Aprendiendo a reírnos de nosotros mismos

lunes, 30 de julio de 2007
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Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se estremece de gozo en Dios mi salvador porque el miró con bondad la pequeñez de su servidora.

Lucas 1, 46 – 48

Aprender a reírse de sí mismo nace desde un corazón humilde, sencillo, simple, que no se las cree, que se sabe limitado, frágil, que entiende que posiblemente en la vida haya más de una pifiada, una metida de pata, un error, y que forma parte de la vida el equivocarse, y que sólo aprende el que arriesga; y el que arriesga y se equivoca aprende de la experiencia del camino recorrido.

El arte de reírse de sí mismo dicen que es el camino a través del cuál una persona muestra verdaderamente que está sana, que es sana. Es un arte difícil, que no se enseña en ninguna universidad, es un arte imprescindible si uno quiere escapar de esos dos grandes demonios de la vida humana, el que nos insita a adorarnos a nosotros mismos y el que nos empuja a odiarnos desde nuestro propio corazón. El arte de reírse de uno mismo vence el derrotismo y el triunfalismo.

En el triunfalismo nos amamos tanto que nos constituimos en dioses incapaces de equivocarnos, cumplidores exactos de lo que corresponde a nuestro rol y a nuestro deber.

En el derrotismo nada valemos, lo nuestro no sirve para nada, estamos lejos de todo afecto.

El 90% de la humanidad cae en uno de estos dos pecados, tal vez en los dos simultáneamente o sucesivamente, porque de ponernos en lo más alto a pasar a lo más bajo, de ser como un dios a translucirnos  después en un demonio sólo hay un paso que dar y que pone en contacto a esos dos extremos desde donde nos ubicamos muchas veces en la vida por ser incapaces de tocarnos y de descubrirnos que después de todo somos de carne y hueso y que somos frágiles, hechos de barro, con el soplo del Espíritu en el corazón, pero de barro, frágiles.

Cuando hacemos el aprendizaje de reírnos de nosotros mismos, cuando nos equivocamos y en el error sabemos sonreír, es porque nos hemos aceptado tal cuál somos.

El Psicólogo Gabriel Castella, habla de ocho componentes esenciales que hacen posible el humor:

1.      la conciencia: que permite vislumbrar un nuevo sentido en las situaciones.

2.      la aceptación: que es recibir y asumir los hechos tal cuál son.

3.      el amor: en comunión con el humor: la existencia se hace allí más plena

4.      la bondad: el buen humor es solidario, no se queda en la celebración de la vida a través de la risa sino que tiende una mano, amplía el horizonte.

5.      la reflexión: nos ayuda a encontrar una nueva mirada a situaciones difíciles.

6.      la creatividad: encontrando nuevas posibilidades y nuevas respuestas.

7.      la humildad: estar ubicado, afirmado en uno y en sus valores para poder valorar a los demás.

8.      la alegría: es el componente característico que distingue al verdadero humor.

Todo esto es aplicable a uno mismo, aprender a alegrarnos, a ser sencillos, humildes, no dándonos de más ni de menos, a ser creativos, aprender a sostenernos en la reflexión y a extender nuestra mano bondadosa desde lo que somos y como somos que nos hace amables y amantes, aceptándonos así y aceptando a los demás tal cuál son, con una conciencia clara que nos permita vislumbrar un nuevo sentido en las situaciones.

El buen humor nos hace ver el costado bueno de la historia y nos permite ponernos de pié en medio de la lucha, del combate de lo de todos los días. Aprender a reírnos de nosotros mismos, sabernos tomar el sanamente el pelo y descubrir que la vida no es tan dramática, que aún cuando a veces sea difícil, siempre tiene un costado saludable desde donde poder vincularnos a ella.

El humor no te resuelve la vida pero te ayuda a vivirla mejor y en realidad cuando uno vive mejor va siendo feliz. Sería muy bueno que contáramos historias donde metimos la pata, nos equivocamos mal y pudimos desdramatizar la vida. Yo siempre cuento aquello que me pasó la primera vez que me tocó predicar.

Cuando llegué a la iglesia, recién ordenado de diácono y había preparado minuciosamente cada segundo que iban a ocupar los 10 minutos de mi prédica y entonces, con todo puesto por escrito, después de que leí y proclamé el Evangelio dije: “me pongo en las manos de Dios y me lanzo a la pileta” en esta nueva aventura de predicar el evangelio ante más gente de la que yo hubiera deseado.

Recién empezaba a predicar cuando se puso de pié un feligrés y dijo: “saquemos a este perro de acá”. Todos entraron a mirarse y dije: “Si recién empiezo, ¿cómo me tratan así?”

Habían entrado más de un perro al templo y esta persona no quería que esos perros estuvieran en el templo. Eso fue suficiente para que yo me riera de mi condición “canina” y empezáramos con otro humor y con otro espíritu a soltar lo que desde dentro, Dios quería decirle a su pueblo, mucho más allá de lo que yo había pensado y había escrito con tanta minuciosidad.

Fue una ayuda para romper mi propio esquema y ponerme en los esquemas de Dios.

Largamos todos la carcajada porque se vio claramente que no se hablaba de mí sino de otro perro, y pude hablar, y ya no solamente ladrar.

Historias como estas estoy seguro vos tienes más de una y sería muy lindo poder escucharlas.

Cuando uno se ríe de sí mismo la mirada se hace distinta y podemos encontrar lo que con drama a veces hemos buscado.

Cuando queremos resolver las cosas dramáticamente difícilmente podamos resolverlas. Solo cuando las vemos con humor podemos vivirlas como Dios quiere que las vivamos, con felicidad.

No es fácil esto de quererse bien y humildemente, esto de saber tomarse el pelo para poder vivir sanamente. No es tan simple desdramatizar la vida cuando a veces la vida se nos traduce como un drama.

Aceptarse como uno es, luchar por ser mejor de lo que vamos pudiendo, pero sabiendo siempre que esa mejoría se consigue siendo como somos, feos, gordos, narigones, medios listos o medios sonsos como somos. No es simple decir: “yo puedo ser feliz siendo así como soy”, porque la disconformidad casi es la primera consecuencia que brota del pecado en el origen mismo que es no terminar de aceptarnos y de aceptar las cosas como son. Justamente la solución a la disconformidad es la conformidad con todo lo que somos, lo que tenemos, y lo que Dios quiere para nosotros.

Para enseñarnos un camino que nos lleve a esa conformidad, a ese gozo y a esa alegría, el Señor nos invita a amar a los otros, pero no de cualquier manera, como nos amamos a nosotros mismos.

Es decir, el gesto más grande que Dios nos pide hacer, donde El quiere sellar la alianza con nosotros, que es el de la caridad, Dios nos dice que nace de un corazón que se ama a sí mismo. Nadie puede decirse verdaderamente “Cristiano” si no se quiere a sí mismo, y se quiere bien, si no se ama, y se ama bien. “La especie humana, dijo alguien, tiene sólo un arma realmente efectiva: la risa. En el momento en el que surge la risa toda nuestra dureza se desploma, toda nuestra irritabilidad y nuestro resentimiento se desvanece y un espíritu soleado ocupa su lugar”.

¿Cómo se hace para reír?¿Desde donde nace este lugar de risa, de sonrisa, que esté vinculada a uno mismo quitándole drama a la vida y aprendiéndose a tomar sanamente el pelo?:  nace desde este lugar donde nos conocemos a nosotros mismos, incluyendo lo feo y lo lindo. Ese es el camino del auto conocimiento y la capacidad de autocrítica que nos permite entrar en esta dinámica de ser saludables en nuestro modo de vincularnos con nosotros mismos.

La conformidad con uno mismo, es decir, la aceptación de lo que uno es, de manera activa, no resignada. Aquí está la diferencia entre el que se acepta y el que se entrega: así soy, qué voy a hacer. Es una forma, deformada, de decir que nos aceptamos.

La aceptación activa de uno mismo supone incorporar, dentro del esquema que uno tiene de si mismo lo que es, con luces y sombras, buscando crecer, pero reconociendo con realismo que uno es así como es.

Cuando tenemos esta posibilidad ejercemos un mayor control sobre nosotros mismos. Esto viene de la capacidad reflexiva que emocionalmente nos estabiliza. Al resultado de esto lo llamamos realismo, en el percibir y en el actuar.

Eso impide manipular la realidad, manipularnos a nosotros mismos, manipular a los demás. Lo que es, es, sin vueltas. Las cosas son así. La afirmación de la realidad y vivir lo agradable y lo que no lo es con equilibrio, con sencillez, esto nos trae, yo diría, seguridad emocional como una consecuencia de los criterios anteriores. Y el fruto termina por ser amor, una relación activa con la vida, donde, es verdad que nos pesa la existencia pero no tanto como para no poder vivir para los demás, con intensidad, con bondad, con profundidad.

Cuando todo esto hacemos es que el humor nos gana bondadosamente, y tiernamente y llena de valores verdaderamente sabios nuestro corazón y nos capacita para vincularnos de una forma distinta, con nosotros, con los demás. El buen humor, saber alegrarnos riéndonos de nosotros mismos, el tomarnos el pelo sanamente es muy sano, es muy sano y nos deja consecuencias en el corazón por las que vale verdaderamente apostar a reírse de uno mismo.

El reírse bien es distinto del “burlarse de” que suele ser lo que presenta lo cómico como distinto de lo humorístico. En la comicidad, el que se ríe del otro es porque en el fondo no sabe reírse de sí mismo y entonces tiene que buscar, de alguna manera, despertar la sonrisa en sí la que no puede despertar por saber reírse de sí, por no tomarse más en “solfa” por tomarse demasiado en serio a sí mismo.

Aprender a reírnos de nosotros mismos, aprender a sonreír sin burlarnos de los demás sería el ejercicio saludable para este tiempo que suele ser un poquito duro, difícil, por no decirlo dramático, y que los psicólogos han dicho que se cura en parte con la buena risa. Sigmund Freud, reconociendo el valor del humor, lo reconoció como el más elevado de los mecanismos de defensa.

Un regalo raro y precioso que nos permite desdramatizar las dificultades cotidianas”, decía el padre del Psicoanálisis. Gordon Allport, discípulo, decía que el neurótico que aprende a reírse de sí mismo puede estar en camino de auto gestión y tal vez esté también orientado a curarse.

El humor nos ayuda a mantener el equilibrio vital  en diversas circunstancias que tienden a desestabilizarnos. Miriam Polster, en 1990 describió el poder del humor en la utilización terapéutica pues transmite esta idea: “el problema es serio, pero tu eres un poco más fuerte de lo que pensabas ser”.

Cuando nosotros tenemos buen humor los problemas se ubican en el lugar donde tiene que estar. Claro que si es un regalo, un don, hay que pedirlo, hay que pedir el buen humor, hay que aprender a verse con realismo y con alegría, sin drama.

Sos tan gordo como te dice la balanza y no esta tan mal que sea así si aprendes a vivirlo con alegría; sos tan flaca como te lo dice la sombra que casi ni aparece delante de ti y como te lo dicta tu propia figura; sos tan alto como lo indica la puerta por donde no podes pasar; sos tan petizo que a los otros tenés que mirarlo para arriba para darte cuenta lo que te están queriendo decir.

En cualquier cosa que queramos identificarnos como somos, si aprendemos a ver todo con humor, si aprendemos a verlo con alegría, con realismo, sin drama, seguramente vamos a encontrarle el costado justo a la dimensión de lo que nos toca y ser plenamente felices.

Aprovechar lo que uno es y aprender a ver el costado positivo de lo que uno tiene, no para triunfar sino para ser y hacer felices.