Evangelio según San Mateo 9, 1-8

miércoles, 29 de junio de
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Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados”.

Algunos escribas pensaron: “Este hombre blasfema”. Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: “¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o ‘Levántate y camina’?

Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.

El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres

 

 

Palabra de Dios

 

 

 


P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharrám.

 

 

 

 

 

 

El evangelio de hoy, nos presenta Mateo, una escena que ocurre entre Jesús y un lisiado, un paralítico que se lo presentan, los llevan, él está tendido en la camilla y Jesús se conmueve de aquellos que le acercan al paralítico y de la fe que  también tiene el paralítico en Jesús.

 

Sin embargo desconcierta la respuesta de Jesús: “tus pecados te son perdonados” Es como si hubiese algún tipo de desproporción:  o enfermo va a ser curado, llevado por sus amigos en la camilla, esperando ser sanado. Y Jesús en vez de sanarlo, en vez de curarlo en vez de hacer que camine, lo perdona de todos sus pecados. Después se produce esa discusión y Jesús -para que justamente de alguna manera contundente también poder dar crédito de que es verdad que los pecados son perdonados- le devuelve la salud.

 

Esto nos puede resultar a nosotros muy interesante.  Muy interesante porque ciertamente Jesús no curó a todos los enfermos de su época. Y la Pascua de Jesús vino a instalar definitivamente los tiempos nuevos, los tiempos finales y el tiempo del Reino de los Cielos que comienza en este mundo pero que se alcanza definitivamente en la otra vida. Nosotros somos constructores si cooperamos, si nos sumamos a este sueño que Dios tiene para cada uno de nosotros. Por tanto hay algo que es peor que la enfermedad y justamente tiene que ver con el pecado. 

 

Es interesante la pregunta que también Jesús hace en el evangelio: “¿qué es más fácil decir tus pecados te son perdonados o levántate toma tu camilla y anda?” Uno podría mirar a Jesús y preguntarse qué es más fácil: ¿devolver la salud o perdonar los pecados? O incluso puedo preguntarme yo qué es más importante para mí:  ¿tener un corazón limpio de pecado o gozar siempre de buena salud? 

 

Jesús lo deja más que claro quiero que no puede pasar en la vida no es la enfermedad, no es el dolor, ni es el sufrimiento.  Lo peor que nos puede pasar en la vida es el pecado. Claro, nosotros tenemos que entender el pecado en su dimensión más profunda y más honda, de una manera existencial. El pecado no tiene que ver con un acto aislado: será un buen inicio ir a confesarme o reconciliarme con Dios pensando en los actos malos de mi vida. Pero el pecado no son actos aislados. El pecado tiene que ver con actitudes, tiene que ver con conductas estables, tiene que ver con la cerrazón de un corazón que en el fondo y en definitiva se niega a dejarse tocar por la misericordia de Jesús y se niega a amar. El pecado está en el centro del corazón. El pecado está presente en nuestra vida, cuando -en palabras del Papa Francisco- no hacemos otra cosa que mirarnos nuestro propio ombligo, ser egoístas, y ser permanentemente autorreferenciales. El pecado es yo sentirme más importante que los demás y hacer de problemas, incluso de mis dolores  y mis enfermedades, un mundo que no tiene ningún tipo de solución. El pecado es frente a ese Dios que viene invitarme con su ternura y con su misericordia, que viene a invitarme a trabajar por un mundo más justo, más fraterno, más solidarios, ese Dios que viene a decirme que es abrazo del Padre para todos los hombres y que me llama a mí también abrazar a todos los hombres reconociéndolos como hermanos y yo le digo que no. Y yo le digo que no me interesa. Yo le digo que hoy estoy demasiado ocupado para esos planes y para esos sueños y para esos deseos.

 

El pecado es el enquistamiento del corazón que se va haciendo cada vez más insensible a la ternura y a la misericordia. Y por tanto como no la puede experimentar en la propia vida tampoco la puedes compartir en la vida de los demás. 

 

Que hoy celebremos que Jesús nos salva. No solamente que en algunos casos puede curarnos de nuestros dolores y de nuestras enfermedades, que puede aliviar el sufrimiento nuestras vidas; celebremos que Jesucristo es nuestro Salvador porque nos salva de lo peor que nos puede pasar en la vida: el pecado. Por eso lo confesamos como nuestro Rey, como nuestro Dios, como nuestro único Salvador. Él es el que limpia. Él es el que purifica. Él es el que libera. Él es el que da sentido definitivo a nuestra vida porque nos perdona, porque nos misericordea, porque nos devuelve entrañas de misericordia. Y a partir de ahí el amor con que él nos ama nos capacita para poder amarnos como hermanos. Pecado no tiene que ver con actos aislados o solamente con matar y robar. Pecado tiene que ver con un corazón enquistado, de piedra que perdió todo tipo de sensibilidad ante cualquier miseria humana y prefiere el bienestar personal, el propio confort y la propia seguridad a pensar que existe alguien, distinto de mí, que tiene necesidades reales, -muy reales- y que están esperando ser satisfechas.

 

Hermano y hermana te mando un gran abrazo en el Corazón de Jesús y te deseo de todo corazón que tengas un lindo día de la mano de meditación de este fragmento del Evangelio.

 

Radio Maria Argentina