Dar y entregarse con alegría y generosidad

jueves, 25 de septiembre de 2008
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Hay más felicidad en dar que en el recibir

Hechos 20, 35

Den pero no de mala gana ni forzados porque Dios ama solo al que da con alegría

2º Corintios 9, 7

De esto se trata hoy nuestra catequesis. De la felicidad y alegría que hay en el encuentro que surge del encuentro a partir de la apertura de nuestro corazón que se pone en disposición de ofrenda. Es la llamada de Dios a ser generosos, a compartir lo que tenemos pero mucho más lo que somos. A veces no podemos ver la verdad de aquello que decía San Francisco de Asís: es dando como se recibe.

Hoy queremos justamente abrir un espacio para encontrar en lo más hondo de nuestro corazón todas las fuerzas y posibilidades, todas las potencias que están escondidas en nosotros y que no terminan de liberarse para sacarnos de nosotros mismos y ponernos en clave de Dios. En Dios todo es dar, todo es darse y recibir. En el darse está la recepción de lo mejor que podemos recibir. En lugar de despojarnos cuando damos nos enriquecemos.

En lugar de vaciarnos nos vamos llenando de una riqueza superior que no se ve con los ojos del cuerpo. Con claridad lo acabamos de proclamar recién en la Palabra. Hay más felicidad en el dar que en el recibir pero esto nos hace felices solo cuando aprendemos a dar no de cualquier manera sino con generosidad, con sinceridad, con alegría. El corazón se llena de fuerza cuando uno da pero no de mala gana como compartíamos recién también en la Palabra ni forzados porque Dios ama al que da con verdadero corazón alegre. El camino de la felicidad está en saber salir de si mismo.

La fuerza del egoísmo y de la soberbia hacen que engreídos y encerrados en nosotros mismos por temor y creyendo que la autoafirmación de si mismo está en clausura de si mismo terminemos como enrejados entre medio de nuestros tiempos, de mi organización, de mi planificación, de lo que yo tenía previsto sin apertura a la sorpresa que supone la demanda de los demás que nos piden y nos reclaman lo nuestro.

Pareciera que fuera guardándose en si mismo donde la sociedad de hoy nos invita a alcanzar los niveles más altos de felicidad confundiéndola con el placer y el gozo sin límites de todo lo que significa satisfacción y autosatisfacción. No es que la felicidad y el placer vayan alejadas unas de otras pero es posible ser feliz sin tener una vida placentera.

El Evangelio de hecho así lo proclama cuando dice que justamente por la Gracia de Dios en la propuesta de Jesús es posible ser feliz cuando se llora, cuando somos perseguidos, cuando pasamos situaciones límites de hambre. Podemos ser felices cuando luchamos por la justicia y la paz, cuando somos insultados, despreciados. La felicidad es posible también en medio de la lucha.

Y es verdad que ésta felicidad no carece de placer pero no es el placer la felicidad. No es en el goce donde encontramos la felicidad sino en todo caso la fuente de felicidad que está en la ofrenda de la vida trae aparejado también un cierto placer. La virtud, una persona es virtuosa cuando el obrar de una determinada manera lo tiene hecho carne en si mismo y nos permite reaccionar rápidamente sin que sea necesario todo un proceso para elaborar la reacción que tenemos que tener.

La virtud se adquiere siempre después de un largo proceso de trabajo interior, de esfuerzo por vencer las dificultades que impiden que nosotros obremos virtuosamente sobre todo aquellas que anidan en nuestro corazón como consecuencia de