San Juan de la cruz: seguir la sencillez de Cristo

martes, 2 de agosto de 2011
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CATEQUESIS DEL LUNES 25-07-11

 

 

                                              Seguir la sencillez de Cristo

 

“Pero todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a Él, no con mi propia justicia -la que procede de la Ley- sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se funda en la fe. Así podré conocerlo a Él, conocer el poder de su resurrección y participar de sus sufrimientos, hasta hacerme semejante a Él en la muerte, a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los muertos.

Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado. Digo solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia delante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús”

 

 

                                                                      Filipenses 3,7-14

 

Comenzamos a recorrer el camino detrás de la espiritualidad de Juan de la Cruz. Él que nos invita a ir de nada tras nada para quedarnos con todo. El místico asceta del siglo de oro de la espiritualidad española, junto a Teresa de Jesús, reformador de la vida de Carmelo, de los Carmelos descalzos. El Señor nos regala de su espiritualidad y de su doctorado espiritual, toda una serie de enseñanzas, en la mística, en el discernimiento espiritual que nos van a ayudar y mucho para entender cómo y de qué manera seguir en sencillez a Cristo.

 

 

Esta expresión de Pablo en Filipenses, que dice haber sido alcanzado por Cristo Jesús, y haber encontrado el camino que lo lleva hacia delante para ver si él puede alcanzar a Cristo siendo transformados por la gracia de la muerte y resurrección de Jesús, nos da pie para iniciar el camino de seguimiento de Juan de la Cruz, místico y asceta del siglo de oro español en la espiritualidad.

Vamos a comenzar tomando uno de los textos emblemáticos de su literatura, la subida al monte Carmelo, pero vamos a tomar particularmente hoy los primeros versos pero ubicando este texto dentro de una perspectiva en la cual Juan de la Cruz en todo y cada uno de sus escritos nos deja como un rasgo, y es este, el hombre como capacidad. Para entender la pluma de Juan de la Cruz en torno a la subida al monte Carmelo, hay que adentrarse en esta perspectiva que él tiene del hombre, todo él como capacidad de Dios. El hombre es un ser dotado de una capacidad esencialmente abierta al misterio de lo divino, y que quiere dilatarse e inundarse de la luz del Amor. Y el hombre será hombre solamente cuando se llena de esa presencia luminosa, divina cuando se llena de Dios. Esto está en todos los escritos de Juan, y las oscuridades por la que hay que atravesar no son por la negación de la luz en nosotros sino por la perspectiva de encontrar la luz en su plenitud. Frente a esta luz divina, a este esplendor de luz, todo lo demás es sombra desde la perspectiva de Juan de la Cruz. A esa capacidad interior, Juan de la Cruz la llama alma o espíritu. El espíritu, el alma en el escrito de San Juan, es el que esconde en el fondo esta capacidad de lo divino. Y según él a pesar de no poseer una dimensionalidad, una entidad cuantitativa, tiene una intimidad abismal, un profundo centro en el cual está Dios presente como amor, llamando y esperando al hombre.  Así lo entiende Teresa de Jesús cuando nos habla acerca de las moradas que hemos dejado la semana pasada, como también al respecto descubre esa misma intimidad de la presencia de Dios en lo más profundo de nosotros cuando nos habla de ello en sus escritos San Agustín, “Tarde te amé hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé, yo te buscaba por fuera y Tú estabas por dentro”. O cuando dice, “Eres más íntimo a mí Señor que mi misma intimidad”

Juan de la Cruz también descubre que en el centro del alma, que es todo el ser, en la perspectiva antropológica de Juan, en él no hay disyuntiva, escisión entre cuerpo y alma, le dice alma a todo el ser humano en la intimidad, en lo más profundo que esconde el corazón mismo de Dios que ha venido a morar entre nosotros, en el alma se esconde esta presencia que late y pide ser atendida. Dios, viviendo en lo más íntimo de nuestro ser.

El hombre hace todo un camino que lo lleva a encontrarse con estos rasgos de su auténtica personalidad. Estamos llamados a esto, a encontrarnos con los aspectos que develan nuestra más auténtica personalidad.

En Juan de la Cruz, esta luz que brilla en lo profundo, es como decía el evangelio de ayer, el “Tesoro Escondido”, que estaba en un campo y que un hombre vendió todo lo que tenía para quedarse con ese campo. Es como “la Perla Preciosa”, que el buscador de preciosas piedras encuentra una y vende todo lo que tiene para quedarse con aquella, la más preciosa de todas las piedras.

Cuando dentro de nuestro corazón sentimos esta presencia viva de Dios, vale la pena atender a ella y desatender todo, como lo atendíamos hasta aquí para concentrarnos particularmente en esta presencia.

Todo el camino ascético, de negación que Juan de la Cruz hace de nada tras nada, como dice él, va en orden a apuntar a este lugar. Sin que nada lo detenga, por eso empieza el primer verso del ascenso al monte Carmelo, “En esta perspectiva, en una noche oscura, con ansias en amores inflamada, o dichosa aventura, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada”.

¿Quién habla? El alma, habla esta más profunda intimidad de nosotros que esconde la presencia del que la llama a vivir en plenitud.

¿Qué es la oscuridad? ¿Cuál es el amor que la inflama? ¿Qué es una dichosa aventura sino una gran aventura? ¿Porqué dice salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada?

Aquí nos detenemos hoy para compartir esta perspectiva de la espiritualidad de Juan de la Cruz. El hombre como capacidad de Dios, llamado a vincularse con aquella luz escondida en lo más íntimo del corazón.

 

¿Cómo vamos encontrando esta luz profunda, esta fulgurante presencia de lo divino que le llamamos verdad absoluta, bondad absoluta, misericordia absoluta, compasión absoluta? A partir del compartir ¿Cuáles son los destellos de luces con los que en el camino te fuiste encontrando, cuándo la vida se convirtió en luz en medio de tus noches y caminaste en la oscuridad de situaciones críticas, dolorosas, difíciles de sobrellevar, pero caminaste sabiendo que a pesar de todo lo vivido había en el fondo del túnel una luz que me invitaba? ¿Cuál fue esa luz que fuiste siguiendo, cómo fue esa noche, cómo fueron tus oscuridades y cómo la presencia de la luz te fue guiando en el camino? ¿Cómo Dios terminó por revelarse?

 

La noche se entiende a la luz de la luz, por decirlo de alguna manera, sólo hay noche cuando hay luz. Se puede descubrir la noche como sombra de la proyección de la luz y por eso cuando Juan de la Cruz dice: “En una noche oscura, con ansia en amores inflamada, OH dichosa aventura, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada”, está diciendo que salió guiado por esta luz, que es un amor que inflama el corazón desde dentro.

Así se siente el que va peregrinando por estas noches, como que va en un mismo paisaje pero que no lo reconoce porque es como por otro camino que Dios lleva mientras va transformando. Empieza a sentir como la extrañeza de no gustar y sentir lo que gustaba y sentía y al mismo tiempo la sensibilidad, el vínculo nuestro con la realidad a través de los sentidos, comienza como a purificarse. Hay como purificaciones distintas en esta noche. Noche se le llama justamente desde la perspectiva teológica de San Juan de la Cruz, al proceso de purificación o la vía purgativa, que otros maestros de la vida espiritual llaman. Esta noche primera es una noche de los sentidos, es decir, hay una cierta extrañeza en el modo de percibir las cosas, es lo que antes uno se sentía cómodo y le gustaba, se sentía como pez en el agua, comienza como a no terminar de saciar el alma, y se siente como en la noche. En la noche de los sentidos.

 

El modo de gustar comienza a variar, el modo de apreciar, el modo de vincularse con las cosas que rodean nuestra sensibilidad, comienza como uno a no gustar lo que antes gustaba y a desear mayor gusto, más allá del encuentro con la sensible manera de vincularnos a las cosas. Es la primera noche o purgación, es de la parte sensitiva. Explica el mismo Juan de la Cruz, comentando este primer verso. Y se trata esto en esta primera canción.

La segunda es la noche de la espiritualidad, la cual va guiada por la fe, la noche oscura del a fe.

La tercera es la noche establecida sobre el mismo Dios, que de Él es mas lo que no conocemos que lo que conocemos. Siempre es un misterio a develar. Tenemos luz del conocimiento de lo divino, pero lo poco que tenemos es nada frente a lo mucho que nos queda todavía por descubrir y en esta perspectiva también, dice San Juan de la Cruz, hay noche y también una cuarta noche es el modo de verlo a Dios actuar más allá de nosotros mismos, Dios operando, Dios trabajando casi sin que nos diéramos cuenta, pero activamente moviéndose en todo nuestro ser y llevando Él adelante las cosas casi sin que nosotros hagamos nada.

Noches en el camino de seguimiento a Jesús.

En la subida del monte Carmelo, San Juan de la Cruz, comienza diciendo esto, que uno sale en el ascenso hacia la cima, donde Dios nos espera, en medio de las noches y por eso reza en el primer verso, “En una noche oscura, con ansia en amores inflamada, OH dichosa aventura, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada”.

 

Es claro que se sale en esta noche oscura hacia delante, que es donde nos espera en la cima Dios subiendo el monte, guiado por una luz que nos marca el camino.

 

Juan dice que salió porque la casa estaba sosegada, lo dice al final. ¿Qué es la casa sosegada? Es justamente este proceso de purificación de los sentidos.

Teresa va a decir que a veces la sensibilidad, traducida en imágenes diversas que nos llevan de aquí para allá, es como una loca en la casa. Es mucha inestabilidad cuando nosotros hacemos depender el vínculo con lo trascendente de las emociones que nos genera y a veces mal entendemos que porque yo no siento en determinado momento, Dios no me está acompañando en el camino. No es por allí donde hay que ir, en todo caso hay que ir a un sentir distinto, más profundo desde la epidermis más superficial a un alma sensible, sencilla y contundentemente capaz de captar todo el modo como Dios va guiando con un sentir más hondo y más profundo. Por eso la casa queda sosegada cuando la sensibilidad con la que nosotros nos vinculamos por el camino del seguimiento del Señor, va ordenando todo nuestro afecto, toda nuestra afectividad como corazón desde donde todos los vínculos van siendo regados, por así decirlo. Decir que el alma en esta canción salió sacándola Dios, es decir que, salió por amores inflamada, ¿Porqué? Y explica Juan, sólo por amor de Él, sólo porque Él inflama con su amor se puede caminar en esta oscuridad, es decir, privándonos del sentir de un modo, para ir sobre un nuevo modo de sentir, allí es donde se va purgando, se va entrando en este proceso de purificación, de todos los apetitos sensuales acerca de todas las cosas exteriores del mundo y de lo que eran deleites a la carne y también de los gustos de la voluntad, explica San Juan de la Cruz, es como que se va produciendo desde el comienzo un proceso de transformación nuestra, interiormente, claro.

Vamos dejando un modo de querer y de gustar y comenzamos a recorrer el camino de seguimiento del Señor guiados por Él por otro lugar.

En la sociedad en la que vivimos, es tan fuerte la perspectiva hedonista en la que vivimos, que debemos justamente purgar este modo. ¿Qué es el hedonismo? Es vivir como valor absoluto que guía la vida el placer. Esto puede también estar afectando a la espiritualidad. Si yo siento y me emociono entonces camino, si dejo de sentir y de emocionarme, entonces no puedo caminar porque se ha corrido del corazón mi Dios. Sí, pero mi Dios no es el Dios verdadero. Yo constituí en Dios a mi experiencia de Dios y me quedé con la sensibilidad exacerbada de lo que significó el paso de Dios y no me animé a dar un paso más allá hasta donde Dios me quería conducir y entonces como hijo de este tiempo, de un mundo particularmente placentero y hedonista no puedo dar un paso más allá porque mi Dios es el placer, y tengo que aprender a gustar de un modo distinto. No es que no tenga que gustar, sino a degustar la presencia de Dios de un modo distinto. En esto sirve de mucho la indicación de San Ignacio, “No el mucho hablar, harta y satisface el alma sino en el gustar interiormente las cosas de Dios”. Por más mucha experiencia que yo tenga de cosa trascendente y divina, si no sé degustar la presencia de Dios, no sirve para el camino. Por eso hay que sosegar la casa, ¿y se sosiega como? Saliendo en una noche oscura. “En una noche oscura, con ansia en amores inflamada”, ¿Ansia de que? Ansia del encuentro. ¿Amor inflamado de qué? De la presencia de Dios. “k.o. dichosa aventura”, porque comencé a caminar por un camino desconocido. “Salí sin ser notada”, dice el alma, dice cada uno de los peregrinos detrás de Jesús, estando ya mi casa, mi sensibilidad, mi modo de comprender desde los afectos y los sentidos, estando ya calmo, serena mi casa sosegada.

 

En una noche oscura, por tres cosas, comenta San Juan de la Cruz, hay oscuridad en esta noche. Por una parte, por el término de donde el alma sale. Cuando decimos alma, decimos todo nosotros, no decimos una parte del ser sino todo el ser. Donde el hombre podríamos decir sale. De dónde salimos, salimos desde este lugar donde no tenemos la luz, los sentidos no tienen la luz en sí mismos. Al ir careciendo el apetito de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas hay noche. Cuando decimos negación del apetito sensible, de la sensibilidad, cuando decimos apartamento de toda la criatura, no estamos diciendo aniquilamiento en el propio ser de todo afecto hacia las cosas creadas, sería una contradicción y una negación de lo bello que Dios ha hecho, estamos diciendo no apego, negación cuanto no apego. Es decir, no dependo de las cosas creadas sino que voy permitiendo que mi corazón se vaya elevando, vaya dando pasos de mayor libertad en el vínculo con las cosas que Dios ha creado. Por momentos, de alguna si tengo un desorden muy grande, por ejemplo pienso, en el comer, en el beber, en la sexualidad, por decir tres cosas que hacen a la autosustentabilidad de la persona y a la prolongación del género que no es poca cosa. Si tengo mucho desorden entonces ahí sí hay que tomar algunas medidas a veces en lo que hace de apartamento absoluto. Si del alcohol por ejemplo, de alguna sustancia que me hace mal en lo que como o con la que me vinculo para exacerbar mi sensibilidad si es una droga. Y a veces no se puede sólo, hay que entrar por el lado de un tratamiento.

Pero tengo que irme desprendido de aquello que desordena particularmente mi sensibilidad y que no me deja ir más allá, me tiene como atado, son adicciones, de las cuales me tengo que desprender. Y para eso a veces hace falta cortar, pero como acción de medida terapéutica que siempre tiene que ser acompañada, muchas veces tiene que ser inducida para que yo pueda ir sin desvincularme de todas las cosas, desprendiéndome para vincularme saludablemente a eso de otro modo. Si he sido muy afectado por algo de todo esto posiblemente nunca más me pueda vincular, porque siempre me va a resultar muy dañino, por ejemplo pienso en las situaciones de las personas alcohólicas, no pueden volver a tomar alcohol, o los que han sido afectados por alguna sustancia de droga que ha desordenado particularmente toda su estructura personal, sensible y psicológica. Entonces nunca más puedo tomar esa sustancia y para siempre tengo que producir un corte. Seré siempre un alcohólico dicen los que van saliendo de ese lugar, seré siempre un adicto, dicen los que han sufrido una adicción. Esta negación de lo creado tiene como diversos aspectos según sea el modo como uno se encuentra. En todos los casos siempre es ordenamiento. Orden.

La gracia de Dios supone la naturaleza. Para que haya verdaderamente la posibilidad que Dios opere con su gracia en nosotros, la naturaleza tiene que estar ordenada. A esto apunta esta noche, es un trabajo de ordenamiento.

La segunda parte de la noche, de la oscuridad, es la que tiene que ver por el camino donde Dios nos lleva a la unión con Él, que es la fe, la fe, dice San Juan de la Cruz también es oscura. En qué sentido es oscura, que no es fruto, la opción de fe, de una razón que puede abarcar a lo que adhiere en su plenitud. ¿Qué quiere decir esto? Yo no puedo decir que creo por el ejercicio de la razón que me lleva a decir creo, en todo caso puedo llegar a decir Dios existe, pero creerle a Dios es mucho más que decir que Dios está, creerle a Dios y su propuesta es adherir a su decir y esto supone mucho más que racionalizar la presencia de Dios, es adherir a oscura a la presencia de Dios que me invita a ir mucho más allá de lo que la razón me dicta, en este sentido la razón es oscura, aunque después de haber adherido a este Dios que me llama a dar un paso tras de Él, yo pueda claramente descubrir con el paso del tiempo ¿Porqué Dios me llevó por aquel camino?. A veces oscuro, a veces difícil de comprender, y a veces confuso también en el modo de ir hacia ese lugar. Muchas veces resistido, tantas veces negado y cuantas veces luchado contra el mismo Dios. Ese camino de fe, de adhesión supone un desprendimiento por parte de la persona de sí mismo y ese camino lo guía la fe.

El tercer modo de oscuridad, es porque de Dios, como dice Santo Tomás de Aquino, del cual se vale mucho San Juan de la Cruz en su perspectiva teológica, es más lo que no sabemos de lo que sabemos. Aunque mucho sepamos, todo lo que sabemos es nada frente a lo que Dios nos quiere revelar.

Testimonio de estos, lo hemos compartido en otras oportunidades, nos acerca Santo Tomás de Aquino cuando después de aquella experiencia extraordinaria de la gloria de Dios, cuando vuelve sobre la suma teológica, allá al final de sus últimos escritos dice, todo esto es paja, todo es nada. Y tuvo la tentación de quemarlo. Tal vez a uno de los textos teológicos más importantes que hemos recibido a lo largo de la historia de la iglesia. Que quiere decir esto, que a pesar de haber conocido a Dios por el medio de la reflexión teológica, esto no es nada aunque mucho sea de luz lo que hemos conseguido por el camino de la fe reflexionada, frente a la gloria de Dios manifestada y comunicada.

Son tres noches, la noche de los sentidos, la noche de la fe, la noche en Dios. Estas tres partes de noche, dice San Juan de la Cruz, son una noche pero tienen tres partes. Como la noche. La primera que es la del sentido se compara a primera noche, que es cuando se acaba de carecer del objeto de las cosas, cuando se va el sol, digámoslo así, uno no sabe en la noche diferenciar entre objeto y objeto.

La segunda que es la fe, se compara a media noche que es totalmente oscura, como que los sentidos puestos ya en un lugar distinto, de percepción de la realidad y de sensibilidad para el encuentro con ella van dejando lugar a la fe como la que realmente guía todo el camino.

La tercera noche, que es Dios, la cual es ya inmediatamente a la luz del día, es decir la noche avanzada, principio de aurora, que es la noche de los discípulos en el mar de Tiberíades, cuando ya pasaron toda la noche sin pescar nada, por la fe, mientras la aurora mostraba un hombre que estaba allí en la orilla diciéndoles, muchachos tiren la red a la derecha, obedeciendo recibieron la luz de la gracia de la resurrección y la cercanía de Dios.

Esto nos puede pasar durante todo un día, nos puede pasar por etapas, no es que en esto haya un orden absoluto, si un orden por secuencia, particular como Dios va construyendo eso, sí hay una consolidación en Dios que se da cuando en el ascenso nos encontramos en la cima en la unión más profunda con Él.

En esto se encontraron en el camino, Juan de la Cruz y Teresa de Jesús. Como todos los santos. Entienden que a donde Dios llama no es a cualquier lugar sino al profundo encuentro en comunión y unión, en desposorio interior, en encuentro de transformación profunda en Él, que está en lo más escondido del corazón, como el tesoro del que ayer nos hablaba el evangelio.

  

 

                                                                                       Padre Javier Soteras