Evangelio según San Juan 13, 16-20

lunes, 18 de abril de
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Después de haber lavado los pies a los discípulos, Jesús les dijo: “Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.

 

No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí. Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy. Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió”.

 

Palabra de Dios

 

 

 

 


P. Sebastián García sacerdote de la Congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharram. 

 

 

 

Resulta interesante esta palabra de Jesús sobre la felicidad. “Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican”.Esto dice Jesús a sus discípulos. Y el eco de sus palabras nos llega hasta nosotros hoy.

 

Porque si hay algo que todos queremos en la vida es ser felices. Todos, absolutamente todos queremos ser felices. Y no somos libres de esto. Este anhelo, deseo y sueño de felicidad anida en lo más profundo de nuestro corazón y no somos capaces de sentirlo o no. Queremos, a toda costa y de todo corazón ser felices. No podemos no querer esto. Y justamente por esto es que podemos vivir en libertad. Dios está de acuerdo con nuestro más íntimo deseo de felicidad. Lo quiere. Lo desea. Lo busca. Dios quiere que el hombre sea feliz. Dios quiere que vos seas feliz. 

  

La dificultad está en que, si bien tanto Dios como el hombre quieren ser felices, no siempre buscamos lo mismo. El deseo lo tenemos los dos y todos; ahora bien, no todos lo saciamos de la misma manera.

  

Por eso es interesante la palabra de Jesús y el contexto en que lo dice: después del lavatorio de los pies. Es decir, para Jesús no hay felicidad que sea posible si no es lavándonos los pies los unos a los otros y esto es, sirviéndonos unos a otros. El ideal de servicio es para Jesús el mismo ideal de felicidad. Si uno quiere ser feliz que se ponga a servir a su hermano.

Pero… ¡qué contradicción! ¿Cómo es posible esto? ¿No se trataba de la felicidad mía, personal, individual, que Dios quiere para mí y que anida en el fondo de mi corazón? ¿Y entonces? ¿Qué tiene que ver el servicio?

 

Si uno lo mira con la mirada del mundo y del Sistema en su ritmo de vértigo y vorágine, todo esto es contradictorio. Es más, el Evangelio es un absurdo. Porque si hay algo en lo que se erige el mundo de hoy en sus proclamas más profundas es el extremo individualismo. “Yo me salvo solo. Yo solo me arreglo. Yo lo puedo todo. Yo estoy por encima de los otros. Dios se me revela personalmente a mí. La experiencia de Dios es exclusivamente mía”. Estas son las máximas comunes del Sistema. Se hace de la felicidad una instancia exclusivamente personal, cerrada sobre la propia seguridad y el propio confort, sobre los bienes privados, queriendo el mejor bienestar subjetivo. Cada uno feliz, cada uno en su metro cuadrado.

 

Si hay algo contra lo que atenta el mensaje del Reino de Jesús recapitulado por la Iglesia en el Nuevo Testamento es contra todo esto. Nadie se salva solo. Nadie puede vivir una vida digna de ser vivida si no es junto a otros, en el servicio, en el amor recíproco, en los vínculos de comunión y formando entonces comunidad. Dios no se le revela a un grupo de “elegido” o “escogidos”. Dios se revela por entero a su Pueblo. Dios no se privatiza. Dios no es propiedad privada de nadie. Si hay algo que el Evangelio denuncia es esto mismo que decíamos sobre el modo de mirar del mundo y del Sistema hoy en día.

 

Por eso el Evangelio es sanamente revolucionario. Es contracultural. Es anti-sistema. Porque nos habla un lenguaje que los medios de comunicación, las ideologías políticas, los lobbys internacionales, los grandes grupos económicos transnacionales, no pueden ni quieren entender. Son dos lenguajes distintos. Contrarios y contradictorios. No se conjugan. Yo no puedo ser buen cristiano y evadir impuestos. No puedo seguir a Jesús y ponerme del lado del opresor, de los talleres clandestinos de ropa, de los empleados en negro, de las coimas para adquirir beneficios. No puedo vivir con coherencia mi experiencia de Dios si me dedico a lucrar, a especular, al soborno, a ser un “usurero de la vida”. No se puede. No hay caso.

 

Por eso que el ideal de servicio es el ideal de felicidad. Según la mentalidad del mundo siempre voy a quedarme con ganas de más, encerrado en un pequeño yo personal que teme amar. En cambio, si me dejo amar por Jesús, entiendo el amor y me animo a amar. Ya no desde el yo que descansa arriba de un pedestal, sino sintiéndome Pueblo, de manera colectiva y comunitaria, donde las únicas relaciones posibles sean las de amarnos los unos a los otros.

 

¿Si esto cuesta? Claro que sí. A nuestro Gran Jefe le costó la vida. Ojalá a nosotros se nos vaya la vida en este ideal que transar con la mentalidad diabólica del Sistema de hoy.

 

Hermanos y hermanas, vos que hoy te sentaste a meditar este evangelio, te abrazo desde lo más profundo de mi corazón. Y si Dios quiere, será, hasta el próximo evangelio. 

 

Radio Maria Argentina