Se adelantó Pedro y dijo a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: “Dame un plazo y te pagaré todo”. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: “Págame lo que me debes”. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: “Dame un plazo y te pagaré la deuda”. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: “¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecía de ti?” E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».
Palabra del Señor
P. Sebastián García sacerdote de la Congregación del Sagrado Corazón de Betharam
Me parece que el evangelio de hoy tiene una clave fundamental a partir de la cual podemos entender todo y es que nosotros no somos dueños del perdón. Somos meros administradores. Es decir, el perdón es algo a lo cual nosotros no tenemos derecho. No es algo que a nosotros nos pertenece y entonces de alguna manera nosotros podemos dar a nuestro antojo porque nosotros queremos y según nuestra propia voluntad. El perdón es algo que nosotros administramos y administramos porque no nos corresponde por derecho propio sino porque lo hemos recibido. De esta manera nosotros somos administradores del perdón.
Esto significa fundamentalmente que porque hemos recibido perdón de parte de otros y de Otro con mayúscula que es Dios es que nosotros también en esa medida podemos otorgar el perdón. Cuando sólo hacemos una linda experiencia de reconciliación, de sanación, de liberación profunda incluso de las heridas hondas de nuestra vida, nos damos cuenta que también nosotros podemos hacer eso con los demás: podemos desatar nudos; podemos también reparar heridas; también podemos ofrecer el perdón de nuestro corazón sinceramente porque alguien ya nos lo dio a nosotros.
El primer acontecimiento fundamental de nuestra vida lo tenemos con Dios: todo lo que hace Dios con nosotros es misericordia. Todo lo que hace Dios con nosotros es perdón. Todo lo que hace Dios con nosotros es liberamos profundamente y definitivamente del poder del pecado. Decir que si hay alguien que perdona definitivamente nuestros pecados y si hay alguien que nos reconcilia con nosotros mismo, con nuestros hermanos y con Dios ese es Jesucristo.
Entonces nosotros de esta manera podemos también “copiar sanamente” este modelo de ternura y misericordia de parte de Jesús que manifiesta este rostro de Dios. Es decir, nosotros nos podemos sentir llamados a entregar perdón, a hacernos misericordiosos, hacernos tiernos, a tener la misma misericordia que Dios ha tenido con nosotros y que nos permite en definitiva desarrollar una de las capacidades por la cual nosotros más nos parecemos a Dios: Perdonar
Perdonar que es mucho más que olvidar. Perdonar que es mucho más que renunciar al derecho a la venganza o a tomar partido por alguna de las partes o encasillarme en mis propios caprichos Perdón que significa ser capaz de reconstituir la vida y de poder ir más allá y de mirar más lejos Del dolor de la herida del sufrimiento tanto el que me causaron a mi como quizás también el que yo he causado. Por eso me parece muy importante hoy hacer un lindo llamado a la reflexión y a poder recordar esos momentos de perdón en nuestra vida Esos momento en que nosotros nos sentimos de veras reconciliados, perdonados, purificados, limpiados por la gracia de un Dios que no se deja ganar en generosidad. Y porque hacemos memoria agradecida de eso nos animamos en definitiva también nosotros a perdonamos como hermanos. A perdonamos los pecados y a decir que más allá del dolor, más allá de la herida y más allá de todo lo que hay en mi vida que me ha ata, que muchas veces no me deja ser libre, yo quiero deliberadamente mirar al otro a los ojos, para no tener en cuenta el mal que yo le cometí o el mal que él ha cometido conmigo y juntos poder definitivamente amarnos como hermanos.
Hermano y hermana te deseo un domingo lleno de la luz de la Pascua de Jesús. Será hasta el próximo Evangelio. Te deseo de corazón que puedas experimentar este perdón que brota del amor de Jesús, y de la Pascua del amor de Dios, que nos reconcilia con nosotros y también con estos hermanos; especialmente los que más necesitan de la ternura y de la misericordia de nuestro Dios.