Evangelio según san Juan 15, 9-17

jueves, 3 de mayo de
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Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

 

Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.

No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.»

 

 

Palabra del Señor

 

 

 


 

 

 

 

 

 

Uno de los rasgos más característicos de este evangelio, además del mandamiento del amor, es aquel por el cual Jesús llama a sus discípulos “amigos”.

 

Y empieza entonces una hermosa comparación: la diferencia entre amigos y siervos.

 

Es común que en la época de Jesús existieran siervos y esclavos. Eran los que se encargaban de todos los quehaceres en las casas de los ricos, que eran los que podían pagar el precio de un esclavo. Ciertamente no tenían ningún tipo de igualdad con el señor al que servían. Eran de otra índole social. Por eso dice Jesús que “ignoran lo que hace su señor”. No comparten su destino y son ajenos a lo que pasa en la vida de sus señores y además no son libres de hacer nada. Todo se supedita a la voluntad de su amo.

 

En cambio los amigos son completamente distintos: el amigo está en igualdad de condiciones, comparte la mesa, el destino, las alegrías y las esperanzas. No es el que aparece en lo extraordinario de la vida, sino el que se hace presente en lo sencillo, pequeño y cotidiano del día a día de todos los días. El amigo es la persona con la que se cuenta, en quien se descansa, con quien se puede en definitiva ser libre.

 

Este evangelio entonces nos propone dos maneras distintas de entender a Dios y por eso, sigue siendo revolucionario. Una fe basada en la experiencia de que somos esclavos y siervos de Dios, siendo Dios amo Único de nuestras vidas, será un fe vivida en el mero cumplimiento de normas, leyes, mandamientos, códigos, reglas. Es la fe del “creo porque es así” y no queda más remedio. Es la fe de quien solo puede obedecer a Dios, no por un acto libre de su voluntad sino porque cree que no le queda otra que creer. Es una fe atada que se mueve en el ámbito de un Dios “arriba” y un sujeto “abajo”. Es la fe donde Dios es solo para algunos, un grupo de elegidos destinados a salvarse. Es la fe que rinde culto de manera externa y mecánica. Es la fe del ritualismo vacío, de celebraciones sin contenido existencial, donde Dios no tiene nada que ver con la vida. Es la fe de muchos cristianos que le tienen miedo a Dios, que cumplen los mandamientos, que van a misa y nada más, que se atan a reglas, que se rigen por lo exterior. Es la fe que termina asfixiando la vida. En definitiva es la fe por la cual, a la corta o a la larga, ya no vale la pena creer en Dios.

 

En cambio una fe basada en la experiencia religiosa de saber que Dios, en la persona de Jesús nos llama “amigos” cambia totalmente el panorama. Esta es la fe de un Dios que se pone a la altura del hombre, que se encarna, se hace Pueblo e Historia, se hace frágil y víctima. Es la fe que libera porque no ata, sino que hace posible la libertad. Es la fe en un Dios que no nos manda más que una sola cosa: que nos amemos unos a otros. Es la fe que no va a lo mandado, sino a lo amado. Es la fe que reconoce a Dios como Compañero y Compañía, que camina junto a nosotros en el camino de la vida. Es la fe en un Dios en donde nuestra vida, nuestros dolores, nuestras alegrías y nuestras esperanzas a Dios no le son ajenas. Es la fe donde Dios es para todos. No sólo para los católicos. Ni siquiera para los cristianos. Es la fe en un Dios que ama incondicionalmente a todo hombre, a todo varón y mujer que peregrina por el mundo. Es la fe que no ata a celebraciones por repetir un ritual, sino que lleva a celebrar la fiesta, la vida y el encuentro. Es la fe que genera en nosotros una absoluta libertad de poder sentirnos dueños de nuestra propia vida y entender que el único sentido posible es entregarla por amor en el servicio a los demás, especialmente a los pobres y a los que sienten la vida y la fe más amenazada. Es la fe de Jesús.

 

Yo me inclino más por querer vivir una fe de amigo, de amigo fuerte de Dios. Y vos… ¿qué fe te gustaría vivir?

 

Hasta el próximo evangelio, un abrazo fuerte en el Corazón de Jesús

 

Oleada Joven