Atravesar la pascua nocturna para ver la luz

martes, 2 de agosto de 2011
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Atravesar la pascua nocturna para ver la luz

 

En una noche oscura,
con ansia, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

 

A oscuras y segura
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a escuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

 

Estas estrofas de la subida al monte nos introducen para recorrer este camino de ascenso que San Juan de la Cruz nos invita a transitar con él, reconociendo que eso es la vida espiritual: un camino de ascenso donde Dios nos espera para la unión profunda con Él. La montaña como lugar de revelación en la Sagrada Escritura, de manifestación de la teofanía, de autorevelación de Dios y de descubrimiento de toda nuestra identidad. Lugar donde Dios habla con Elías, con Moisés; donde Jesús se transfigura ante los discípulos en el Tabor, donde proclama las bienaventuranzas, donde se retira a orar… Sin duda, la imagen de la montaña habla de la manifestación de Dios.

 

Queremos adentrarnos en la dimensión que supone el vaciarse de sí mismo: no para quedar en el nihilismo, en el vacío sin sentido, sino para llenarnos todo de la presencia y del amor de Dios. Y por eso queremos detenernos en Él, total plenitud que supone este camino de desprendimiento, despojo de nosotros para ser todo poseídos en Dios.

Esto de dejar la casa en orden, la casa sosegada, y por eso el hombre que puede salir en la noche oscura al encuentro de Dios que lo llama con la fuerza del amor, supone que nos hemos encontrado en la primera noche de los sentidos con los apetitos desordenados, con nuestras tendencias descontroladas, con la potencia interior de todas las capacidades que tenemos y de todos los sentidos sin estar puestos en su lugar. Y todo esto, dice Juan, necesita ser puesto en su lugar. Todo nuestro organismo, nuestra sensibilidad, nuestro modo de captar la realidad, nuestras pasiones, nuestros desenfrenos, nuestros desórdenes interiores, hay que ponerlos en su lugar porque atormentan, cansan, ciegan, ensucian y enflaquecen.

Hay cinco realidades dentro nuestro cuando no tenemos orden en la vida afectiva que nos denotan que no podemos seguir así. Y Juan las describe de este modo:

 

# atormentan, porque así como una persona sufre si se acuesta sobre espinas, así también sufre cuando se acuesta sobre sus apetitos que pulsan y espolean. A esto lo podemos descubrir en una cosa bien concreta: uno ve una película llena de violencia o de un argumento sumamente hiriente en su propuesta y por más que uno pueda tomar distancia de lo visto (por cómo hoy se construye la comunicación entre sonidos e imágenes, repeticiones y golpes bajos a la sensibilidad) si uno no se toma un tiempito para que las emociones generadas desde ese lugar de comunicación se asienten, uno no se acuesta bien. Por eso también hay que ser selectivos a la hora de mirar. No, yo miro de todo, soy una persona adulta después de todo, a mí no me hace nada. Mentira. Uno termina como cargado negativamente en términos afectivos y es como si se acostara sobre espinas. Es real esto que dice el texto de San Juan de la Cruz.

Por eso a la tarde o noche tenemos que ir como desandando todo el ajetreo que hemos vivido a lo largo de la jornada. Es tiempo de la caída del sol, tiempo también del encuentro. Ése es el sentido que tiene también la oración de vísperas y de completas. Mientras el sol va cayendo, el hombre va dejando el fragor de su labor, de su tarea de todos los días, para encontrarse en lo escondido con el Dios que lo espera para sentarse a la mesa, para compartir en torno a la reflexión del día vivido juntos.

 

# cuando hay desorden afectivo en nosotros, ya sea porque nos lo hemos provocado o porque no hemos vigilado lo suficiente y hemos sido asaltados por alguna circunstancia que nos ha desequilibrado en lo afectivo, en lo emocional, en la sensibilidad, en las pasiones, sentimos como un cierto cansancio. Sobre todo cuando este ritmo nos golpea una y otra vez. Incluso esto pasa con la emociones positivas, cuando no son bien orientadas. Si la emoción positiva no estuvo bien encausada y uno tuvo un desborde emocional rico, positivo, deja un cansancio en el corazón, igual que cuando ha sido negativo, es como que te pasó por encima un camión, te aplastó la situación. Puede ser una emocion positiva o negativa. Sea cual fuere, si nosotros no tenemos la suficiente capacidad de darle cauce a lo vivido y nos desbordamos, nos genera cansancio. Por ejemplo con el fútbol: cuando uno va a la cancha y se deja llevar por la pasión, canta, celebra los goles, se siente que hay un desborde emocional. Después uno vuelve y siente cansancio en el cuerpo, porque no ha tenido la capacidad de dominio sobre las pasiones y las emociones. Cansa, dice San Juan de la Cruz.

 

# También ciega el desorden emocional. Esto lo podemos traducir en la discusiones que a veces tenemos en la mesa de la familia, cuando se habla de fútbol, de política o de religión y comienza entonces a emerger desde dentro no lo mejor de nosotros. No es la razonabilidad la que gobierna, sino que es la pasión. Y la pasión, en cuanto desorden afectivo, ciega la capacidad de discriminación, de discreción. Nos falta esa capacidad de discernimiento, de distinguir, separar, tomar las cosas con calma. Y de repente, en medio de la discusión familiar, vemos que todos estamos diciendo lo mismo, pero discutiendo, porque hay ceguera. No es que falten razones para argumentar lo que estamos diciendo, pero hay ceguera emocional para ponernos de acuerdo. Y por eso el valor de poner la casa en orden, para ir al encuentro de lo que verdaderamente nos trae luz. Cuando esto no ocurre, pasa todo lo que describe San Juan de la Cruz: sentimos que estamos atormentados o acostados sobre espinas, con cansancio y ceguera.

 

# Incluso nos sentimos como sucios, porque el alma pierde su blancura cuando se recuesta sobre el lodo de los afectos desordenados. Cuando el desorden afectivo toca la afectividad en la parte más baja de nuestro ser (en el sentido de la genitalidad no ordenada), uno no se siente bien, se siente como sucio, dice San Juan de la Cruz. Y esto para todos nosotros es una experiencia real, todos lo hemos pasado, en el proceso de la madurez, sobre todo en la adolescencia cuando la pulsión sexual comienza a buscar abrir caminos de crecimiento y se produce un desequilibrio hormonal y hay algunos desajustes en la sexualidad. Uno se siente como que no está bien, es necesario el orden.

 

# enflaquece el alma cuando hay desorden. Se siente como que no tiene consistencia ni fortaleza. Porque así como el agua, dice San Juan de la Cruz, que se derrama por las hendijas de una vasija quebrada pierde su fuerza, así el alma, derramada en pequeñas aficiones, no tiene vigor para centrarse en Dios. Es como que se diluye, pierde fuerza y vigor.

 

Hablando acerca de la tentación, San Ignaciode Loyola nota que a veces el mal espíritu, en los pecados veniales, no se lleva la gracia, pero debilita el alma, le quita consistencia, fuego, fortaleza, entusiasmo. Es cuando no velamos por nosotros mismos, no nos damos cuenta de que para ir al encuentro del que nos llama, tenemos que tener la casa en orden. Esto implica encontrar la paz, la claridad, el gozo, el descanso, la limpieza y la fuerza que nos hacen falta, que son como la contracara de todo lo que impide al alma avanzar hacia el encuentro del que llama. Encontrar la casa sosegada. La casa puesta en orden. La paz en medio de la tormenta se encuentra cuando nosotros, sacudidos sin duda por el desorden que el pecado ha dejado en nosotros, trabajamos por la paz para que desde adentro, desde el corazón, encontremos la forma de ir hacia el que con amor inflamado nos convoca. El alma que pone en orden estos apetitos interiores -como los llama San Juan de la Cruz- y los somete a la razón en cuanto que es ella el timón desde donde se gobierna el conjunto de la nave personal en lo que se refiere a la voluntad, los afectos, los vínculos, en el trabajo, necesita que aparezcan los contrarios de tormenta, cansancio, ceguera, suciedad y flacura. Y por eso comienza en el trabajo que hacemos sobre la propia naturaleza cuando vamos avanzando en ese orden, el gozo, el descanso, la claridad, la limpieza y la fuerza. Hay que deshabitar la casa de todo lo que la inquieta, hasta que quede vacía. Como hacemos a veces, cuando ordenamos alguna pieza de la casa. Así pasa con nosotros. A veces es tal el lío que tenemos, que debemos sacar todo afuera. ¿Y cómo lo hacemos? Escribiendo, por ejemplo. O compartiendo con quien me acompaña espiritual y pastoralmente. O con un amigo, café de por medio, con quien puedo compartir una conversación prolongada y de corazón, sacando lo que tengo, me vacío. Vacío el cuarto, para después poder ir limpiando y poniendo cada cosa en su lugar. Así también el alma necesita vaciarse. En la misma medida en que va saliendo el desorden, va entrando el orden. Dice San Juan de la Cruz: sacamos el egoísmo e instalamos el amor para un nuevo orden. Y comienza Dios a ocupar el lugar del centro, y el alma se siente plenamente feliz. Nada la empuja hacia arriba, nada la empuja hacia abajo. Está en su centro. Cuando uno encuentra orden, se estabiliza emocionalmente.

Dicen que una de las enfermedades más graves por la que se atraviesa hoy es la bipolaridad, que son como estos picos emocionales por donde la persona pasa de un estado eufórico a un estado depresivo, en un corto lapso de tiempo. Falta estabilidad emocional. Hay mucho desorden cuando eso ocurre. A veces puede ocurrir que cuando damos un paso importante de crecimiento en la gracia, hay un sacudón fuerte, como una corriente que golpea sobre el alma, como si se desestabilizara y entonces decimos me desestabilizó la gracia. Necesitamos establecer un orden, que no es ficticio, no es desde el aparecer sino desde el ser, desde adentro. No, yo tengo la pieza en orden, la casa, todo en orden. Atención, porque puede haber allí un cierto comportamiento adicto en relación al orden que puede estar como anidando una cierta obsesividad en torno a esto. No es a ese orden compulsivo que nos referimos. Cuando decimos ¡Esa cuchara no va ahí!! Si yo puse este lápiz aquí, sobre la mesa, ¿cómo es que está ahora acá?!?! A veces la obsesividad compulsiva es tan impresionante en algunas personas, que cuando uno corrió una cosa de un lugar a otro por pocos centímetros, en el mismo espacio, la persona se da cuenta. Eso es un excesivo orden, pero que no tiene que ver con el orden de adentro, sino con un orden enfermo. Es cuando la rutina puede más que el fluir de la vida. Todos necesitamos de rutinas. Pero cuando la rutina no da lugar a la libertad, estamos bajo el signo de la esclavitud, y casi siempre tiene que ver con la compulsividad, que viene de la mano de la obsesividad. El obsesivo se hace compulsivo cuando el orden excesivo de tal manera oprime el alma, que por algún lado explota.

Lo que hay que ordenar es lo que está adentro, no lo que está afuera.

 

Cuando vamos poniendo la casa en orden empezamos a sentir paz, gozo, sosiego, y ningún acontecimiento nos puede alterar cuando estamos centrados. Ni arriba ni abajo, en el centro de tu ser, todo puesto donde debe ser puesto, enfocado. No importa lo que pasa alrededor tuyo, estás apoyado sobre roca. Pueden venir los vientos, la tormenta, y la casa no se mueve.

Cuando nosotros, en estado emocional, no tenemos orden, a la primera de cambio nos sacan; la mínima cosa nos hace explotar. A veces uno va acumulando desordenadamente, cargándose negativamente, y luego cae la gota que rebalsa el vaso. ¡Eh! ¿Cómo vas a reaccionar así, si no es para tanto? Es que no hay orden.

En cambio el que puso las cosas en su lugar, empieza a ver todo con claridad, ve la obra de Dios, la razón ocupa su lugar central, percibe la armonía del concierto de todo. Esa es la experiencia de San Francisco de Asís, o de San Agustín, quienes vivieron muchos desórdenes. También San Pablo, que dice ver lo que Dios le propone hacia delante y se olvida del pasado, corriendo con la certeza de dónde está puesta la meta.

 

La invitación es a poner las cosas en su lugar. Que nos demos tiempo para trabajar en nosotros mismos; no dejar pasar lo que pasa en el corazón como si todo pasara sin dejar su huella.

El padre Randle (S.J.), hablando acerca de las mociones a las que se refiere San Ignacio de Loyola, decía que pasan todas atravesando el alma, y a veces en sentido contrario. Y por eso, para que no colapsen, necesitamos distinguirlas: a las positivas, para incorporarlas; a las negativas, para desecharlas. Porque en esto de ir hacia la nada tras nada, vamos por el todo. Y por lo tanto, lo que tiene que ver con lo que es de Dios, con eso nos quedamos, sin que a eso lo identifiquemos con Dios mismo. Nos quedamos con los dones que Dios nos da, pero en libertad, sin terminar de identificar a eso con Dios.

Muchas veces los evangélicos critican a los católicos del mal uso de las imágenes. Tiene razón, porque nosotros a algunas imágenes de la Virgen o de los santos las hemos convertido en idolatría. Las imágenes son una referencia que Dios nos da, pero que nos tienen que llevar más allá. Cuando nosotros nos quedamos en ellas y nuestras vidas se hacen devocionales sobre esos lugares pero no se ordena en otro sentido, hemos hecho de la imagen un fetiche y casi un ídolo, más que un lugar desde donde Dios se comunica con nosotros. Nos hemos quedado con el don que Dios nos da en la imagen, y nos hemos olvidado de Dios que viene a llevarnos mucho más allá.

 

Padre Javier Soteras