El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra. El que vino del cielo da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie recibe su testimonio.
El que recibe su testimonio certifica que Dios es veraz. El que Dios envió dice las palabras de Dios, porque Dios le da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos.
El que cree en el Hijo tiene Vida eterna. El que se niega a creer en el Hijo no verá la Vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
Palabra de Dios
P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betarrán. Animador y responsable de la Pastoral Juvenil
En el evangelio de hoy leemos un versículo fundamental: “El que cree en el Hijo tiene Vida en abundancia”. De esto se trata también ser parte de la Resurrección de Jesús: acceder a su Vida. Tener su Vida. Vivir como Él.
Desde la Pascua de Jesús hacemos memoria de toda su vida. Y desde la Pascua es que entendemos toda su vida.
Tanto, que de la misma manera que la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús han dejado en él huellas imborrables, también lo han dejado en la primera comunidad cristiana, lo han hecho a lo largo de los siglos y nosotros somos herederos de estos milagros de la Pascua.
Entonces, otra de las consecuencia de la Pascua de Jesús será la de ser testigo, que cree en Dios. Sólo el que cree puede atestiguar. Porque el que cree es el que tiene Vida eterna. Hay un paralelismo muy lindo: de la misma manera que Dios envía por la fuerza del Espíritu a Jesús para que dé testimonio de él; así también Jesús nos envía a nosotros por el Espíritu para que demos testimonio de su amor derramado en el mundo.
Ahora bien, para dar testimonio, para ser testigos y mártires, nuestra vida tiene necesariamente que ser creíble. Y para ser creíble, uno tiene que ser creyente.
Es por eso que hay dos dimensiones de la fe: una, que es la más común, es la fe por la que creo en Dios y en lo que él ha revelado: desde la naturaleza hasta la Palabra y la Tradición. Creo que Dios existe. Creo que Jesús es el Hijo de Dios. Creo en el Espíritu y la Iglesia. “Creo en”. Esta dimensión es importantísima. Es la que nos permite abrir horizontes nuevos y afirmar las grandes verdades de nuestra fe. Pero hay otra dimensión, más bien subjetiva, que muchas veces no tenemos en cuenta: es la fe por la que no sólo “creo en” sino “le creo a”. Son dos rasgos distintos y complementarios. Pero no existe uno sin el otro. Y esto es lo que me parece importante remarcar en nuestro proceso de discípulos misioneros de Jesús: nosotros no sólo “creemos en Dios”; “también le creemos a Dios”. Se establece de esta manera un vínculo más bien personal de la fe. Ya no es sólo creer lo objetivo, sino hacerlo íntimamente mío: yo le creo a Jesús. Me fio de su Palabra. Confío en él. Sé que puedo descansar en su vida. Sé que no me va a defraudar. De alguna manera es la fe que se abre a la confianza. Ya no es creer fríamente verdades reveladas; es también creer con corazón ardiente en la persona que lo revela, es depositar en él todos mis sueños, mis anhelos, mis pasiones, mis sentimientos; todo mi ser abandonado en aquel de quien me fío y por eso confío. Pascua nos recuerda todo esto. “Le creemos a Jesús”. A él. A su vida y a su testimonio. Tanto, que nosotros nos animamos a dar testimonio de su Evangelio.
“Creer en” Dios, en Jesús y en el Espíritu Santo darán a la fe una dimensión creyente. Ahora, “creerle a” Dios, a Jesús y al Espíritu, le darán a nuestra fe una dimensión profundamente creíble. Porque lo que hacemos no lo hacemos en nombre propio. Porque nos fiamos de Otro, en su Palabra salimos a anunciar el Reino a todos los hombres, especialmente a los que sienten la vida y la fe amenazadas.
Hermano y hermana, te abrazo muy fuerte en el Corazón de Jesús. Te deseo un muy linda semaan y si Dios quiere, será hasta el próximo evangelio.
Fuente: Radio María Agentina