Después Jesús partió de allí y fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto. En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de él y fue a postrarse a sus pies.
Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio. El le respondió: “Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros”.
Pero ella le respondió: “Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos”. Entonces él le dijo: “A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija”. Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.
Palabra de Dios
P. Sebastian García Sacerdorte de la congrecación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharam
Una de las cosas que más llama la atención del fragmento de evangelio que escuchamos en la liturgia es que Jesús se dirige a la región de Tiro.
Tiro es una ciudad “más allá”. Está “más allá” de Israel. Y decir “más allá” es decir “quedarse afuera”. Jesús se va a encontrar con la periferia de su época. Jesús va a salir al encuentro de la vida que se queda afuera, que es marginal a todo el sistema político, socio-económico y religioso de Israel.
El encuentro que se provoca con sus diálogos es descomunal. Jesús que quiere quedarse oculto y la mujer que lo va a buscar. Jesús que le explica que –de acuerdo con el pensamiento de su época- la salvación, la gracia de Dios y la purificación son exclusivas de unos pocos que profesan una determinada fe judía. Y la mujer que insiste y logra el cometido: Jesús purifica a su hija.
Y lo descomunal del diálogo es imagen de lo que en realidad pasa: Dios no tiene fronteras. Su Amor no conoce de límites. Es más: Dios está más allá de toda religión.
Hoy nos puede pasar algo similar al espíritu reinante en la época de Jesús y que seguramente fue la tentación de las primeras comunidades; pensar que nosotros somos los elegidos por Dios, que nosotros tenemos la única verdad, que somos dueños y señores, que somos más parecidos unos que otros.
A veces existe una tentación y es la de pensar que podemos privatizar a Dios. Dios no es de todos. Dios es solamente de algunos. Y es para algunos solamente. Dios se revela a algunos y esos son “elegidos”, “mediadores”, “intermediarios absolutos” de la vida de Dios. Y privatizando a Dios, nos privamos de Dios nosotros y privamos de Dios al mundo.
Si hay algo que nos tiene que quedar en claro al leer no solo esta página sino todo el evangelio es que Dios no se deja ganar en generosidad, y es para todos. Dios tiene la absoluta libertad de relacionarse con los seres humanos. Y todos los seres humanos se pueden encontrar con Dios. Dentro de la Iglesia y fuera de ella también.
Muchas veces pensar y vivir de esta manera nos puede costar. Nos cuesta pensar que haya Dios más allá de nosotros y de nuestras acciones y de nuestras misiones. Incluso a veces nos molesta que Dios “no quiera precisar de nosotros” para que llegue su Reino. Se las ingenia para que germine en lugares recónditos, increíbles, aparentemente estériles.
Nosotros vivimos de cierta manera y así anunciamos el Reino que Jesús vino a instaurar. Y lo queremos hacer en comunión con los otros siete mil millones de personas que transitan a diario el mundo junto a nosotros, que pueden o no creer en Dios o en Jesús. Que lo pueden negar incluso. Pero que no pueden negar la inmensa humanidad que los habita y los lleva a buscar salidas, ingeniarse de respuestas, compadecerse, amar.
Por eso creo que lo más acertado es salir al encuentro de esta multitud de varones y mujeres que más allá de la fe luchan todos los días para hacer del mundo un lugar más justo, más fraterno y más humano. Es verdad que serán un montón las cosas que nos separen. Es más, creo que podemos pasarnos la vida pensando en las diferencias que podemos tener unos con otros. Pero se nos va a pasar la vida. Lo que podemos hacer es dejar de lado diferencias, políticas, partidismos, ideologías, razas, culturas, para encontrarnos y trabajar juntos. A esta altura del siglo XXI creo que ya no vale la pena gastar tiempo en confrontaciones que no nos van a llevar a ningún lado, sino todo lo contrario: vivir la convicción de que todo hombre en cuanto hombre es mi hermano y yo soy parte de esta inmensidad llamada humanidad, en la que Dios se las ingenia para hacerse presente e ir “más allá”. Encontrarnos, mirarnos, trabajar juntos, tejer sueños, proyectar anhelos, apurar la llegada del Reino.
Si Jesús hubiese pensado que Dios era patrimonio exclusivo de algunos, no iba a Tiro. Se hubiese quedado solamente en Jerusalén. Sin embargo el evangelio nos narra otra cosa. Si Jesús fue “más allá” de todo, ¿qué vamos a hacer nosotros? ¿quedarnos adentro, seguros, confiados, “marcando la cancha”, “cuidando la propia quintita”, limpitos, aburguesados..?
Hermano y hermana, te dejo la pregunta picando y te abrazo muy fuerte en el Corazón de Jesús. Y si Dios quiere, será hasta el próximo evangelio.