El silencio de José

martes, 30 de diciembre de 2008
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Este fue el origen de Jesucristo.  María, su madre, estaba comprometida con José.  Cuando todavía no vivían juntos concibió un hijo, por obra del Espíritu Santo.  José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.  Mientras pensaba en esto, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:  “José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa.  Porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.  Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de todos sus pecados.  Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el profeta:  “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa Dios-con-nosotros”.”  Al despertar José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado.  Llevó a María a su casa.

Mateo 1, 18 – 24

Hay que reconocer que San José no ha tenido mucha suerte, que digamos, en la transmisión que los siglos han hecho de su figura. Si nos preguntamos qué imagen surge en la mente del cristiano, al oír el nombre del esposo de María, tenemos que respondernos que un “viejo venerable, con rostro no obsesivamente varonil, que tiene en su mano una vara de nardo, un tanto cursi…” Por decirlo así, una manera caricaturesca y ponernos en contacto con una transmisión que se aparta de la más honda verdad, que nos refleja el Evangelio.

Para entenderlo hay que profundizar sobre el sentido de las pocas líneas con las que los textos de la Buena Noticia nos presentan al esposo de María. También aparece la imagen de José, como una variante, la de un ebanista. Muy pulcro, en realidad. El que tiene un vestido nuevo, siempre como muy arreglado, con una garlopa y una mirada un tanto perdida. Que hay que avisarle que se despierte, porque corre riesgo la tarea que está haciendo.

Lo digo a esto, no para herir la sensibilidad religiosa de quienes pueden haberse vinculado a estas imágenes de José, sino para llevarnos desde este lugar al verdadero sentido. El que nos presentan los Evangelios de quién es José y cuál es su verdadera imagen. Esa que debemos recuperar, para darle un carácter de realismo a su figura. Esta, tan particularmente fuerte, que nos presenta hoy el Evangelio.

Tal vez, el silencio sea el lugar más apropiado para hablar de José. Ese silencio que lo caracterizó. Pero que no es mutismo que mata, lo mata y mata con el silencio, sino que es un silencio de interioridad. Como el de María, que guarda en lo más profundo del corazón, los secretos de un misterio que supera.

La fábula es hermosa. Pero tendremos que olvidar para tratar de acercarnos a la realidad. Las imágenes tal vez sean muy pintorescas o tengan los rastros de algún artista famoso, que ha puesto bajo su tela, o sobre su tela estas imágenes un tanto desencarnadas de José. Pero a nosotros nos toca tocar la cosa con la mano. Y la realidad es que el Evangelio, en la expresión de Rox “rodea su figura de sombra, de humildad y de silencio. Se lo adivina, dice Rox, más que se lo ve.”

Nada sabemos de su patria. Algunos exegetas se inclinan a señalar Belén. Otros prefieren Nazaret. De Belén descendían probablemente sus antepasados. De hecho, ahí se tienen que ir porque hay un edicto de Cesar Augusto, que ha marcado un censo en todo el mundo, conocido por entonces, donde gobernaba el imperio romano. Y a ellos les tocó ir a Belén, porque allí estaban los ancestros de José.

Nada sabemos de la edad de José. Los pintores siguiendo a la leyenda y para no tocar el carácter inmaculado de María, y en todo caso, hacerlo de una manera que no pone de manifiesto la condición casta de José, lo han pintado un tanto viejo. Un viejo que casi ya no tiene sentimientos ni afectos.

Es como si para resguardar la figura del Corazón Inmaculado, de la Inmaculada carne de María, el arte hubiera elegido la forma de asexuarlo a José. No? 

De quitarle su condición sexuada, entonces tiene una mirada perdida, angelical o es un hombre anciano, donde el deseo sexual ya casi ha desaparecido. Y está muy lejos de todo esto. Más bien habría que ponerlo a José, algunos dicen entre los 35 y 40 años. Pero parece ser, que por la edad de María, teniendo en cuenta a la edad que se casaban las mujeres de su tiempo (entre 15 y 17 años), José más bien debería haber sido un hombre entre 23 y 25 años. En la plenitud de su desarrollo humano. Y por eso, también en términos hormonales, por así decirlo, con un alto grado de condición varonil. Y en el desarrollo pleno.

Lo cual hace más virtuosa su condición de cuidado de la carne Inmaculada de María. Y pone realmente en un lugar de profunda y comprometida castidad su camino, al lado de la que permaneció virgen antes, durante y después del parto.

Esta condición de José nos ayuda a nosotros a darle estos rasgos. Estas caricaturas a desprendernos de imágenes irreales y estas realidades a acercarnos de esa condición concreta de su persona, que lo hace aún más virtuoso.

Una pregunta que surge cada vez que hablamos acerca de José y su condición varonil es su disposición al servicio del trabajo. Como una figura que acompaña al Hijo de Dios, que en su padre nos refleja al Creador, y que en su padre dativo, en su padre adoptivo igualmente nos muestra un hombre que con el trabajo recrea la vida.

Hombre. Hombre y amigo. Eso es José. Un hombre con todas las letras y es muy amigo, muy cercano. Teresa de Jesús decía: “Yo he hecho experiencia de que realmente Jesús, el Hijo le obedece a san José”. Y por eso les recomiendo, que cuando ustedes tengan algo para pedir a un santo, que intercede delante del trono de Cristo, para que Él interceda ante el Padre, pídaselo a san José. Porque así como obedeció a su padre en la tierra, así también lo obedece en el cielo.

Interesante, no? Esta cercanía y esta amistad de hombre trabajador, de este hombre carpintero. De este hombre artesano. Porque la carpintería de la que habla la Palabra, en el texto original griego tecton, habría que traducirla en rigor como artesano y sin mucha especificación. A favor de un trabajo de carpintería estaría una antigua tradición que introdujo san Justino. Pero esto es un poco improbable porque en realidad no hay mucha madera para trabajar en los alrededores de la aldea donde ellos se han establecido.

En la época de Cristo, en Palestina, escaseaba la madera. No había sino los famosos cedros, que eran pocos, propiedad de los ricos. Palmeras, higueras, y otros frutales, pero que no servían para el trabajo en lo concreto de una buena carpintería. Las cosas, en realidad, eran muy pocas las que eran de madera. En Nazaret, las casas o eran simples cuevas excavadas en las rocas o edificaciones construidas con cubos de piedra, caliza típica del lugar. En los edificios la madera se reducía a algunas puertas. Y muchas casas no tenían otra puerta que una gruesa cortina. El mobiliario era también rústico. Era más bien de piedra.

No había mucho trabajo para la carpintería, como la entendemos nosotros. La palabra tecton hay que traducirla más bien como artesanía. O yo diría, como un servi tutti, un servidor en todo. Una tarea de servicio, en todas las cosas del quehacer hogareño. Un servidor de esas empresas de servicio, que hay que hacen un poco de todo en la casa. De eso se trata, un servidor de la casa. Hoy sería un poco plomero, un poco albañil, un poco electricista. Un poco de esos hombres que son hábiles con las manos en el trabajo y en el servicio, entre los cuales no me cuento. De eso digamos, no? Eso era José. Un trabajador en el servicio de la casa en todo.

La profesión de José era lo que hoy llamamos un hombre de changas y de servicio. Tal vez esto sea donde el Señor aprendió la palabra servicio. “El que quiera ser el primero que sea el último”. Porque Él, en realidad, lo tenía a su padre en un lugar muy alto.

De hecho, ha sido tan fuerte, en términos de desarrollo humano el de Cristo, la imagen de José, que cuando Jesús ha tenido que hablar del reino del Padre, lo ha tomado a él como el prototipo en torno al cual se construye este reino. Y nos ha dicho que en el reino que el Padre ha venido a instalar a través de su persona, los primeros son los que sirven.

Está hablando, sin dudas, Jesús de esta condición que ha descubierto particularmente en su padre, de ser un servidor. Al punto tal, de hacer de su trabajo un emprendimiento de servicios.

José un trabajador servicial. Una imagen que convoca, evangélicamente a vivir en el estilo en el que su Hijo nos invita a vivir: el servicio.

Esta condición silenciosa de José, que la comparte en alianza con María. En lo cual, Dios nos está diciendo a través de ellos, que este es el lugar a través del cual la Palabra toma toda su fuerza, todo su vigor: el lugar del silencio.

¿Cómo es ese silencio matrimonial? De alianza de amor entre José y María. Este es el hombre, José, que Dios elige para casarse con la Madre del Esperado. Y lo primero que el evangelista nos dice, es que María estaba desposada con él, y que antes de convertirse y de convivir con ella apareció embarazada. Nos encontramos con la primera sorpresa. ¿Cómo es que estando desposada no habían comenzado a convivir? Hay que recurrir a las costumbres de la época para darnos cuenta de qué está hablando el Evangelio.

El matrimonio en Palestina de aquel tiempo, celebra en dos etapas: – el ¿quirushuin? o compromiso y el ¿nushuin? o matrimonio. El matrimonio propiamente tal. Como es habitual en muchos pueblos orientales, son los padres o tutores quienes eligen esposo a la esposa. Quienes conciertan el matrimonio sin la voluntad de los contrayentes intervenga apenas, para nada. María y José se conocerían sin dudas. Todos se conocen en un pueblo de 50 casas. Pero apenas intervinieron en el negocio, dice Descalzo. Y uso la palabra negocio, dice el autor español, porque es lo que estos tratos matrimoniales parecían.

Los padres o tutores de los futuros esposados entraban y entablaban contactos. Discutían, regateaban, acordaban. Ambas familias procuraban sacar lo más posible para el futuro de sus hijos. Pero no parece que en este caso hubiera mucho que discutir. José pudo aportar sus dos manos jóvenes, y tal vez, como máximo sus aperos de trabajo. María, aparte de su pureza y su alegría, tendría como máximo algunas ropas y muebles o útiles domésticos.

Mientras ellos están en este trámite tan particular, la sorpresa. María queda embarazada y ellos todavía no han convivido juntos. Este es el silencio de Dios en sus vidas. Elocuente en la Palabra, que se hace carne en María, Dios ha llenado de silencio la vida de ellos. Los ha cargado de un profundo silencio, donde la Palabra solamente puede engendrarse.

Es la tierra más fértil para que la Palabra produzca mucho fruto: el silencio. Y José junto a María son testigos de esto. Esta manifestación de Dios en la vida de estos hermanos nuestros, de estos guías nuestros, les hizo cruzar este tremendo desierto, que los modernos llamamos “el silencio de Dios”. Son esos baches del alma, en los que parece que todo se hunde. Miramos a la derecha y a la izquierda y sólo vemos mal, injusticia. Salimos fuera de nuestra interioridad y contemplamos un mundo que se destruye, las guerras que no cesan, millones de hambrientos. Incluso en el mundo del espíritu nos vemos sin vacilación, como sacudidos por todo lo que ocurre. Ni la propia Iglesia parece como segura de sí misma.

Tal vez esto sea una descripción de lo que ocurre hoy en nuestro vivir la fe. Hay un profundo silencio que nos emparenta, nos amiga, nos acerca, nos permite estar en alianza profunda con María y con José. En ese silencio profundo la Palabra se hace vida, es más, se hace Carne.