Evangelio según san Mateo 25, 14-30

viernes, 17 de noviembre de
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    Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:

 

    El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió.

 

    En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.

 

    Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. «Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor»

 

    Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: «Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor».

 

    Llegó luego el que había recibido un solo talento. «Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!» Pero el señor le respondió: «Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes».
 

 

Palabra del Señor

 


 

P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Bethanram 

 

 

La parábola de los talentos nos hace pensar de lleno en los dones y capacidades que nos regala Dios cuando nos sueña, nos hace, nos crea, nos teje en el silencioso vientre de nuestras madres. Y lo primero que podemos y tenemos que decir es que Dios da talentos a todos. Según su capacidad. Pero a todos. Nadie se queda afuera del amor de Dios que nos hace tener talento.

 

Vale la pena aclarar que los talentos son monedas corrientes en la época de Jesús. Pero nosotros lo hacemos extensivo a las capacidades, todas distintas y por eso originales que Dios nos regala para poder vivir en esta vida al estilo de Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien. Todos nosotros  somos capaces de algo. Todos podemos hacer algo con nuestra vida. Todos estamos llamados a algo. Todos entonces somos dignos. Todos somos amados. Todos podemos encontrarle el sentido de la vida a aquello que vivimos todos los días.

 

Y lo lindo de la parábola es hacernos pensar que no es más quién más recibe, sino más bien aquel que es capaz de “trabajar” su talento, su capacidad, su don, su vida. No podemos ser mezquinos y pensar que Dios ama más a los que más talento tienen o reciben; todo lo contrario, Dios ama a todos y lo que quiere es que aquello que recibimos, mucho o poco, pero nuestro, lo hagamos dar fruto. Y cuando decimos esto, hablamos en concreto de poner nuestra vida al servicio de una causa que valga la pena, una causa que no perezca en el tiempo, una causa que trascienda y vaya más allá de toda ideología y pensamiento. La causa del Reino de Dios anunciado e instaurado por Jesús. 

 

Y hoy, que celebramos la I Jornada Mundial de los Pobres, hablar de talentos, dignidad, servicio y amor, si lo hacemos en abstracto suena a lindo verso y lindas palabras. Hoy el evangelio y el papa Francisco nos llaman a una profunda conversión del corazón respecto de los pobres. “No amemos de palabra sino con obras”, nos dice. No podemos seguir invisibilizándolos en la vida de la Iglesia y nuestras comunidades. No podemos seguir pasando por alto. No podemos hacer de cuenta que miramos sin ver. Hay gritos que claman al cielo y esperan de nosotros, de nuestra vida y de nuestros talentos, la capacidad de ponernos al servicio de ellos.   

 

Y te comparto algo que escribió Francisco cuando convocó a esta Jornada: “Todos estos pobres —como solía decir el beato Pablo VI— pertenecen a la Iglesia por «derecho evangélico» (Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, 29 septiembre 1963) y obligan a la opción fundamental por ellos. Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios”.

 

Poné tu talento, tu capacidad, tu vida, tu corazón al servicio de los pobres. Para ser más vos. Para ser más “nosotros”. Para ser de veras Iglesia Católica creyente, pero también creíble. 

 

Te abrazo fuerte en el Corazón de Jesús y que tengas un domingo lleno de la Pascua de Jesús. 

 

Oleada Joven