17/03/2017 – Continuando con las contemplaciones en torno al nacimiento de Jesús, hoy seguimos el recorrido de los Magos venidos de oriente que llegan a adorar al Niño y a traer sus ofrendas. Es símbolo de los pueblos del mundo, más allá de los judíos, que vienen a rendir homenaje al Mesías. Ha nacido el rey del mundo, el creador de todo, en un pesebre. Y gente sabia, que lee los signos de los tiempos, viene a rendirle homenaje. Ellos le dejan lo mejor que tienen, sacan lo mejor de sí y lo ponen a los pies del Señor. Seguimos pidiendo gracia de “interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo y mejor seguirle”.
Contemplamos el texto en Mt 2, 1 en adelante.
En este pasaje, como en otros del Evangelio de la infancia, Mateo tiene múltiples citas y alusiones del Antiguo testamento. El lugar prominente del Antiguo Testamento en estas narraciones, parece sugerir que estamos frente a una especie de técnica midráshica, encontrada no pocas veces en la escritura; técnica que tenía por finalidad primaria la edificación espiritual del pueblo, sin mucho interés por lo histórico como lo entendemos ahora.
Así, en ausencia de una tradición apostólica auténtica por los hechos de la infancia o su auténtica interpretación, Lucas y Mateo han coleccionado reminiscencias familiares vagamente recordadas, rellenando los esquemas con profusión de temas y citas del Antiguo Testamento, sean explícitas, sean incluso implícitas.
Este método midráshico es ventajoso para nosotros, porque destaca –más allá de la “historia” como la entendemos ahora- el mensaje religioso que el evangelista quiere comunicarnos; e incluso en nosotros podemos emplearlo en nuestra contemplación, imitando a la Virgen, que –como dice Lc 2, 19. 51- “guardaba todas estas cosas, confiriéndolas (o dándoles vueltas) en su corazón”. Es el “reflectir” ignaciano. Rumiar y gustar, dejar que la Palabra en su eco vaya haciéndonos decantar el sentido profundo de su significado y nos vaya revelando desde dentro el contenido.
Una de las afirmaciones más repetidas de los evangelios de la infancia es la ascendencia davídica de Jesús y su nacimiento en Belén. Según el estilo peculiar de los evangelios de la infancia que indicamos más arriba, el episodio entero de los magos está montado sobre la cita de Miq 5, 1, quien la muestra como la más pequeña:
“Mas tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti ha de salir aquel que ha de dominar en Israel y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los orígenes de entonces. Por eso Yahveh los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz a la que ha de dar a luz, y el resto de sus hermanos volverán a los hijos de Israel” (Miq 5, 1-3).
La mención de “la que ha de dar a luz” y el evidente paralelismo con la profecía de Emmanuel de Is 7, 14, sitúan la predicción (o promesa, luego veremos) de Miqueas en una perspectiva mesiánica; y Mateo atribuye esta interpretación (2, 6) a los “sumos sacerdotes y escribas” consultados por Herodes.
En calificativo “la menor”, puesto por el profeta, es negado expresamente por Mateo. O sea, la cita de Mateo lleva implícita una glosa explicativa de Miqueas: este había dicho que Belén era “la menor entre las familias de Judá”, añadiendo, sin embargo, que de ella nacería “aquel que ha de dominar en Israel”; y Mateo interpreta perfectamente el sentido profético cuando dice que “no eres, no, la menor, porque de ti saldrá un caudillo”.
Por último, la añadidura final (“que apacentará a mi pueblo Israel”), tomada de 2 Sam 5, 2, subraya el carácter de segundo David que corresponde al Mesías prometido.
La indicación del origen es muy vaga; pero tal vez es consciente en Mateo, que puede considerar esta indicación como suficiente para sus lectores.
Si se admite, como parece que debe admitirse, que los magos del Evangelio son persas, podemos decir algo más sobre su condición: los magos de Persia, en sus orígenes, no tienen nada que ver con los prestidigitadores egipcios, ni con los astrólogos caldeos, ni en general con los adictos a la magia. En los libros sagrados del mazdeísmo, “magos” equivalen a “seguidores de la doctrina de Zaratustra” fueron, según Herodoto, una de las tribus que poblaron la media y con el tiempo vinieron a formar la casta sacerdotal dedicada al culto de Ahura Mazda, en el cual se conservó bastante pura la doctrina mazdeísta, que ofrecía interesantes puntos de contacto con las creencias mosaicas y, más concretamente, con la esperanza mesiánica del Antiguo Testamento. Porque Zaratustra había enseñado la existencia de dos principios eternos (Ahura Mazda, principio del Bien, y Anra Mazda, principio del Mal), entre quienes existía una lucha perpetua por el dominio del mundo, que acabaría con la victoria del Bien sobre el Mal, que será la “verdad encarnada” y nacerá de una virgen “sin que ningún hombre se le acerque”.
Este concepto de Auxiliador mazdeísta es, sin duda posterior a Zaratustra, que vivió en el siglo VI a.C.; consiguientemente, puede ser muy bien efecto del influjo que en los persas ejercieron –durante la cautividad judía en Babilonia- las esperanzas mesiánicas del pueblo judío. Aún en la hipótesis, menos probable, de que dicho concepto –resto de la revelación primitiva- fuera, en los persas, anterior al contacto con los judíos, es muy posible que, al conocer las esperanzas de estos respecto del Mesías, lo identificaran aquellos con su esperado Auxiliador y fuera ganando terreno la idea de que el Mesías-Auxiliador había de ser rey de los judíos.
Al pueblo de Israel le trae el recuerdo de la palabra cuando dice “El pueblo que andaba a oscuras vio una gran luz”; “¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz!”.
Además, Balaam profetizaba “una estrella de Jacob”: “Lo veo, aunque no para ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel”. Esta estrella no es nunca un fenómeno atmosférico, sino que está siempre personificada; y así creemos que hay una relación entre la estrella de Balaam y la del episodio de los magos. Los famosos vaticinios de Balaam (Núm 21, 1,; 24, 25), llamado por el rey de Moab para maldecir a Israel (Núm 23,7), sólo pueden entenderse a la luz del género literario augural que describe los acontecimientos futuros con figuras astrológicas tomadas de la observación del Zodíaco: el parentesco de estos vaticinios con las bendiciones de Jacob (Gn 49) –otra pieza literaria augural de carácter astrológico- es evidente; y huelga decir que el carácter relevado de ambas profecías no es incompatible con su expresión literaria en imágenes astrológicas.
La estrella representa el lugar preciso donde ha nacido alguien. Los magos vienen cargados de una búsqueda, que en el camino fueron encontrando señales para seguir. ¿Cómo nosotros también estamos en búsqueda?, nos podemos preguntar. Buscar es una actitud frente a la vida intentando descubrir certezas. Este tiempo de la 2º semana es tiempo de búsqueda, de querer encontrar la voluntad de Dios.
Cuando nos encontramos con Dios, nos sale darle lo mejor de nosotros y nosotros mismos. Dice Ignacio que ante tanto recibido de Dios nace el preguntarle ¿Qué puedo hacer por Ti?.
El episodio de los magos se cierra con el homenaje de adoración al Niño, a quien “vieron con María, su madre; y, postrándose, le adoraron” (v. 11). A la vez que la adoración de paso Mateo menciona los dones que le ofrecieron al Niño, citando implícitamente a Is 60, 6, que dice que “un sinfín de camellos te cubrirá (a Jerusalén) […]. Todos ellos de Sabá vienen, portadores de oro e incienso”, pero añadiendo la mirra.
También el Salmo 72 (71), cantando la gloria de Salomón con colores típicamente mesiánicos, decía: “Los reyes de Tarsis y de las islas le traerán tributo; los reyes de Sabá y de Seba le pagarán tributo; postrándose ante él todos los reyes, le servirán todas las naciones. Y mientras viva, se le dará el oro de Sabá” (vv. 10-11. 15).
Mateo ve, sin duda, en esta ofrenda, el cumplimiento de las profecías mesiánicas. La mirra no figuraba en las descripciones proféticas; pero el hecho de que Nicodemo la empleara para ungir el cuerpo de Jesús (Jn 19, 39), motivó tal vez la explicación simbólica tradicional, según la cual el oro significa la realeza, el incienso la divinidad y la mirra la pasión.
Herederos de aquellos primeros gentiles, llamados a adorar al recién nacido Mesías, no debemos contentarnos con el frío reconocimiento de su mesianidad: a la adoración rendida, deberá acompañar la ofrenda generosa de nuestro ser que, en Ejercicio, podría tomar la forma de “las oblaciones de mayor estima y mayor momento, haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano…”, como san Ignacio lo indica en la oblación al Rey eternal (EE 97-98). Es decir, dar de nosotros lo que más nos cuesta, dar y hacer ofrenda de nosotros mismos. Es una actitud penitencial lo que se nos está pidiendo. El magis ignaciano, que es el más, supone que nos vayamos vaciando de lo que sobra, de lo estancado, para ir más lejos.
El alma debe ser dispuesta de tal manera para que se disponga a más: a más recibir la revelación de Dios, a más recibir sus dones, a más recibir sus recomendaciones, a más configurarnos con Él.
La ofrenda penitencial es la que nos ayuda a salir adelante y romper con lo que nos da seguridad, para ir sobre las certezas en fe lanzados hacia adelante a donde Dios nos llama.
1- Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.
2- “Traer la historia” (EE 102) Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar: Evangelio según San Mateo 2,1-12.
3-“La composición de lugar” (EE 103) tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.
4-Formular la petición (EE 104). La petición es la que enrumba la oración, la pone en búsqueda de algo, no la hace simple pasatiempo, sino persistente interés en alcanzar algo.
“Interno conocimiento de nuestro Señor Jesús”
5-Reflectir para sacar algún provecho significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.
6- Coloquio a partir de lo que he vivido en la contemplación, no me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.
7- Examen de la oración
Padre Javier Soteras
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