Evangelio según San Marcos 1,40-45

miércoles, 7 de febrero de
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Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes purificarme”. Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”. En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.

Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: “No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio”. Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.

 

 

Palabra de Dios

 

 

 

 


 

P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharrám

 

 

 

El evangelio de hoy nos narra el encuentro de Jesús con un leproso. De él no se dice más nada. Sólo eso. Marcos se refiere a él según su condición: un leproso.

 

Y una de las cosas que más llama la atención, es que no se dice que Jesús lo cura, sino que lo purifica. Esto es porque en época de Jesús se llamaba lepra a cualquier enfermedad o marca de la piel. Por eso no se la considera una enfermedad, sino algo mucho más profundo: una condición de vida.

 

El leproso vivía fuera de las ciudades, marginado y excluido, generalmente en cuevas, y tenía que colgarse una campana al cuello y gritar: “leproso soy”.

 

El leproso del evangelio de hoy es tomado como alguien absolutamente anónimo. Y su lepra le viene dada no por una enfermedad, sino como consecuencia del pecado. “Algo habrá hecho”; “alguno de sus padres o antepasados habrá pecado”. Y esto lo define terminantemente: es un leproso, es un pecador.

 

Jesús no pasa de largo, sino que ante el pedido del leproso lo purifica. No lo cura, porque no hay enfermedad. Lo purifica.

 

Y esta purificación es mucho más honda y profunda de lo que uno puede pensar. Jesús al purificarlo, lo sana internamente y le cambia la mirada, tanto a él como a los demás: a partir de ahora su vida no será el mero anonimato de una impureza social, sino el protagonismo de una vida vivida con nombre y apellido; una vida no más marginal sino una vida integrada; un vida vivida desde lo autenticidad de lo que se es y no desde el prejuicio que se toma.

 

Nosotros podemos pensar en nuestra propia vida. ¡Cuántas veces nos hemos sentido anónimos! Sin embargo, hacemos experiencia de un Dios Amor que en Jesús nos saca de ese anonimato: para Dios, nosotros tenemos nombre. Y algo mucho más profundo: ¡somos dignos! Nos basta sabernos hijos e hijas de Dios para saber que nuestra vida vale y que estamos llamados a descubrir y desarrollar la grandeza de mi propia originalidad y vocación, del verdadero manantial que habita lo profundo de mi ser, desde la pasión viva y verdadera que motoriza mi vida y la lleva a soñar a lo grande.

 

Muchas veces corremos el riesgo de pensar que Dios lo primero que mira del hombre es su pecado, su error, su impureza, su situación de irregularidad canónica, si va a misa los domingos o si cumple con reglas o mandamientos. Nada de eso tiene que ver con el Dios que anuncia Jesús: lo primero que brilla a los ojos de Dios es que nosotros somos sus benditos hijos. Todos. Y no solamente algunos. Todos los seres humanos somos dignos por proceder de un mismo Padre Dios.

 

Vivamos así entonces, con total libertad. Hagámonos cada vez más libres para poder amar y amarnos los unos a los otros. Y salgamos al encuentro de esa multitud de hermanos y hermanas que por uno y otro motivo no se sienten dignos, se sienten “cristianos de segunda”, se sienten alejados, excluidos, marginados. ¡Anunciémosles a Jesús! Y dejémonos encontrar por su dolor, su sufrimiento, su exclusión, su marginalidad existencial.

 

Seamos Iglesia. Esa, que Jesús sueña, caminando en la historia, apurando la llegada del Reino.

 

Que tengas un lindo domingo lleno del Amor de la Pascua de Jesús y será si Dios quiere hasta el próximo evangelio.

 

Oleada Joven