Eucaristía; pescamos en la medida en que “hacemos todo lo que él nos dice” y “cuándo nos lo dice”, aunque hayamos trabajado la noche o la vida entera sin sacar nada.

Pescamos en la medida en que confesamos nuestra indignidad y distancia infinita acercándonos confiados a Jesús y nos dejamos llamar y misionar de nuevo por Él.

Pescamos en la medida en que “abandonamos” toda pesca ya realizada y lo seguimos más allá, adonde sea que vaya.

Que el Señor nos de la gracia de tomarle el gusto a morder sus anzuelos y que, pescados por él, le atraigamos a muchos otros a su amor.

 

 

 

Diego Fares sj

 

Oleada Joven