Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?».Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas.»
Entonces Él les pregunto: «Y ustedes, ¿ quién dicen que soy yo?»Pedro respondió: «Tú eres el Mesías.» Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.Jesús le ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de Él.
Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad.
Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.»
Palabra de Dios
P. Sebastian García Sacerdorte de la congrecación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharam
La página del Evangelio de hoy es verdaderamente apasionante. Me imagino a Jesús alrededor de un fogón, rodeado de sus amigos y dándose tiempo para charlas de coas importantes.
Y Jesús que hace dos preguntas. La primera es “quién dice la gente que soy yo”. Y la respuesta sale fácil. Juan el Batusita, Elías, algún profeta. Porque es una pregunta generalizada. Es una pregunta al montón. Es como pedirle que recojan las cosas que van escuchando en las plazas, las esquinas, las casas, las conversaciones entre varones y mujeres. Esa respuesta sale fácil.
Pero la segunda pregunta complica. Y complica porque ya no es una pregunta de las sencillas y al tuntún. Es una pregunta de las hondas. Jesús se planta frente a sus amigos y les pregunta: “Y ustedes, ¿ quién dicen que soy yo?”
Claro. Ya no se trata de repetir lo que escucharon de otros. Jesús va al fondo del corazón y exige una respuesta sincera. Mi imagino que se habrá hecho un gran silencio al instante el cabeza dura de Pedro hace su confesión de fe.
A nosotros hoy nos puede pasar un poco lo mismo. Podemos hablar de Jesús desde lo que lo otros dicen, escriben, meditan. Podemos hablar de Jesús por boca de otro. Podemos relacionarnos con Jesús por la experiencia que hizo otra persona. No en vano las librerías católicas están plagadas de libritos de espiritualidad. No digo que no sirvan. Pero no pueden reemplazar el encuentro personal con Jesús.
Otra excusa puede ser la de responder la pregunta de Jesús desde sus títulos: Hijo de Dios, segunda Persona de la Santísima Trinidad que se hace hombre en el vientre virginal de María, Cordero de Dios, Palabra hecha carne… Pero no basta el título. Tenemos que ir al fondo. Bien al fondo. Y hacer experiencia.
No puede haber verdadero cristianismo sin el conocimiento íntimo, personal y vinculante con la persona de Jesús de Nazaret.
Por eso, quizás convenga responder hoy a esa pregunta desde este tipo de experiencia y decirle a Jesús: “vos sos el sentido de mi vida”; “vos sos mi Salvador”; “vos sos el que me hiciste el aguante cuando nadie daba un mango por mí”; “vos sos el que pasó por alto mi pecado y me dio fuerte en el corazón”; “vos sos el que me invitaste a pensar la vida de otra manera”; “vos sos el que me regala su Espíritu y me da fuerzas para luchar día a día por un mundo más justo, más fraterno y más solidario”; “vos sos el Dios que se esconde en el rostro de los pobres…”
Por eso te invito a que hoy te hagas esa pregunta: “y vos… ¿quién decís que es Jesús?” Y ojalá respondas no con teorías, no con títulos, sino desde la intimidad, de corazón a Corazón.
En ese Corazón de Jesús te mando un abrazo y será, si Dios quiere, hasta el próximo evangelio.