Evangelio según san Lucas 2, 22-32

miércoles, 1 de febrero de
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Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

 

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel.»

 

Palabra del Señor

 

 

 


P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharrám

 

 

 

Celebramos hoy la fiesta de la Presentación del Señor. En el evangelio Simeón, este anciano, frente a Jesús, María y José proclama dos grandes cosas: una linda acción de gracias a Dios porque no lo dejó morir sin antes haber conocido al Mesías; y una profecía sobre lo que sería de ese niño: signo de contradicción. 

 

Lo segundo nos puede llamar la atención, pero ciertamente, Jesús fue y sigue siendo signo de contradicción. La eternidad se hace historia; Dios se hace Pueblo; la Palabra hace silencio o llora; el cielo está debajo de la tierra, una muchachita virgen es madre del Salvador del mundo; su papá no pronunciará ni una sola palabra en todo el evangelio… Todo es signo de contradicción. Porque en definitiva, es celebrar que Dios se hace hombre. Esto es desconcertante. Esto no había pasado nunca. Esto es insólito. A tal punto que muchos se van a resistir a creer. A veces nos cuesta creer en Jesús. Nos parece que Jesús es “demasiado humano”. Algunos ni siquiera toleran que Dios se haya querido embarrar en nuestra historia y en nuestro barro. Algunos prefieren un Jesús más bien “espiritual”, que esté en el cielo, alejado, “arriba”, dominando, que hace milagros imposibles y donde yo para relacionarme con él tengo que huir de mi vida cotidiana y a través de algún “mecanismo místico” me permita conectarme con Él y entonces así rezar. Algunos creen que es preferible un Jesús que no tenga que ver con palabras como: marginación, dignidad, opresión, pobreza, exclusión, vulnerabilidad social. Que eso es ideología. Que es un mero discurso social. Que Dios está en el cielo y nosotros en la tierra y basta. Algunos viven más preocupados por la situación canónica de una pareja que por si de veras son felices, de verdad. Algunos van a misa por mero culto y mera costumbre, pero no tienen problema en tener empleados en negro, o evadir impuestos, o renunciar a ganar menos para que su gente gane más. No toleran que Jesús sea el amigo preferido de prostitutas y usureros, de pecadores, de gente sencilla que lo invita a su mesa a compartir el pan, que denuncia el pecado personal y social y se enfrenta a toda estructura que violente los derechos fundamentales de la persona. 

 

Jesús es signo de contradicción porque no podemos ser cristianos, discípulos misioneros de Jesús y no luchar todos los días por hacer que el mundo cambie. Por hacer que el mundo sea un lugar más digno, más justo, más fraterno y más solidario. Jesús es signo de contradicción porque me revela que a Dios no lo puedo manipular. Que en todo caso yo sigo a Dios y no Él que me sigue a mí. Que no se puede ser cristiano y precarizar el trabajo y no facilitar a que millones de personas tengan acceso a las “tres T”: Tierra, Techo y Trabajo. No se puede ser cristiano sin una mínima permeabilidad social que me lleve a cuestionarme cómo hacer para involucrarme en la realidad y generar de manera colectiva un verdadero cambio. No puedo ser cristiano creyendo que Dios habita solo el cielo. Porque desde hace dos mil años, Dios dejó el cielo y se hizo Tierra. 

 

Hermano y hermana, te deseo que sigas viviendo a pleno este tiempo de Navidad y si Dios quiere, será hasta el próximo evangelio.

 

Radio Maria Argentina