Dijo Jesús a sus apóstoles: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a Aquél que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa».
Palabra del Señor
P. Sebastian García sacerdote de la congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharrám
A primera vista parece asustar esto de negarse y renunciar. Creo personalmente que durante mucho tiempo se lo malinterpretó. Porque pareciera que para convertirse y entrar de lleno en la nueva mentalidad propuesta por Jesús y que tiene el Reino como centro, hay que dejar algo, hay que morir a algo, hay que renunciar a algo.
Y entonces la perplejidad: ¿No es acaso que por ser cristiano soy más persona? Y entonces… ¿por qué negar, renunciar, morir? Son preguntas esenciales, propias, humanas.
Lo que se me ocurre como posible respuesta es afirmar con convicción que definitivamente para seguir a Jesús y entrar en la mentalidad del Reino hay que renunciar, negar, perder y morir. El problema es: ¿Y a qué morir?
De ninguna manera podemos afirmar que Dios quiere nuestra negación y nuestra muerte a todo lo humano sin más. Si pidiera eso, no sería Dios, o más sería un dios en el que no vale la pena creer.
La propuesta de Jesús es la de poder renunciar a todo lo que nos impide alcanzar la mentalidad de Reino de Dios. A lo que tenemos que morir no es a disfrutar la vida, cuanto a todo aquello que en mi vida no me permite que los demás disfruten de la suya y entre todos disfrutemos. Y entonces sí. Me doy cuenta de que tengo un montón de actitudes, hábitos, reacciones, que no se condicen con esta propuesta de Jesús, por ende a las que tengo que morir, dejar, sanar, renunciar. Es todo aquello que me impide ser auténtico discípulo misionero de Jesús. Es todo aquello que me impide reconocer al otro como hermano. Es todo aquello que me ata en mi libertad y no me permite ser yo mismo en la originalidad de lo que voy siendo.
Cuando uno tiene en claro lo que busca en la vida, cuando se tiene proyecto, cuando se sueña a lo grande y de la mano de la propuesta liberadora de Jesús, uno entiende que tiene que dejar, renunciar y morir a todo aquello que le impide alcanzar esa meta.
Entonces, renunciar por renunciar siempre va a ser inhumano, desagradable, imposible. Nadie quiere hacer algo por lo que no encuentra verdadero motivo. Pensemos entonces en nuestras motivaciones. Porque solo uno puede dejar cuando elige algo mejor. No se sigue porque se deja. Se deja porque se sigue. El acento está puesto en lo que quiero ganar, por eso, quiero, deseo y necesito perder.
Vivir es fundamentalmente elegir. Elegir es optar. Y optar es renunciar.
Renunciar y cargar con una cruz pascual vale la pena no por el esfuerzo en sí mismo, sino por el amor que se quiere tener en la vida. Sólo el amor es digno de fe. Y es digno de fe porque negándose a sí mismo, es capaz de dejarse de mirar a sí mismo para mirar a los demás y ponerse en la piel de ellos, las víctimas. Es el esfuerzo cotidiano por salir de sí y optar por las periferias, por los sobrantes, los que están solos, los que necesitan paz y consuelo, los pobres, los que tienen necesidad de esa originalidad que yo solamente les puedo dar y no otro. Solo el amor puede cambiar el mundo.
Y así entendemos la segunda parte del evangelio de hoy: el que recibe a estos pequeños recibe a Jesús. Dicho de otra manera, todo lo que hagamos por nuestros hermanos más pequeños y por las víctimas lo vamos a estar haciendo por Jesús. No para ganarnos un premio. Sino para poder de veras amar a Dios. Porque a Dios se lo ama en los hermanos. Especialmente en aquellos pequeños, pobres y frágiles, vulnerados en todos sus derechos, silenciados y maginados, a quienes muchos no quieren visibilizar. En ellos está Jesús que sale a nuestro encuentro. Y nos invita a dejar de mirar estáticamente para involucrarnos. Y así junto a tantas víctimas, caminar juntos, sentirnos Iglesia que incluye y se mete en el barro de la humanidad. No por sus largos discursos y documentos, sino por la simpleza de quien se anima a tocar las heridas del otro y tan solo generar cultura del encuentro.
Que tengas un lindo domingo, que Dios te cuide y te bendiga, haga brillar la luz de su rostro sobre vos y te conceda la paz. Y será, si Dios quiere, hasta el próximo evangelio.