El don de la fe

martes, 3 de julio de 2007
image_pdfimage_print
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “Hemos visto al Señor”. Pero Él contestó: “Hasta que no vea la marca de los clavos en sus manos, no mis dedos en el agujero de los clavos y no introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré.”

Ocho días después, los discípulos de Jesús estaban otra vez en casa, y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos. Les dijo: “La paz esté con ustedes.” Después dijo a Tomás: “Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado. Deja negar y cree.”

Tomás exclamó: “Tú eres mi Señor y mi Dios.” Jesús replicó: “Crees porque me has visto. ¡Felices los que no han visto, pero creen!”

Juan 20, 24 – 29

La dimensión mas rica de la comunicación que tiene la persona es la escucha, para escuchar hay que acallar la palabra y de a poco ir saliendo de ese corazón reflexivo, oyente, que medita, se deja enriquecer y se deja anunciar en el misterio interno de la comunicación, de la escucha que es la fe, en esa capacidad de escucha Dios también va hablando, la vida va enseñando y muchas cosas van marcando, manifestándose en el corazón del que escucha los designios de Dios, la voluntad de Dios, menos palabras y mas escucha.

Cuando las personas llegamos a la experiencia de una escucha seria y profunda entonces las palabras no alcanzan quedan superadas, no hay palabras para expresar la experiencia del estupor, el oyente, el que se admira y recibe la vida con agradecimiento es el que queda totalmente superado, no sabe, no encuentra maneras para expresar aquello que ha impactado su mundo interior, es lo que pasa en la experiencia de la fe, por eso vivir de la fe sobre todo es una experiencia de escucha donde Dios hace despertar en nosotros la experiencia del estupor y por eso no alcanzan las palabras, necesitamos también de las obras, de la vida, palabras y vida tampoco alcanzan para expresar lo que vamos oyendo en el corazón.

El estupor es parte de la experiencia de nosotros los creyentes, estamos descubriendo a Dios, estamos siendo alcanzados por el resplandor del resucitado, cómo no aumentar la escucha, cómo no pedir la escucha, Señor que tenga los oídos espirituales para percibir los sonidos de tu vos porque tu eres la Palabra, percibimos la Palabra con mayúscula, aquella Palabra eterna y creadora que es la Palabra encarnada que Jesús, el Hijo de Dios y el Verbo eterno, la Palabra mayúscula en quien todo tomó consistencia y realidad, proyecto, designio, en lo que todo es amado en un eterno presente, a ese es al que percibimos, Cristo, a Dios con nosotros, el Emmanuel, el ungido, el lleno del espíritu, a él es al que vamos buscando, oyendo.

“Este es mi Hijo muy querido” dirá la voz en el bautismo de Jesús en el comienzo de su ministerio, esa voz que escuchó Juan Bautista venida de la nube, que manifestación la voz del Padre “Este es mi Hijo muy querido escúchenlo” qué hemos de hacer sino obedecer estas palabras para poder así vivir, la gracia de la fe se nos ha dado como un don de escucha en primer lugar, qué es la obediencia sino el acatamiento profundo de aquel que se ha dejado impresionar o visitar por el mensaje de Dios.

Tendríamos que decir los que estamos viviendo de la fe aquello de Isabel “Quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a visitarme” le decía Isabel a María porque el niño había saltado de gozo en su seno, pero no solo era María la alegría de ver su prima sino la presencia del Espíritu que animaba la presencia del salvador, Jesús era el anuncio, el magnificad, la buena noticia, la alegría del corazón de aquella mujercita, María, y fue el motivo de aquel himno, de aquellas palabras bíblicas llenas del Espíritu Santo del Antiguo Testamento inspiradas y actualizadas hoy, palabras preparadas desde siempre para reconocer la presencia del Verbo de Dios hecho carne, reconocimiento de Jesús, conocimiento, descubrimiento del Señorío de Jesús, de la presencia del Salvador en mi vida, esto es solo por la fe, por la gracia ese don maravilloso que solo el Señor puede regalar y que nadie puede conquistar por sí mismo, dependemos de Dios.

Vivir de la fe es vivir de la dependencia, no de la dependencia en el sentido de la inutilidad sino de la dependencia en el sentido mas profundo de que la tendencia y la pasión profunda por la plenitud que tengo en la vida y que no puedo desarrollar solo y que mi corazón está hecho para vivir en comunión con el Dios que viene a mi encuentro, sin el cual yo no puedo, contigo todo Señor sin ti nada.

Lo mas maravilloso en la Palabra de Dios, 1º Juan 3, el apóstol va a decir estas palabras maravillosas y alentadoras: “Miren qué amor tan singular nos ha tenido el Padre: que no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos. Por eso el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a Él”.

Amados, a pesar de que ya somos hijos de Dios, no se ha manifestado todavía lo que seremos; pero sabemos que cuando él aparezca en su gloria, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es”.

 Cuando empezamos a vivir la experiencia, la gracia de la fe que no es una cosa que se aprendió en el catecismo allá lejos, eso fue un momento de fe, tuvimos la gracia pero no se reduce a eso, nosotros los creyentes hacemos de nuestra fe un momento importante de nuestra vida, uno de los dolores de nuestras experiencias de las comunidades es ver el enorme interés de mucha gente por la gracia de los sacramentos según una vieja tradición que vinimos trayendo en la formación cristiana, una mirada centrada en los sacramentos, la comunión, la confirmación pero a la hora de pensar en una formación mas profunda se dice que no que con una charlita suficiente.

Dice Grün “Otros no logran jamás la calma porque en última instancia temen no hacer nada, tienen miedo a confrontarse en el silencio, temen confrontarse así mismos en el silencio y a la calma con su propia verdad, si no tengo nada en que sostenerme toda la decepción de mi vida podría salir a la luz, podría descubrir que mi vida ya no funciona, que todas mis intervenciones para con los demás no tienen asidero solamente continua así para escapar de mi desesperación pero en realidad ya no creo que lo que hago y lo que vivo tenga algún sentido, todo está vacío y yo escapo de ese vacío para que mi conciencia no hable”.

Huimos de nosotros mismos porque a veces estamos vacíos y tenemos miedo de confrontar con nosotros mismos, eso es una verdad, las personas tenemos miedo de confrontarnos con nosotros mismos, solamente continuamos hacia delante para escapar de nuestra propia desesperación pero en realidad ya no creo que lo que hago y lo que vivo tenga algún sentido, todo esta vacío y yo escapo de ese vacío para que mi conciencia no hable, acallamos la conciencia, podrían emerger sentimientos de culpa y tengo miedo de eso entonces me escapo del silencio y la calma, lo peor que me podría pasar sería tener que enfrentarme algún día a la propia verdad, con el fin de evitarlo por todos los medios, siempre debo hacer algo, ocuparme de algo y el tiempo libre también se convierte en estrés, también en el tiempo libre lleno el vacío con numerosas actividades.

Estas personas que escapan a su verdad huyen permanentemente de si mismas y luego se quejan de su alto nivel de estrés cuando en realidad ellas mismas lo provocan, no pueden tranquilizarse porque en el fondo de su corazón no lo quieren porque un temor muy profundo los hace andar de aquí para allá.

Muchas veces buscamos desesperadamente la fe, quizás después de tantas decepciones y desilusiones y también buscamos la fe desesperadamente y en la fe buscamos como respuestas y soluciones porque hemos sido tan descuidados con nosotros mismos que ahora Dios tiene que venir a hacer no solo lo que hace Él siempre y en todo lo que hacemos sino además hacer lo que nos corresponde hacer a nosotros, cuando somos descuidados de nuestra vida, cuando las personas huimos de nosotros mismos, no somos capaces de parar, de orar, de pensar, de reflexionar, de escucharnos, de mirarnos, de contemplar, cuando no damos tiempo a entrar adentro en lo profundo de nuestra vida, abrirnos aunque tenga llagas y heridas, aunque cueste dolor.

Cuando vivimos huyendo porque imaginamos muchas cosas, el miedo que es imaginario también hace que ahondemos mas, que hagamos mas trágica la experiencia maravillosa de navegar mar adentro de nuestro mundo interior, después desesperados nos tomamos pastillas o empezamos la experiencia del alcoholismo, de la droga o disparar y correr atrás del trabajo todo el día atosigarse y enloquecerse y llega el fin de semana todo estresado y contracturado, en una experiencia de vivir en una tensión tal que somos autores de nuestra propia desgracia, no disfrutamos, no vivimos porque vivimos huyendo, a veces no se debe el cansancio al trabajo que tenemos sino al no querer reconocer que tenemos necesidades de entrar en nosotros mismos.

El primer acto de amor que debo ejercer es atenderme a mí mismo, muchos no hacen esto y corren detrás de la droga, de la vida desesperada, quizás busquen a Dios pero en el fondo siguen disparando de sí mismos y tratando de que Dios les arregle todo, quizás habría que recordar aquella frase de San Agustín que ayuda a nuestra parte humana y a nuestra disposición al don de la fe “Ayúdate y Dios te ayudará”.

La fe es un don sobre natural, no se nace con él, se lo recibe, un día se recibe la vida humana pero automáticamente no venimos con el don de la fe pero sí venimos con el proyecto de ser hijos de Dios y vivir con la mirada sobrenatural de la fe, todo ser humano esta llamado a la fe, no solo algunos y no se basa la fe en la experiencia de la libertad, en la decisión de las personas, yo tengo fe si yo quiero o yo elijo la fe por eso tengo fe, o yo tengo fe porque nací en un ambiente cristiano que tiene la fe porque Dios se la regaló.

Hay muchos que nacieron en un ambiente cristiano y no tienen fe y hay muchos que son demonios y tienen fe y tiemblan. La fe es un don de Dios y el que lo tiene, tiene que agradecerlo y ejercerlo, tiene una grave responsabilidad pero también cuenta con el don de la fe, con una fuerza espiritual, una gracia que actúa permanentemente, que se renueva como signo maravilloso del amor de Dios para sostener y madurar esa respuesta de vida desde la fe.

Solo el que percibe la pulsión del Espíritu Santo puede conectar con esa presencia y ese lenguaje de la abundante manifestación de Dios, que todo es de Dios, todo es obra de la gracia, con San Pablo no nos cansamos de decir “En Él somos, nos movemos y existimos” lo que tenemos que agradecer al Señor es la gracia de la fe. El Espíritu Santo es el protagonista principal de mi mirada de fe, de mi respuesta de fe, de mi oración, de mi actitud, sin la gracia del Espíritu no podríamos vivir, por eso anunciamos y damos testimonio, invocamos públicamente para recibir la Palabra de Dios y para que sea Palabra de vida, que despierte vida nueva.

La experiencia de Tomás había despertado al discipulado, al seguimiento de Jesús por aquel llamado que el Señor le hiciera, un hombre que fue capaz de entregarlo todo, de vivir una experiencia desde la pobreza y desde un concreto desprendimiento, dejó todos sus proyectos, sus perspectivas de vida, sus seguridades para seguir a Jesús, en aquellos tiempos la gente elegía a su maestro.

Esta era una experiencia diferente él había sido elegido, no era él que había definido ser discípulo era Jesús que un día lo miró, paso por su vida y le dijo sígueme, y dejándolo todo lo siguió, esa fue su experiencia de fe, hacer un seguimiento escuchando un llamado primero.

Seguir a Jesús no nos asegura la fe, estar en el camino de la vida cristiana, en el cumplimiento de los mandamientos no significa que yo ya estoy asegurado, la fe es la experiencia de la inseguridad en la dimensión de lo humano, quizá la seguridad se vive de otro modo en la fe, quizá tenemos que decir que mas que seguridad es dependencia, es no poder caminar sin el Señor.

La experiencia de la fe nos lleva a descubrir a Jesús, escuchar su voz, no entender por qué pero seguirlo, dejarnos instruir por él, descubrir con maravilla y agradecimiento que el es amor, que nos elige y nos participa algo de sí, su ser íntimo, su experiencia de unidad que tiene Él, con el Padre y con el Espíritu y no solo nos trasmite su experiencia sino que nos comunica su persona, en la fe para llegar al conocimiento de Jesús tenemos que escuchar ese llamado.

Por eso los que ya lo han escuchado lo anuncian, se lo cuentan a los demás y en esas voces de los que cuentan y dan testimonio está también Jesús volviendo a llamar como llamó a Tomás a un discipulado, no para vivir una seguridad sino un Señorío nuevo, no para vivir manejando nuestra vida definiéndolo todo teniendo esta preocupación por tener el control de todas las cosas como acostumbramos desde nuestra experiencia de la pobreza humana, nos creemos felices cuando tenemos todo dominado y a veces cuando logramos eso en el nivel humano posiblemente estamos muy lejos del Señor.

La experiencia de Jesús es que todo salga redondo a los ojos del Señor, eso es la fe, puede salir todo desparramado humanamente con persecución, con contradicción, con enfermedades, injusticias pero por dentro con una paz muy grande, vivir de la fe, seguir a Jesús no significa la certeza de un orden temporal y el domino de las cosas sino el abandono cierto y la decisión libre de entregárselo todo a Jesús.

El comportamiento de Tomás, su incredulidad es algo muy humano, muy normal en nosotros, muchas veces necesitamos experiencias de no creer para poder creer después, la fe no es de las certezas humanas, no es de los dominios, no es de tener la intelección completa de una cosa, la fe tiene mas de corazón que de razón, por eso implica la confianza, lo que le faltó a Tomás fue la confianza, no confió en la Palabra de sus hermanos.

Jesús quería que Tomás despertara a la nueva forma de la fe, aquella forma primaria que originó su discipulado ahora necesitaba una nueva vivencia, había pasado por el escándalo de la cruz, por la desilusión y la desesperanza que aun anidaban en su corazón y manejaban su pensamiento y su percepción de la realidad, su escucha por eso no podía creer, muchas veces no podemos creer porque estamos profundamente sumergidos en nuestras propias desilusiones y desesperanzas pero la fe tiene mas de corazón que de razón.