Jesús dijo a sus discípulos:”Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: ‘Amigo, préstame tres panes,porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle’,y desde adentro él le responde: ‘No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos’.
Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.También les aseguro: pidan y se les dará,busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente?¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!”.
Palabra de Dios
P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betarrán. Animador y responsable de la Pastoral Juvenil
Una cosa que me parece curiosa de esta Palabra de Jesús es que siempre que escuché prédicas, ponían el énfasis en que éramos nosotros los que caíamos a medianoche y le golpeábamos “la puerta a Dios”. Y Dios, casi con fastidio, después de mucho insistirle, “se levantaba de la cama” y nos concedía aquello que pedíamos.
Yo la leí siempre en otra clave. No somos nosotros los que golpeamos el Corazón de Dios; es Él mismo el que golpea nuestro corazón. Él viene a nuestro encuentro. Él nos busca. Él viene a visitarnos. Y lo hace permanentemente.
Claro, esto nos cambia la imagen de Dios. Ya no es un Dios al que tengo que “molestarlo” a medianoche para que por cansancio me conceda una gracia o un favor. Ese Dios en realidad no existe. Es la triste caricatura que muchas veces nos hemos hecho de un Padre-Madre que se desvive por amor, por cada uno de sus hijos.
Somos nosotros los que nos sentimos sorprendidos por un Dios que está emperdernido por ser definitivamente el Dios de nuestros corazones. Es un Dios derretido en caridad. Es un Dios que se “muere de amor” por cada uno de nosotros. Literalmente. Muere por amor.
Y es por eso, entonces que nosotros podemos pedir, buscar y llamar. Porque Dios, en la persona de Jesús, nos pide, nos busca y nos llama primero.
Te invito a pensar en la imagen de Dios que tenés. Porque si Dios es un Dios que se molesta porque lo llamamos, me parece que no es el Dios de Jesús.
Y esto no queda aquí. Todo esto nos lleva a descubrir que si Dios es quien nos pide, nos busca y nos llama primero, nosotros no podemos responder sino con el mismo amor. Y amar a Dios significa amar a los hermanos. No queda otra. La fe es amar al otro.
Jesús, sacanos del encierro de una vida que busca complacerse a sí misma. Danos la valentía de amarnos unos a otros como hermanos.
Amén.