“Cristo lavó mis pecados en su sangre…”, decía Brochero y esto es lo que siempre recordaba en su corazón cuando pensaba en Cristo. Por eso decía a sus paisanos haciéndoles mirar la cruz de la Capilla de la Casa de Ejercicios: “En la cruz está nuestra salud y nuestra vida… la fortaleza del corazón, el gozo del espíritu… la esperanza del cielo… ¿Tendremos valor para mirar al Salvador sin conmovernos y sin resolvernos a seguirlo, aunque sea caminando por el medio de la amargura, y aunque sea derramando nuestra sangre gota a gota hasta exhalar el alma?”. (Plática sobre la última Cena de Jesús).
Brochero buscó a Dios desde chico, lo sintió muy cercano en algunos acontecimientos, como cuando rezó para que ese compañero suyo no lo matara la creciente del río. Lo siguió buscando en el seminario hasta que en Córdoba hizo los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Ahí Brochero se dio cuenta de que ése era un modo de estarse con Jesucristo, tratando y conversando con Él, sin otra preocupación que la oración y el recogimiento.
¡Y cómo sintió Brochero que nadie lo distraía para mirar al Señor que lavó sus pecados en su sangre! ¡Qué trato con el Señor en esos ejercicios!, conversando con el Señor de la vida, como un amigo habla con su amigo. Desde entonces el cura Brochero se dio cuenta de que los Ejercicios Espirituales era un modo privilegiado de tratar en amistad con el Señor, de conocerlo, de arreglar con El las cuentas, de pedirle perdón. Y quiso que todos aquellos con los que él trataba tuvieran la oportunidad de esta experiencia.
Por eso el cura trabajó primero para llevar a Córdoba toda la gente posible para hacer los ejercicios, en invierno -único tiempo en que la gente del campo estaba más desocupada- cruzando las sierras nevadas a lomo de mula. Después no paró hasta cumplir su sueño de tener en la misma parroquia una casa de Ejercicios. La inauguró en 1877 y llegó a reunir en ella tandas de 900 hombres y de 600 mujeres.
En 1880 llegaron también a lomo de mula las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús para hacerse cargo de la Casa. Entre su fundadora, la beata Catalina de María Rodriguez y Brochero se forjó una hermosa amistad.
A la muerte de Brochero habían pasado por la Casa de Ejercicios 70.000 personas.
Nadie puede decir que conoce y quiere al Cura Brochero, si no ha mirado ese Cristo, el Cristo del Cura, si no ha dejado que esa imagen se le imprima en el corazón de la misma manera que el Cura la tenía en el suyo. Cristo crucificado es la fuerza de la vida y el amor más grande de José Gabriel Brochero. Y el que busque otra razón, aunque sea para la construcción de una acequia, se equivoca si no dice que la causa es Cristo. “Todo lo hago por amor al corazón de Cristo”.