El cuento perdió la magia, ya no hay buenos ni malos, sino simplemente humanos. Con sus luces y sus sombras, con heridas asumidas o negadas, sanadas o sangrando, con miedos enfrentados o camuflados, con amores imperfectos que dañan aún cuando no lo quieran. Ya no hay títeres y entonces tampoco auto-justificaciones sino protagonistas que eligen (consciente o inconscientemente) vivir o sobrevivir, enfrentar o huir, arriesgar o temer, darse o regodearse en sí mismos, ser o negociarse, negarse o aceptarse, construir muros o puentes, ser esclavos o ser libres.
El cuento perdió la magia (y eso al principio pesa) y ganó la Vida (y eso a la larga es lo que cuenta, lo que vale, lo que plenifica).