Frente a la conversación con unos adolescentes, reflexionaba sobre la idea de un ciclo litúrgico que termina y comienza con la preparación para celebrar el Nacimiento de Jesucristo. Me pesaba, entonces, la idea de que no en vano confluyen dos principios, dos comienzos: el de un año para nosotros, en nuestro tiempo, y la vida, en el tiempo de Jesús. Lucas, cuando habla de la genealogía de Jesucristo, lo ubica descendiente del primer hombre: …Adán, hijo de Dios; se remonta al principio… En el principio Dios creó.
Toda nuestra vida está inmersa en la fuerza del tiempo, un tiempo al que hemos determinado de muchos modos, pero que sigue siendo impersonal hasta que uno lo abarca y lo aprovecha. El tiempo se desplaza como esas aguas del principio, donde el soplo de Dios fecunda con la encarnación de su Hijo, y le brinda un hálito de vida que será eterno. La dinámica de ese momento, en que el ruaj de Dios aletea sobre nuestra vida, se hace praxis en el Advenimiento de Jesucristo en la Navidad. ¿Qué diferencia este Adviento del anterior? o bien, ¿esta Navidad de la de hace diez años?, incluso ¿qué diferencia podemos encontrar en la Navidad de este año y la del futuro? La promesa de un Dios fecundador del tiempo en el que estoy, un Dios amante de mi “hoy”. Aquel día y aquel tiempo es hoy, es ahora.
Este ahora de Dios que es mi propia vida es como un reloj que no avanza hasta que decido que el segundero corra y la manecilla se gire hacia el siguiente espacio. No hay mayor uso de la libertad de los Hijos de Dios que aquella en la que nosotros elegimos el paso siguiente en un correr espacio-temporal donde Dios se adviene y fecunda, da vida.
Este reloj vital es totalmente personal, sin embargo, Dios, Señor del tiempo y de la historia, es relojero y artesano de un tiempo siempre nuevo. Es el Dios de las promesas del “luego”; y cuando ese “luego” se hace “ahora” Dios bendice, porque …Dios concluyó la obra que había hecho, y cesó de hacer la obra que había emprendido. Dios bendijo el séptimo día y lo consagró… Por eso me atrevo a pasar de principio a fin, y citar: … El Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!”, y el que escucha debe decir: “¡Ven!”. (…) “¡Sí, volveré pronto!”. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!
Jesucristo, Alfa y Omega, Principio y Fin, hace del tiempo un estambre eterno del cual el hilo del tiempo, fecundado con su gracia, no cesa nunca de desenrollarse para derramar esa gracia santificante de la que habla la segunda lectura de la 1Tes 3, 13: Que él fortalezca sus corazones en la santidad y los haga irreprochables delante de Dios, nuestro Padre, el Día de la Venida del Señor Jesús con todos sus santos. Dios nos quiere santos, nos quiere irreprochables ante Dios por el Amor. Jesucristo desciende del mismo Adán, hijo de Dios. ¿Dónde se ubica en nosotros una genealogía para quienes hemos sido cristificados por la gracia? He ahí la respuesta: en el amor, somos descendencia de su Amor.
Dios no puede consigo mismo, y se deja robar a sí la oportunidad de amar más y más: no dona la libertad pero no se ausenta, sino que en ella se hace encontradizo para acercarnos al don más profundo que ha dejado en nosotros al crearnos: el hacernos suyos. Salvados en la esperanza por Jesucristo, nos hace suyos siendo hijos en el Hijo.
Lectura del Evangelio de Lucas 21, 25-28. 34-36
Jesús dijo a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.» Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante del Hijo del hombre.»
Jesús dijo a sus discípulos:
«Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria.
Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.»
Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.
Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante del Hijo del hombre.»
La mención de ese tiempo que nos regala Lucas es cuando comience a suceder esto. ¿Qué es “esto? ¿Son acaso todos esos signos sobrenaturales? ¿Tiene que ver con el Espacio exterior? No, tiene que ver con nuestra vida, con nuestro tiempo, con las aguas donde el Espíritu está siempre aleteante, a punto de darse y fecundar.
Son esas señales que hemos percibido de la Gracia de Dios: es la paz, la alegría, el gozo verdadero, la esperanza y el amor; no simples sentimientos de nuestro interior, sino mociones y certezas del Espíritu Santo que se cierne en nuestro corazón.
Es Jesucristo que se sobreviene sobre nosotros: es esa santidad que te es contagiada y te pica, te arde, te anima en lo más profundo, te lanza a la misión, al anuncio, a rezar, a querer encontrarte con Él, a alabar a Dios por sus maravillas, a adorar por su poder y señorío.
Es el signo de esa Navidad, los astros conmovidos: es nuestro exterior natural que se conecta con nuestro ser creados, parte de una creación más grande, parte de un cosmos ordenado, parte de un plan de comunión de Amor sin tiempos más que el de Dios.
Ese día, hoy, este Adviento, podemos abrirnos camino, abrir camino a que el estambre se desenrolle, y gustemos de la liberación, nos sintamos verdaderamente fecundos, cristificados, llenos de su Espíritu que es Dominum et Vivificantem, Señor y Dador de Vida.