El Espíritu Santo, un ilustre desconocido

martes, 13 de mayo de 2008
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“Mientras Apolo permanecía en Corinto, Pablo, atravesando la región interior, llegó a Efeso. Allí encontró a algunos discípulos y les preguntó: Cuando ustedes abrazaron la fe, ¿recibieron el Espíritu Santo?. Ellos le dijeron, ni siquiera hemos oído decir que hay un Espíritu Santo. Entonces ¿que bautismo recibieron?, les preguntó Pablo. El de Juan, respondieron. Pablo les dijo: Juan bautizaba con el bautismo de penitencia diciendo el pueblo que creyera en el que vendría después de Él, es decir en Jesús. Al oír estas palabras, ellos se hicieron bautizar en el nombre del Señor Jesús. Pablo les impuso las manos, y descendió sobre ellos el Espíritu Santo. Entonces comenzaron a hablar en distintas lenguas y a profetizar. Eran en total unos 12 hombres. Pablo fue luego a la sinagoga y durante 3 meses predicó abiertamente hablando sobre el reino de Dios y tratando de persuadir a los oyentes.

Hechos 19, 1 – 9

El Espíritu Santo parece ser el gran desconocido, el olvidado, el gran silenciado, el que está ausente en nuestra conciencia de ser de Jesús. En parte sucede hoy lo que dice este texto que acabamos de compartir, allí cuando Pablo llega a Efeso, pregunta a un reducido grupo de discípulos de Juan el Bautista, que encontró allí en esa localidad, si habían recibido el espíritu de Dios, el Espíritu Santo, cuando aceptaron la fe en Jesús.

La respuesta no pudo ser mas desoladora, tal vez la misma que encontraríamos hoy si nos encontramos con algunos bautizados y les preguntamos quién es el Espíritu Santo, si lo han recibido, si han tenido experiencia de él. La respuesta es sumamente dolorosa, ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo. La mayoría de los cristianos, hoy podría afirmar esto mismo, si los urgiéramos a explicar esto mismo, el Espíritu Santo para ellos. Si duda que sería la apertura a una duda bastante embarazosa entre muchos de los que hoy estamos compartiendo este espacio.

Porqué ocurre esto? Las posibles causas que hacen del espíritu un ilustre desconocido. La podríamos apuntar en lo siguiente, falta de formación y de catequesis antes y después del sacramento del bautismo, sacramento de la eucaristía, sacramento de la confirmación. Inexperiencia vivencial de su presencia y acción en nuestra vida personal y comunitaria por un bajo nivel de fe y vitalidad en Jesús. También por abuso de supuestas aplicaciones de su eficacia casi mecánica o mágica, a lo mejor por la dificultad misma que si encierra la comprensión de los símbolos, de las imágenes, de las expresiones con las que el vocabulario que utilizamos quiere vehiculizar la explicación del misterio de Dios y de éste en particular el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo, la tercera persona de la trinidad, no suele aparecer según los textos bíblicos en la intimidad de la vida trinitaria, sino en su acción en medio de nosotros.

Espíritu significa casi siempre presencia y acción de Dios, tanto en la persona de vida de Jesús, desde el momento mismo de su encarnación hasta el camino de resurrección, como en la vida interna, en la actividad apostólica de nosotros como comunidad eclesial. Esto se ve muy claro en los Hechos de los Apóstoles y en las Cartas Apostólicas, como el Espíritu Santo es el gran artífice.

En la escritura no encontramos una definición del Espíritu en términos conceptuales, pero si encontramos una presencia suya en símbolos, en imágenes que nos ayudan para comprender su presencia y su acción, el viento, el fuego, lenguas, aguas, palomas, defensor, consolador, amor, inspiración profética, frutos, dones, carismas, espíritu de adopción y de libertad. Y cuantos adjetivos más podríamos vincular a la acción de aquel que viene es este tiempo a nuestra ayuda para acompañarnos en el camino que Jesús nos marca hacia delante.

Nadie puede decir Jesús, el Señor, sino solo por el influjo del Espíritu Santo, dice Pablo en 1º. De Corintios 12,3. Dios ha enviado a nuestros corazones el espíritu de su hijo que clama aba, es decir Papá, dice el mismo apóstol en Gálatas 4,6. El espíritu dice la Carta a los Romanos, viene en nuestra ayuda para poder expresarnos nosotros en la oración, despertando en nuestro corazón gemidos inefables. Este gemido interior, este aba, este Jesús Señor, esta expresión del Espíritu dentro nuestro, desde nosotros, ocurre por la gracia de la caridad con la que el Espíritu se comunica, por la fuerza del amor, el gemido inefable de la expresión de vínculo filial, el reconocimiento del señorío de Jesús, tienen su origen en el Espíritu Santo como aquel que le da verdadero contenido al misterio de la fe por el fuego de la caridad que siembra en nosotros. Para entrar en contacto con la persona de Jesús, es necesario primero haber sido atraído por el Espíritu Santo. El es quién nos precede y despierta en la fe.

Mediante el bautismo, el primer sacramento de la fe, la vida que tiene su fuente en el padre y se nos ofrece por el hijo, se nos comunica íntima y personalmente por la gracia del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo con su gracia, es el primero que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo, lo dice Dios en el evangelio de Juan y es estos días lo hemos compartido allí en el capítulo 17 en el verso 3.

Si bien es el último en la revelación de las personas de la trinidad, San Gregorio dice que éste espíritu es el primero que nos despierta en la fe.

El modo como Dios en su pedagogía ha ido a través de la revelación, haciendo presente a las personas es claro, la figura de Dios como padre aparece ya bien definida en el Antiguo Testamento. La persona de Jesús no tan claramente en el Nuevo Testamento, perdón, no tan claramente en el Antiguo, pero si claramente en el Nuevo Testamento. La persona del Espíritu Santo aparece claramente definida después de la muerte y resurrección de Jesús, cuando El es el hacedor de la vida en comunidad, hasta la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo.

Cuando nosotros expresamos nuestra fe en el espíritu Santo, estamos expresando nuestra creencia en una persona. El Espíritu es una persona y por eso quiere tener vínculo personal con nosotros. El espíritu Santo en el que creo, lo digo así en la fe, creo en el Espíritu Santo, es el que viene en nuestra ayuda, sale a nuestro encuentro, nos unge con la misma unción con que ungía Jesús en su ministerio. Con la misma unción que ungió a los apóstoles en el comienzo de la vida cristiana. Con la misma unción con la que unge el Espíritu a los santos, a lo largo de la historia de la Iglesia. Con esa unción, con ese sello que penetra en lo más profundo de nuestro ser.

El espíritu se instala como persona dentro de nosotros inhabitándonos y es El, el que inspira y el que guía el camino, el que sostiene, el que fortalece, el que mueve, el que congrega, es el espíritu santo derramado en nuestra persona y en medio de nosotros en la comunidad, el hacedor de la vida de Jesús en medio nuestro y como proclamación para el mundo que lo espera como alimento verdadero.

El nombre que tiene la tercera persona de la santísima trinidad es Espíritu Santo y los símbolos con los que aparece este espíritu representado a lo largo y lo ancho de toda la escritura son diversos como paloma, como dedo de Dios que escribe en los corazones de los hombres, como mano, como sello también, como nube, luz, como fuego, como unción, como agua. Agua, unción, fuego, nube y luz, sello de dios, la mano de Jesús y la mano de Dios, el dedo de dios que escribe en nuestros corazones, la paloma que aparece al fin del diluvio y que vuelve a aparecer también en el bautismo de Jesús, son los que representan esta figura de la persona del espíritu santo que viene a nuestro encuentro, que sale a nuestra ayuda, guía nuestro peregrinar, unge nuestro ser, nos congrega, nos fortalece, nos da consuelo, hace la obra de Dios en medio de nosotros.    

Es el esperado de todos los tiempos, el espíritu que va a terminar por configurar el rostro del Mesías en nosotros. Mesías es el esperado y el espíritu lo va a terminar de grabar hondamente en nuestro corazón. He aquí decía Isaías en el capítulo 43 verso 19 en un tiempo difícil del pueblo que busca los caminos que llevan hacia Dios, he aquí que yo lo renuevo todo.

Y dos líneas proféticas se comienzas a perfilar, una se refiere a la espera del Mesías y la otra al anuncio del espíritu nuevo. Las dos van a converger en único lugar, el pequeño rebaño, resto fiel del pueblo de los pobres, como bien lo define Sofonías en capítulo 2 del verso 3, estos que aguardan en la esperanza de la consolación de Israel y la redención de Jerusalén.

Ya se ha dicho como Jesús cumple las profecías que a El se refieren, aquellas aparecen sobre todo en relación al mesianismo desde el espíritu. Ya lo decía el libro de Isaías cuando tiene la visión de la gloria de Cristo, en Isaías 11,1-2. Se dice saldrá un vástago del tronco de Geseny un rebaño de sus raíces brotará. Reposará sobre El es espíritu del Señor. Este Espíritu, dice Isaías de sabiduría y inteligencia, ese Espíritu de consejo y ese espíritu de fortaleza, Espíritu de ciencia, Espíritu del temor del Señor. Rasgos del Mesías se revelan, sobre todo en el canto del ciervo, en Isaías 42, por ejemplo, y en Isaías 50.

Estos cantos del siervo de Dios que hablan del mesianismo de Jesús y de éste, grabado en nuestro corazón, dan por sentado que es el Espíritu Santo quien lo va a realizar y por eso, Jesús cuando comienza su ministerio público y habla acerca de su obra mesiánica de redención, refiere el impulso que lo conduce a dar este paso, a la obra del Espíritu. Lucas 4, 18-19. Jesús lo dice claro: el Espíritu del Señor está sobre Mí, porque me ha ungido, y explica Jesús, cual es el sentido de esa unción, lo ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva. A proclamar la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.

La unción que Jesús recibe en lo más hondo de su Ser es del Espíritu Santo, el que configura su acción Mesiánica, y viene también a gravarla en lo más profundo de nuestro ser. Somos ungidos en el Espíritu que configura en nosotros el rostro del Mesías, el que nos redime, el que nos salva, y en este sentido, el Espíritu es el que obra sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, es espíritu de ciencia, espíritu de temor, es el Espíritu Santo al que estamos esperando en este día, que venga a derramarse en abundancia, en esta celebración de Pentecostés, a la que nos aproximamos.

Este Espíritu hacedor, este Espíritu fuerte, que obra en la persona de Jesús y en la comunidad primera, que actúa en la vida de los Santos, que guía la iglesia, este Espíritu que es Espíritu de sabiduría y de inteligencia, de consejo, de fortaleza, de ciencia, del temor de Dios, es el Espíritu profético, es el Espíritu de Dios, es el Espíritu que ha tomado el corazón de los pequeños y que ha actuado en la vida de ellos revelando el misterio, solamente allí, en el lugar de los humildes de los desplazados, de los desposeídos, de los marginales, de los que no cuentan para el mundo, para confundir a los que se creen algo, como dice el apóstol San Pablo, el Espíritu Santo es capas de actuar y de obrar las maravillas de Dios, un pueblo de pobres como dice Sofonías 2,3.

Un pueblo de humildes de mansos, entregados a los designios de Dios. Los que esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías. Allí el Espíritu actúa renovando el corazón, como lo hizo por ejemplo en el viejo Simeone, Ana, como lo hizo con Jesús y la familia de Nazaret, este Espíritu que tiene como primeros destinatarios de la obra de Dios a los pastores que de noche cuidan a las ovejas, a los magos, decíamos a Simeón y a Ana, a los esposos de Caná, a los primeros discípulos, a los publicanos pecadores, a los leprosos, a los ciegos, a los niños, a las mujeres, a todos aquellos que en el tiempo de Jesús no cuentan, no valen, no son considerados. Para recibir la gracia transformadora del Espíritu Santo, hay que hacer contacto directo con aquella dimensión de pobreza existencial a la que pertenecemos.

Esto supone liberarnos y sacarnos toda apariencia, toda máscara, todo parecer, toda omnipotencia, todo creérnosla, todo aquello donde nosotros nos hemos parado para autoafirmarnos sin la conciencia de que no podemos ponernos de pie desde nuestra propia debilidad, si nuestra roca, nuestra fortaleza, la peña en la que nos amparamos, nuestro refugio, es el Señor. El Espíritu viene a derribar a los que se creen algo y a poner de pie a los que Dios ha venido a poner de pie, a los humildes, y en este sentido la primera profecía la realiza María y es desde ese lugar, desde su seno maternal, profético, dónde se engendra el gran profeta Jesús de Nazaret, que va a terminar por encarnar en su propia vida aquello que la madre ha dicho en el canto del magnífica. Dios ha venido a derribar a los que se creen algo, a los que se la creen y ha venido a poner de pie a los que estaban sin nada, para hacer fuerte la presencia suya, Dios derriba del trono a los poderosos y pone en su lugar a los humildes.

Y en este sentido todo lo que nos acontece frente al ejercicio del poder en el mundo en el que vivimos bajo cualquiera de las formas, no puede asustarnos, aunque por momentos nos haga pasar situaciones de mucho ahogo, de inseguridad, de incertidumbre, de amenaza, creemos de verdad que es sólo por la gracia del Espíritu Santo dónde la propuesta de vida nueva de Jesús desde los lugares de mayor vulnerabilidad del ser humano, es posible. Y nos sostenemos en ese lugar, en la espera de la promesa que Dios nos ha hecho, Él va hacer nueva todas las cosas, el Espíritu Santo.

La relación con el Espíritu, su vivencia en nosotros, su fuerza arrolladora, que confirma la presencia de Jesús Mesías en nuestras vidas y hace que lo proclamemos y lo anunciemos con valentía a un mundo que lo resiste y al mismo tiempo lo espera y lo anhela. Maestra que nos guía y nos conduce en este sentido, es la virgen María.

La siempre Virgen es la obra maestra de la misión del hijo y del Espíritu Santo en lo que la carta a los Gálatas en el capítulo 4, llama el tiempo de plenitud. Por primera vez en el designio de salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra su morada, en donde su hijo y su Espíritu pueden habitar, entre los hombres. Por eso los más bellos textos sobre la sabiduría, la tradición de la iglesia, los ha entendido frecuentemente con relación a María, María es cantada y representada en la liturgia como el trono, el lugar, la sede de la sabiduría. En Ella comienzan a manifestarse las maravillas de Dios, que el Espíritu va ha realizar en Cristo y en la iglesia, es como el preludio y el anticipo, la gran profecía del tiempo nuevo, y su plena realización.

El Espíritu preparó a María con su gracia, y convenía claramente que fuera llena de gracia la madre de aquel en quién reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente. Ella fue concebida sin pecado y por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable de lo omnipotente.

El Ángel Gabriel la saluda como la hija de Sión, le dice alégrate. Cuando ella lleva a su hijo eterno, es la acción de gracia de todo el pueblo de Dios, y por lo tanto de toda la iglesia, esa acción de gracia que ella eleva en su canto al padre en el Espíritu, mi alma canta la grandeza del Señor. Y somos nosotros los que también cantamos la obra grande de Dios que mira la humildad de su servidora y también contempla aquellos lugares más vacíos, más pobres, menos trabajados, más frágiles, más vulnerables de nuestro ser, porque el poderoso pone allí su mirada, ahí detiene su mano, allí obra grandezas, el Dios que actúa en medio de nosotros nos dice María, no se fija en nuestra condición, sino en la humildad de los que nos disponemos a su servicio; y es capaz de hacer grandes cosas por eso nos mueve a cantar y a celebrar con ella.

La obra de la misericordia de Dios que se proclama de generaciones en generaciones, y que nos hace verdaderamente en medio de las penurias, de las luchas, las amenazas, de las fuerzas del mal que operan alrededor nuestro, de la herida propia que el pecado por nuestra respuesta en rebeldía a Dios, trabaja allí mismo Dios, ha venido si reconocemos su poder y asumimos nuestra pobreza a vivir y a hacernos felices.

Felices nosotros con María por creer que la obra del Espíritu Santo puede hacer verdaderamente nuevas todas las cosas, es decir poner en su lugar, reordenar la historia, derribando a lo que ha querido ocupar el lugar de Dios en nosotros, nosotros mismos y nuestro ego, nosotros y nuestra falta de consideración de nosotros para con nosotros cuando nos queremos poner en un lugar que no nos toca, y nos llamamos a nosotros mismos como no somos, cuando nos hacemos como Dios, repitiendo la antigua historia de la humanidad en el comienzo mismo cuando los primeros intentaron ocupar el lugar de Dios, comiendo del árbol de la sabiduría del bien y del mal.

Cuando vamos por ese camino, Dios por infinita misericordia nos derriba, y al mismo tiempo y en ese mismo instante en el que comienza nuestro derrumbe de omnipotencia comienza a surgir la grandeza del poder de Dios que actúa solo, cuando nosotros somos sencillos y humildes, cuando nos ponemos en clave de la corriente de el pueblo que es resto en Israel, los pobres, a los que pertenecen la familia de Nazaret y a los que se van a ir sumando todos los desplazados, desposeídos, marginales del tiempo de Jesús, dispuestos a recibir este mensaje de novedad, de vida transformante que es la proclamación de la buena nueva, Dios se hizo uno de nosotros y ha venido a sacarnos de aquellos lugares donde el hombre intentando desde su lugar de locura de querer ser como Dios, no ha podido salir por si mismo y solo va a poder salir por la gracia de Dios.

Nosotros con María aprendemos ese camino y hacemos canto nuestro su canto de humildad y de servidora por la hora del espíritu que actúa en ella y trabaja en su persona, haciendo nuevo todo, absolutamente todo. María es profecía de la novedad y su plena realización. María es el anuncio profético de lo nuevo que vendrá y en ella podemos ver acabada la obra de Dios. Para que sea justamente, como buena pedagoga, quién aparece delante de nosotros, mostrándonos el rumbo, alentándonos, enseñándonos, corrigiéndonos como buena madre, pero sobre todas las cosas con ese lenguaje propio de la caridad, poniéndonos de pie y alentándonos a seguir hacia delante.

Es el lenguaje materno, el lenguaje del amor y justamente es el lenguaje del amor, el lenguaje propio de los hombres y mujeres tomados por el Espíritu Santo. Es el lenguaje de la caridad, es el lenguaje del amor el que hace comprensible, el que permite que las personas podamos comunicarnos.

Lo compartamos en el sábado que paso en el retiro, en la celebración eucarística, solo en la medida en que nos unimos como hermanos a compartir la vida y a vivir en Jesús esa vida, en oración, en compartir fraterno, este lenguaje caritativo se desarrolla y crece. No es magia, no actúa como si le podríamos dar marcha y automáticamente poder seguir moviéndose sin que lo asistamos, lo alimentemos, le demos lugar.

Solo la fuerza de la caridad y el lenguaje del amor que brota del encuentro fraterno, crece cuando este se da y se da en la oración.

Jesús lo dice claramente, cuando ustedes viven en el espíritu de caridad y oran en conjunto, todo lo que le pidan al Padre, yo se los voy a conceder. Todo en mi nombre pídanlo y se lo vamos a conceder. Si el espíritu del amor, el espíritu de la caridad que nos comunica entre nosotros como ningún otro espíritu y que nos permite recibir la gran comunicación, que es la que se rompió en el momento que el hombre quiso ocupar el lugar de Dios, la que el hombre tiene que tener con Dios para que encuentre verdadero sentido su vida, sino después de la muerte que. Sino terminada la vida que hay después de la vida.

Justamente esta ausencia de sentido de trascendencia en la propia vida, por ausencia de Dios, es la que ha hecho del mundo, un mundo suicida, que se mata a si mismo, que no se ama profundamente, que detrás del supuesto bienestar y de calidad de vida, detrás del placer como lugar último malentendido de la felicidad, cree haber encontrado el rumbo que explica sus razones de ser, hasta que aparece lo que no puede ser mitigado con el placer, lo que no puede ser ubicado en ningún lugar donde el hombre encuentra respuestas sino solo en Dios, el misterio de la muerte que golpea duro, cuando nos toca de cerca, sino pareciera que solo le ocurre a otros y que a nosotros no nos toca.

Solo al misterio de la muerte, nosotros tenemos la absoluta certeza, de que o hay Dios o la vida, como decía Jean Paul Sastre, es un vómito, es una nausea, no tiene sentido, no vale la pena ser vivida.

Solo en Dios podemos encontrar respuesta y esta respuesta en Dios a la propia existencia, la recibimos por la gracia de la comunicación, que en la caridad el espíritu nos regala.

Y esta gracia de comunicación que es fuerza del amor, que es lenguaje materno, que nos pone en comunión a unos con otros, viene por ese don, promesa del Padre, que constituye alianza, que hace nuevas todas las cosas. Es el don del Espíritu Santo. En el don del Espíritu Santo podemos encontrarnos con dios, con los hermanos, con nosotros. Es el que estamos esperando, es el que viene en este tiempo a nuestra ayuda, con gemidos inefables, para expresar lo inexpresable. Solo librados a la suerte nuestra. El Espíritu Santo viene a hacer nuevas todas las cosas.