El combate de la oración

jueves, 13 de septiembre de 2012
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La oración como lugar de combate espiritual es lo que nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica* a partir del punto 2725 en adelante, en la cuarta parte denominada “La oración en la vida cristiana”.

 

Dice el Catecismo:

“2725 La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El "combate espiritual" de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.

 

En el camino de todo orante aparecen obstáculos.

 

“2726 En el combate de la oración, tenemos que hacer frente en nosotros mismos y en torno a nosotros a conceptos erróneos sobre la oración. Unos ven en ella una simple operación psicológica, otros un esfuerzo de concentración para llegar a un vacío mental. Otros la reducen a actitudes y palabras rituales. En el inconsciente de muchos cristianos, orar es una ocupación incompatible con todo lo que tienen que hacer: no tienen tiempo. Hay quienes buscan a Dios por medio de la oración, pero se desalientan pronto porque ignoran que la oración viene también del Espíritu Santo y no solamente de ellos.

 

2727 También tenemos que hacer frente a mentalidades de "este mundo" que nos invaden si no estamos vigilantes. (…) 

 

Y también tenemos que hacer frente a todas esas concepciones que no nos permiten acceder a la oración. La espiritualidad de un mundo que niega a Dios nos invade, y si no estamos vigilantes, en la oración rápidamente aparece la ausencia del dios al que se le ha declarado la muerte en la sociedad en la que vivimos.

“(…) Lo verdadero sería sólo aquello que se puede verificar por la razón y la ciencia”, y si esto no es verificable, si Dios no es comprobable, si no se lo puede ver, entonces le declaramos su inexistencia. Por lo tanto, no vale la pena sumergirse en lo que pudiera ser su presencia reveladora.

 

Son las dificultades en el camino de quienes oramos. Posiblemente bajo la tentación de la propia carne o de la acción del mal uno se puede ver impedido para ahondar y profundizar en la oración: porque esperás el mejor momento para hacerlo, porque si no se da un cierto “vacío” dentro de uno mismo para entrar en el todo de Dios no podés orar, porque no te das el tiempo, porque te parece que es perder el tiempo, porque te distraés. A lo mejor, porque juega en vos este espíritu de hacer por hacer, sin darte cuenta que si no orás y hacés, a veces es como golpear el aire y muchas veces pegar donde no corresponde.

 

Se nos seca el corazón cuando los criterios por los cuales nos sentimos impedidos para orar son porque en realidad, en el fondo de nuestro ser, nos ha ganado el espíritu del mundo, la racionalidad y el cientificismo.

Pero, como dice el Catecismo:

 

 “(…) orar es un misterio que desborda nuestra conciencia y nuestro inconsciente); es valioso aquello que produce y da rendimiento (luego, la oración es inútil, pues es improductiva); el sensualismo y el confort adoptados como criterios de verdad, de bien y de belleza (y he aquí que la oración es "amor de la Belleza absoluta" (philocalia), y sólo se deja cautivar por la gloria del Dios vivo y verdadero); y por reacción contra el activismo, se da otra mentalidad según la cual la oración es vista como posibilidad de huir de este mundo (pero la oración cristiana no puede escaparse de la historia ni divorciarse de la vida).”

 

Son algunas de las dificultades que se nos instalan en el corazón y no nos permiten soltarnos para ir a la oración, a sumergirnos en el espíritu.

 

Para entrar en el camino de la oración es necesaria la humildad, la confianza y la perseverancia y desde allí dar batalla.

 

“2728 Por último, en este combate hay que hacer frente a lo que es sentido como fracasos en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos "muchos bienes" (cf Mc 10, 22), decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad, herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, alergia a la gratuidad de la oración… La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren vencer estos obstáculos.”

 

“2729 La dificultad habitual de la oración es la distracción. En la oración vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido de éstas. La distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquél al que oramos, tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la meditación y en la oración contemplativa. Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes; basta volver a concentrarse en la oración: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir (cf Mt 6,21.24).

 

2730 Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador consiste en la vigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a El, a su Venida, al último día y al "hoy". El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: "Dice de ti mi corazón: busca su rostro" (Sal 27, 8).”

 

Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. Esta oración sentida del orante sediento pone en contacto con la grandeza de Dios y la poquedad de quien ora. Buscar el rostro de Dios y encontrarse con el Dios vivo y verdadero es buscarnos y encontrarnos a nosotros mismos, en nuestra condición más débil y frágil. Cuando velamos en la oración ponemos en sintonía nuestra fragilidad con la grandeza de Dios. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro.

 

“2731 Otra dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la sequedad. Forma parte de la contemplación en la que el corazón está seco, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro. "El grano de trigo, si muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24). Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin una mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).”

 

Para la sequedad, nada mejor que el desprendimiento. ¡Cuántas veces no sentimos la presencia de Dios! Claro que esto puede ser por distintos motivos, dice San Ignacio de Loyola. Habitualmente el motivo de los que están al inicio del camino es por negligencia en nuestro modo de seguimiento al Señor, por falta de entrega en el camino discipular con Jesús.

 

 

          Frente a las tentaciones en la oración

 

“2732 La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes.”

 

Es el momento de la verdad del corazón y de su más profundo deseo. Mientras tanto, nos volvemos al Señor como nuestro único recurso. Consideramos a Dios como asociado a la alianza con nosotros, pero a veces nuestro corazón continúa en la arrogancia. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde que se dice a sí mismo sin mí no pueden hacer nada, que se dice a sí mismo que esta Palabra es verdad y forma parte de la más dura y clara conciencia de la propia debilidad. Sólo cuando el corazón se sabe frágil y vulnerable, herido delante de Dios, es capaz de abrir las puertas para que Dios comience a obrar como solamente Él puede hacerlo.

 

 

          LA CONFIANZA FILIAL

 

“2734 La confianza filial se prueba en la tribulación (cf. Rm 5, 3-5), particularmente cuando se ora pidiendo para sí o para los demás. Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada. (…).”

 

Hay que insistir. Como aquel inoportuno visitante que lo va a ver a su amigo de noche. Él insiste tanto que le abre, no porque esté convencido de abrirle, sino por su insistencia. Así, el Señor nos dice a nosotros que no dejemos de insistir en la oración. La oración de petición que no ha sido escuchada va a ser escuchada si nosotros llamamos a la puerta.

 

 

“2736 ¿Estamos convencidos de que "nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rm 8, 26)? ¿Pedimos a Dios los "bienes convenientes"? Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos (cf. Mt 6, 8) pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad. Por tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en verdad su deseo (cf Rm 8, 27).”

 

Es verdad que es necesario pedir, pero debemos pedirlo según el Espíritu nos muestra, movidos y guiados en el comienzo, en el medio y en el final por ese mismo Espíritu que alienta y sostiene nuestra oración. nadie puede decir Jesús es el Señor si el Espíritu Santo no lo habita. La oración más simple y sencilla es obra del Espíritu en nosotros.

 

 

Padre Javier Soteras



* De aquí en adelante, cuando se trate de cita textual del Catecismo de la Iglesia Católica, irá entre comillas.