(Catequesis de Juan Pablo II, 21/3/79)
En este momento quizá nos vienen a la mente las palabras con que Jesús respondió a los discípulos de Juan Bautista cuando le preguntaban: «¿Cómo es que tus discípulos no ayunan?» Jesús les contestó: «¿Por ventura pueden los compañeros del novio llorar mientras está el novio con ellos? Pero vendrán días en que les será arrebatado el esposo, y entonces ayunarán» (Mt 9,15). De hecho, el tiempo de Cuaresma nos recuerda que el esposo nos ha sido arrebatado. Arrebatado, arrestado, encarcelado, abofeteado, flagelado, coronado de espinas, crucificado… El ayuno en el tiempo de Cuaresma es la expresión de nuestra solidaridad con Cristo. Tal ha sido el significado de la Cuaresma a través de los siglos, y así permanece hoy:«Mi amor está crucificado y no existe en mí más el fuego que desea las cosas materiales», como escribía el obispo de Antioquia, Ignacio, en la Carta a los romanos (Ign. Antioq., Ad Romanos VII 2).
Es necesario dar una respuesta más amplia y profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la «metanoia», esto es, esa transformación espiritual que acerca el hombre a Dios. Trataremos, pues, de concentrarnos no sólo en la práctica de la abstinencia de comida o bebida –efectivamente, esto significa el ayuno en el sentido corriente–, sino en el significado más profundo de esta práctica que, por lo demás, puede y debe a veces ser sustituida por otras. La comida y la bebida son indispensables al hombre para vivir, se sirve y debe servirse de ellas; sin embargo, no le es lícito abusar de ellas de ninguna forma. El abstenerse, según la tradición, de la comida o bebida tiene como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir actitud consumística. Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de la civilización, y en particular de la civilización occidental. ¡La actitud consumística! El hombre orientado hacia los bienes materiales, múltiples bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. Cuando el hombre se orienta exclusivamente hacia la posesión y el uso de los bienes materiales, es decir, de las cosas, también entonces toda la civilización se mide según la cantidad y calidad de las cosas que están en condición de proveer al hombre, y no se mide con el metro adecuado al hombre. Esta civilización, en efecto, suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más… para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el placer momentáneo, una multiplicidad de sensaciones cada vez mayor.
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