Amá lo que sos y tus circunstancias

lunes, 26 de octubre de
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“¿Cómo me acerco a Dios? ¿Qué hago? ¿Cómo le hablo? ¿Qué le digo? ¿Cómo vuelvo a Él?” Seguramente fueron preguntas que se nos cruzaron por la cabeza en aquellos momentos donde sentimos que lo necesitábamos. Que necesitábamos conocer a ese Dios, misericordioso y amoroso, del que tanto hablaban. Necesitábamos sentir en nosotros todo aquello que decían de Él. Necesitábamos encontrarlo.

Son dudas que no sólo aparecen cuando buscamos conocerlo, sino que están presentes a lo largo de todo nuestro camino. Porque muchas veces nos sentimos desviar, en muchas ocasiones sentimos que nuestra llama interna no ilumina tan fuerte como antes, nos encontramos con el miedo de que se apague y sentimos la necesidad de volver a encenderla. Pero, ¿cómo? ¿Dónde podemos volver a encontrarlo?

La respuesta parece tan sencilla, pero tan compleja a la vez. Cuando siento que todo al rededor se desvanece lo puedo encontrar ahí, más firme que nunca. En mamá, en papá, en un amigo o amiga, en alguien que quizás no lo sabe pero está siendo un instrumento para mí, en una canción donde me abraza bien fuerte y me vuelve a armar, en una frase que leí. O en el silencio mismo. En los lugares y personas más sencillos, ahí es donde está cuando lo necesitamos y no logramos verlo.

No hay que buscar tanto, pero sí, animarnos a sentir más, y dejarnos maravillar por su amor.

El camino de la fe no es siempre recto, muchas veces podrán aparecer obstáculos. Tendremos situaciones en las que seremos ese soplo de luz y esperanza para alguien, pero también tendremos aquellas en las que necesitaremos que alguien nos recuerde que Dios está con nosotros y nos sostiene fuerte de la mano.

En estos momentos se me viene a la mente la Parábola del Buen Samaritano, en la que un hombre cayó en manos de unos ladrones y quedó muy herido. Muchos, al verlo, siguieron de largo e ignoraron el dolor de aquella persona, hasta que un samaritano lo encontró y se quedó con él, curándole las heridas y cuidándolo. En la vida nos puede tocar ser samaritano, o ser aquella persona lastimada. A veces tendremos que curarle las heridas a alguien, y a veces nos las tendrán que curar a nosotros.

Creo que esta parábola nos deja un mensaje de esperanza realmente hermoso. Porque en aquellos momentos donde sentimos que nos estamos apagando y nos cuesta encontrarle sentido a las cosas que suceden, aparece alguien o algo que nos demuestra que no estamos solos, que Dios obra mediante ellos para ayudarnos a encontrar la salida, y que nada, absolutamente nada, está perdido.

Pero también tenemos que estar dispuestos a agarrarle fuerte la mano a quien nos necesita, y ser para ellos un instrumento de su amor. Mostrarles que el perdón y el amor de Dios es tan inmenso, que siempre estará ahí, acompañándonos y esperándonos.

Más allá de los obstáculos, Dios nos alienta a sacudirnos el polvo y volver a levantarnos. “Amá lo que sos, y tus circunstancias. Yo estoy con vos, con tu cruz en mi espalda. Todo terminará bien, yo hago nuevas todas las cosas.”

 

Yohanna Jumilla