Evangelio según san Mateo 21, 33-46

viernes, 6 de octubre de
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    Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

 

    «Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

 

    Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.

 

    Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: “Respetarán a mi hijo.” Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: “Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia”. Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

 

    Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?»

 

    Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo».

 

    Jesús agregó:«¿No han leído nunca en las Escrituras:

 

        “La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?”

 

    Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos».

 

    Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.
 

 

Palabra del Señor

 


 

P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Bethanram

 

 

El evangelio de hoy que proclamamos en la liturgia son palabras dirigidas por Jesús a los doctores de la Ley los ancianos, es decir, aquellos que poseían el poder religioso en la época de Jesús. el gran problema de esta gente y que Jesús deja evidenciado en la parábola es que se equivocan: en algún momento se creen que son dueños. Pasan de ser meros administradores de una viña y se creen con total derecho sobre ella a tal punto de golpear, matar y apedrear a los servidores del verdadero dueño. Se olvidaron que son meros administradores. Se olvidaron que trabajan para alguien más y se hicieron ellos dueños y sus propios jefes. 

 

Esto Jesús lo aplica a la experiencia religiosa de Dios. De la misma manera que los fariseos, los doctores y los ancianos han privatizado a Dios. De alguna manera, como los de la viña, pasaron de ser administradores a creerse dueños. Han privatizado a Dios. Lo han hecho accesible solo a algunos que cumplen determinados ritos, pertenecen a una élite elegida, son parte de los iluminados y los elegidos. Para ellos Dios no es de todos y para todos sino sólo de algunos y para algunos. 

 

Como Iglesia no estamos exentos de esto. Nos puede pasar lo mismo de los viñadores de la parábola: dejar de ser servidores y pensar que somos dueños. Creer que Dios es solo nuestro y de nadie más. Y de esta manera dejamos gente afuera. por requisitos, por cláusulas canónicas, por prejuicios, por reglamentos; o porque pensamos que Dios está más cerca de nosotros, los que somos fieles, los que vamos a misa, los que participamos de instituciones parroquiales, grupos, movimientos… A veces corremos el riesgo de pensar que Dios es “más nuestro” que de otros. E incluso podemos caer en el mal del “hermano mayor” de la otra parábola. En vez de alegrarnos por la fiesta de hermanos que se encuentran o reencuentran con Jesús, nos entristecemos y pensamos más en nosotros que en ellos. Muchas veces nos pasa esto en el fondo del corazón. Y en vez de abrir puertas, como nos pide Francisco de Roma, las cerramos. Y nos olvidamos que hubo una época en la que nosotros no éramos cristianos, o lo éramos por costumbre o herencia, y no por elección personal. Y hubo Iglesia, hermanos, comunidad que nos presentó a Jesús, que nos recibió, que nos dio acogida. y que hizo fiesta porque volvíamos a ser de Jesús. Si esto nos pasó a nosotros, ¿por qué vamos a cerrar puertas y no hacer que pase con otros? ¡Abramos el corazón a Jesús y abramos el corazón a hermanos que quieren encontrarse con Él! 

 

Y otra lectura posible para poder reflexionar hoy es la de pensar literalmente en la viña como lugar y no como metáfora. La “Casa Común” como llama Francisco en Laudato Sí al mundo que habitamos los siete mil millones de personas que a diario lo caminamos, es de Dios y nosotros estamos para administrarla. No somos sus dueños. No somos propietarios de la Tierra. Somos sus habitantes por un instante de tiempo. Sin embargo hay poderosos que se han creído que son dueños. Y lo que era para todos, llamado “destinación universal de los bienes”, ha pasado a ser para algunos. Tierra, Techo, Trabajo, Agua, Vestimenta, Salud, Bienestar, Derechos Humanos… pareciera ser que no son para todos sino para algunos. De hecho el 20% de la población mundial acumula el 80% de la riqueza; así el restante 80% de la población mundial mendiga el 20% de los recursos del planeta. Producimos alimentos para alimentar tres veces la población mundial. Sin embargo mitad del mundo muere de hambre. Nos hemos olvidado que somos meros administradores, de la Misericordia de Dios y de la Casa Común que habitamos. Me pregunto como Iglesia Católica cuánto tiempo más permaneceremos callados frente a tantos pecados que claman al cielo. 

 

Te deseo un lindo domingo de la mano de la Resurrección de Jesús y será si Dios quiere, hasta el próximo evangelio.    

 

Oleada Joven