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martes, 18 de mayo de
"Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos. Tened fe en Dios"
Después que la muchedumbre lo hubo aclamado, entró Jesús en Jerusalén, derecho hasta el templo, lo estuvo observando todo y, como era ya tarde, se marchó a Betania con los Doce. Al día siguiente, cuando salió de Betania, sintió hambre. Vio de lejos una higuera con hojas y se acercó para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos. Entonces le dijo: "Nunca jamás como nadie de ti." Los discípulos lo oyeron. Llegaron a Jerusalén, entró en el templo y se puso a echar a los que traficaban allí, volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no consentía a nadie transportar objetos por el templo. Y los instruía, diciendo: "¿No está escrito: "Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblo"? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos." Se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas y, como le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de su doctrina, buscaban una manera de acabar con él. Cuando atardeció, salieron de la ciudad. A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús: "Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado." Jesús contestó: "Tened fe en Dios. Os aseguro que si uno dice a este monte: "Quítate de ahí y tírate al mar", no con dudas, sino con fe en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis. Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas."
Palabra de Dios.
Reflexión: Monseñor Marcelino Palentini | Obispo de la Diócesis de Jujuy
El domingo pasado hemos vivido ciertamente con solemnidad la Fiesta del Pentecostés; el Espíritu Santo, como hemos meditado, hace nuevas todas las cosas dice la liturgia. Pero sobre todo hace nuevas a todas las personas, quien se deja llenar del Espíritu de Jesús, hace sus obras, se deja conducir por su modo de pensar y de vivir, deja que se renueve por dentro. Esto lo había enseñado el Maestro a los discípulos: "Yo les dejaré mi Espíritu y harán las mismas obras que yo hice y harán cosas mayores todavía". El evangelio nos presenta hoy dos momentos de reflexión: El primero es una higuera llena de hojas que no da fruto y Jesús le dice a los apóstoles "esta higuera no da fruto, tiene que quedar seca" y siguió el camino, el camino lo conduce al templo y en el templo se encuentra con los vendedores del templo, que también se aprovechaban de ese lugar sagrado para sus intereses materialistas, para robar -como Él mismo dirá- y los hecha diciendo: "Mi casa será llamada: casa de oración para todas las naciones, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones".
Dos momentos que nos ayudan a pensar en dos actitudes de nuestra vida; primero, la higuera que simboliza el pueblo de Dios, el pueblo de Dios que sobre todo en el Antiguo Testamento tenía la riqueza de la palabra de Dios, las hojas, pero no quiere dar frutos porque no cree que la estación del reino está en medio de ellos; una sociedad allí está condenada a la esterilidad, la higuera estéril se ha secado. Cuántas veces tenemos esta riqueza también nosotros de la palabra de Dios, pero no creemos en la fuerza de la palabra y quedamos sin frutos, sin obras. Y Jesús nos da tres claves para que una persona o una comunidad cristiana no caiga en la esterilidad: primero, la fe sin reservas, desde la fe podemos entender que podemos hacer obras hermosas; segundo la oración confiada, cuando nos dirigimos al Señor no es para pedir cosas superficiales sino algo profundo que transforma la vida; y tercero el perdón, el perdón que favorece la comunión fraterna, favorece una vida nueva desde adentro, desde lo profundo del corazón. Entonces empezamos a dar frutos si creemos en la fuerza del reino, nuestra vida se transforma en una vida que da frutos. El segundo momento de este párrafo del evangelio es ese lugar el templo, donde hay gente que se aprovecha para sí misma, no le importa el culto a Dios, le interesa su vida mezquina de cálculos solamente materiales y ésto puede ser un riesgo para nosotros también y para los jóvenes en especial, ¿El joven que le pide a Dios? a veces nos limitamos ir al templo para salir bien en una prueba, en un examen y ahí se terminó nuestra fe, seguramente no. Tenemos que ir un poco más allá, es el lugar de encuentro, el lugar de encuentro en la oración, el lugar de encuentro para fortalecer nuestro Espíritu, el lugar de encuentro donde vamos hechando afuera todo lo que estorba por dentro en nuestra vida espiritual y nos comprometa después a transformar la sociedad. La oración en el templo es el punto de partida para hacer después de toda nuestra vida una oración, donde limpiamos todo lo que es egoísmo, ambición e individualismo para poder meter adentro el amor, la solidaridad, el compromiso, una vida nueva; la vida que nace del encuentro profundo con el Señor, ojalá para todos éste sea el gran encuentro con el Señor, el gran encuentro desde la fe, el gran encuentro de la reconciliación profunda para ser esa persona que el Señor quiere que nosotros seamos: discípulos, misioneros, anunciadores de la verdad.
Y concluimos con una breve oración también hoy,
Señor Jesús, que tu Iglesia y cada uno de nosotros produzcamos frutos al servicio de tu reino, líbranos de las obras estériles del egoísmo, de la ambición y del materialismo y has que podamos hacer obras de bien; celebrando no solamente un culto que es un rito vacío sino celebrando el culto del amor a Dios, el amor a la vida, el amor al prójimo para así dar frutos como los tuyos, de amor, de entrega hasta el final. Señor bendice a todos los jóvenes y has que sean signos de esperanza para el mundo, que den frutos de amor para que otros también se encuentren siempre contigo. Así sea.
Oleada Joven
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