23/04/2018 Compartimos un cuento que nos enseña acerca de los prejuicios, la desconfianza y las ideas preconcebidas.
Una fría mañana de otoño, un granjero fue a cortar leña . Buscó y rebuscó, pero no encontró su hacha. Disgustado, se puso a pasear por sus tierras, hasta que vio a un joven alto y con aspecto huraño en su valla. Era el hijo del vecino. El granjero se fijó en sus ojos oscuros y en su expresión ausente. “¡Él es el ladrón!’’, pensó. Cuando hizo ademán de acercarse, el joven se apartó de la valla y cruzó sus anchas manos a la espalda. ‘’Sólo un ladrón actuaría de esta manera’’, reflexionó el granjero. Poco a poco, el joven se alejó de la valla y retornó el sendero que le llevaba a su propia casa. ‘’Camina silenciosamente, al igual que haría un ladrón’’, siguió pensando el granjero, cada vez más furioso. ‘’Nunca me ha gustado ese chico’’, prosiguió. ‘’Seguro que estaba espiando mis movimientos para ver qué más me podía robar… !’’. La rabia del granjero iba en aumento. Preocupado por si el joven había sustraído alguna otra de sus posesiones, se dedicó a revisar cada granero y cada rincón del lugar. Tras varias horas de paseo, regresó cansado. Estaba tan alterado que pensaba en ir a la policía a denunciar el robo, a pesar de la buena relación que mantenía con su vecino. Justo cuando se había decidido a tomar medidas drásticas, percibió un brillo plateado en el suelo, al lado de uno de sus árboles frutales. Incrédulo, se acercó a ver de qué se trataba. Y para su asombro encontró su hacha apoyada en el tronco. Al día siguiente volvió a encontrarse con el hijo de su vecino. Observó sus grandes ojos oscuros y su sonrisa cercana y agradable. Caminaba pausadamente, y le gustaba cruzar las manos en la espalda. Y el granjero se dio cuenta que no había nada de sospechoso en su persona o en su conducta. El granjero le saludó y el joven le respondió, alegre.
Una fría mañana de otoño, un granjero fue a cortar leña . Buscó y rebuscó, pero no encontró su hacha.
Disgustado, se puso a pasear por sus tierras, hasta que vio a un joven alto y con aspecto huraño en su valla. Era el hijo del vecino.
El granjero se fijó en sus ojos oscuros y en su expresión ausente. “¡Él es el ladrón!’’, pensó. Cuando hizo ademán de acercarse, el joven se apartó de la valla y cruzó sus anchas manos a la espalda. ‘’Sólo un ladrón actuaría de esta manera’’, reflexionó el granjero.
Poco a poco, el joven se alejó de la valla y retornó el sendero que le llevaba a su propia casa. ‘’Camina silenciosamente, al igual que haría un ladrón’’, siguió pensando el granjero, cada vez más furioso. ‘’Nunca me ha gustado ese chico’’, prosiguió. ‘’Seguro que estaba espiando mis movimientos para ver qué más me podía robar… !’’.
La rabia del granjero iba en aumento. Preocupado por si el joven había sustraído alguna otra de sus posesiones, se dedicó a revisar cada granero y cada rincón del lugar. Tras varias horas de paseo, regresó cansado. Estaba tan alterado que pensaba en ir a la policía a denunciar el robo, a pesar de la buena relación que mantenía con su vecino.
Justo cuando se había decidido a tomar medidas drásticas, percibió un brillo plateado en el suelo, al lado de uno de sus árboles frutales. Incrédulo, se acercó a ver de qué se trataba. Y para su asombro encontró su hacha apoyada en el tronco.
Al día siguiente volvió a encontrarse con el hijo de su vecino. Observó sus grandes ojos oscuros y su sonrisa cercana y agradable.
Caminaba pausadamente, y le gustaba cruzar las manos en la espalda. Y el granjero se dio cuenta que no había nada de sospechoso en su persona o en su conducta.
El granjero le saludó y el joven le respondió, alegre.
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