Evangelio según San Juan 2,13-25

miércoles, 28 de febrero de
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Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: “Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”. 

 

Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”. Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Los judíos le dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él se refería al templo de su cuerpo.

Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado. Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.

 

Palabra de Dios

 

 

 

 


 

P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharrán.

 

 

 

El evangelio de hoy nos regala este pasaje en donde se ve que Jesús echa a los mercaderes del Templo. Fascina la escena. Incluso puede hasta desconcertar: Jesús, rey de la paz, saca a latigazos a los comerciantes.

 

Lo cierto es que tenemos que rescatar el gran valor simbólico del gesto de Jesús, que aunque no deja de ser algo violento es terriblemente profético. De la misma manera que simbólicamente se refiere al Templo como a su cuerpo y no a la mera construcción de ladrillos, el echar fuera los mercaderes tiene que ver con que la comunidad que quiera seguir a Jesús no puede ser una casa de comercio.

 

Algunos justifican que lo que hacían los cambistas no estaba tan mal. de hecho era algo bueno, dado que vendían los elementos necesarios para las ofrendas y cambiaban las monedas romanas por otras, dado que, porque tenían la efigie del emperador y el emperador era un dios, no eran admitidas en el Templo.

 

Jesús realiza algo inaudito. La expulsión de los mercaderes y cambistas del Templo es signo bien claro de lo que significa la relación del hombre con Dios: no se negocia. Lo que denuncia Jesús con este gesto profético nunca antes visto no es una mera denuncia social sino una profunda denuncia religiosa y existencial. El Templo no es más ni menos que una institución que tiene que favorecer que los hombres se encuentren con Dios y no que se hagan negocios, de la misma manera que el único vínculo admitido por Jesús para relacionarse con su Padre será la escucha atenta de su Palabra y el vivir conforme a su voluntad, no el negociar. Si hay algo que Jesús viene a dejarnos en claro es que todo lo que recibimos de Dios es gratis y gratis tenemos que darlo y ponerlo al servicio de los demás. El principio de la relación con Dios es la gratuidad, no el negocio. Jesús denuncia la religión que absolutiza las Instituciones y automatiza los rituales bajo la sola perspectiva de éxito conforme a lo que yo quiero y a lo que a mí me pasa. Con Dios no se negocia. A Dios se lo escucha, se lo sigue, se lo ama. Si alguien que es completamente ajeno a la mentalidad de la cultura del mercado y el descarte, ese es Dios. Dios no es un “empleado en un mostrador: da para recibir” como pretendía Sui Generis en “Confesiones de Invierno”. Nada de eso. Dios da. Dios es todo dar. Dios es un Dios que se derrite en caridad por cada uno de nosotros y no se deja ganar en generosidad por nadie.

 

Esta Palabra de Vida nos ayuda a cambiar la mentalidad y abrir el corazón a una relación con Dios que no se base en el “pedir para obtener” o “dar para recibir”, sino que nos coloque en el marco de la gratuidad, de saber que hay cosas que por más vuelta que le demos no tienen ni van a tener precio: la vida, la verdad, la libertad, la dignidad de la persona.

 

Y que nos haga pensar en nuestras comunidades y templos. Que tampoco son lugares de comercio. Muchos cristianos “consumen” comunidad. Les gusta sólo ir a misa los domingos y que esté todo limpio, prolijo y ordenado, que de no ser así se lo echan en la cara al cura y a la comunidad entera. Abramos el corazón a la misericordia y “construyamos” comunidad, no porque vamos a demandar y pedir cosas, sino porque nos ponemos la vida al hombro y proponemos, nos encontramos, discutimos y nos amigamos, limpiamos juntos, afrontamos gastos, vivimos en comunidad. Nuestras comunidades serán verdadera casas de oración cuando pasemos del “consumir comunidad” al “construir comunidad”, donde nadie sobra, donde nadie está de más, donde somos todos dignos, donde todos trabajamos, donde recibimos la vida como viene y sin “peros”, donde cada uno pone lo mejor de sí al servicio de los hermanos sin esperar nada a cambio.

 

No negociemos con Dios, dejémonos amar por Él. No hagamos de la Iglesia un comercio que “limpie y purifique” conciencias, seamos constructores de comunidad al servicio de todos los hermanos, especialmente los que sienten la vida y la fe más amenazada.

 

Un abrazo grande en el Corazón de Jesús y será hasta el próximo evangelio.

 

 

 

Oleada Joven