Jesús, camino y revelación del Padre

miércoles, 7 de mayo de 2008
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“No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí.  En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes.  Yo voy a prepararles un lugar.  Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy”.

Tomás le dijo: “Señor, no sabemos a donde vas.  ¿Cómo vamos a conocer el camino?”.

Jesús le respondió: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.  Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre.  Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”.

Felipe le dijo:  “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”.

Jesús le respondió:  “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?.  El que me ha visto, ha visto al Padre.  ¿Cómo dices:  “Muéstranos al Padre”?.  ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?.  Las palabras que digo no son mías:  el Padre que habita en mí es el que hace las obras.  Créanme:  yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.  Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre.  Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.  Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré”

Juan. 14, 1 – 14

El clima en torno al cual este largo discurso largo de Jesús, en el evangelio de Juan aparece, es el clima de la última cena y de la despedida.

Los discípulos sienten entremezclados con el gozo y la alegría de estar celebrando la pascua, la angustia y la tristeza por la partida del maestro que todo parece decir que es definitivo.

El único que habla de alegría, de paz y de tranquilidad es Jesús. Todos los demás, que están presentes y el ambiente, indica drama.

Jesús les habla de prepararles un lugar en la casa del Padre. Hasta ese momento la casa del Padre para un israelita era el templo. El templo de Jerusalén, lugar emblemático de la celebración de la fe judía. Los hombres podían ir al templo para encontrase con Dios. El templo es el lugar que el hombre había encontrado como modo para expresarle a Dios su pertenencia a él y a donde Dios ha prometido descender para el encuentro con el hombre. Los hombres podían ir al templo para estar con Dios durante los minutos que durara la ceremonia donde la promesa de la presencia de Dios estaba certificada en aquel culto que se celebraba.

Jesús quiere hacerles entender a los discípulos que va a haber un nuevo templo, una casa nueva. La casa del Padre donde ellos tendrán un lugar para siempre. Para eso, es necesario que él desaparezca, que su cuerpo entre en la gloria del Padre para que ese mismo cuerpo sea ahora el lugar del encuentro, entre Dios y los hombres. No por un rato sino para siempre.

El culto en el templo lleva algunos minutos, algunas horas. El del que habla Jesús es para siempre, y es en espíritu y en verdad.

No es ni en el templo ni en el monte, Jesús le va a decir a la samaritana. La verdadera adoración, es decir, la verdadera pertenencia de culto a Dios va ha ser en espíritu y en verdad. Es en la persona de Jesús y en el espíritu que nos mueve a estar en comunión con el vínculo de la caridad donde se le da el verdadero culto a Dios.

Esto lo ha venido diciendo el Señor de muchas maneras y formas en el Antiguo Testamento.

¿Cuál es el espíritu que él pretende desde aquellos que se acercan para celebrarlo? “Yo no quiero sacrificios, no quiero holocaustos”.

El sacrificio y el holocausto son dos modos de expresión en el templo de la ofrenda hecha a Dios. En verdad, dice el Señor, lo único que a mí me agrada es un corazón transformado, contrito, humillado, viviendo en la caridad. Viviendo en el amor. Es decir, un corazón puesto en el camino, la verdad y en la vida que brota de esta presencia de alianza bajo el signo del amor con el que Dios bendice a su pueblo.

Si Jesús muere en la cruz, se rasga, dice la Palabra, el velo del templo y ahora el único sacerdote entra hasta el santo de los santos. A partir de allí, nosotros con él, por la gracia bautismal. En el don del bautismo tenemos la oportunidad de participar de la gloria del cuerpo de Cristo resucitado. El bautismo nos lava de los pecados para unirnos a Cristo.

San Pablo para explicar este misterio va ha decir que por el bautismo todos formamos parte de un solo cuerpo. Todos juntos somos como los miembros de un único cuerpo que es el de Cristo. De manera tal, que ahora el templo nuevo que es el mismo Jesús, es el lugar que él ha venido a prepararnos para llevarnos a ese lugar, a él mismo.

“Yo tengo que partir pero me voy al Padre y cuando llegue al Padre les vos a preparar una morada”. ¿Cuál es la morada? Es la experiencia del Señor en nuestra vida. Es el lugar donde se puede habitar. Es el lugar que tiene espacios para todos.

Jesús, es el nuevo templo y la nueva casa. Está allí en nosotros y nosotros en ella por la gracia bautismal. Hay que recorrer un camino, dice Jesús.

Uno dirá: “pero si yo ya estoy bautizado quiere decir que ya estoy en la casa”. Sí y no.

Sí, porque así es. Estamos por la gracia bautismal engendrados en la vida nueva como un injerto en el cuerpo de Jesús. Y No, porque eso no ha llegado todavía a su plenitud.

Sí, incipientemente presente. No, porque todavía no hemos llegado a la plenitud. Para eso hay que recorrer un camino. Y el camino, dice Jesús, “soy yo mismo”. Es decir, estamos llamados a vivir en plenitud y a crecer en él.

¿Cómo se crece en el camino de Jesús? Recorriendo lo que se revela en su persona por la gracia de la caridad, por el don del amor. Esa es la gran verdad. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, dice Jesús. Y por ese lado, por esa fuente de caridad que brota del corazón de Jesús nos llega la plenitud de la vida a la que somos llamados.

Tomás representa nuestra incomprensión con respecto al mensaje de Jesús. Tantas veces incomprensible e inabarcable al mismo tiempo. Tomás ve pero no termina de entender, entiende y no termina de comprender. Tomás tiene la pregunta a flor de labio. Tomás no deja de expresar su desconcierto, ese mismo que sentimos nosotros frente al encuentro de Dios que nos revela y nos esconde el misterio. Lo revela y lo esconde, por eso Tomás pregunte: ¿Cómo hacemos para ir a donde se nos ofrece la plenitud de la vida? ¿Cuál es el camino? “Yo soy el camino” va ha decir Jesús.

Él piensa que el camino que tiene que recorrer Jesús se puede encontrar como en una guía turística o como si hubiera una receta. Se aprende recorriendo una ruta sobre un mapa determinado. Pero, aquí no. Aquí no se sabe ni se conoce por receta, el camino. Es una persona el camino. No es un método. No es un sistema que puede estudiarse en unas pocas lecciones como de hecho ocurría en algunas enseñanzas filosóficas en aquel tiempo.

Cuando los antiguos hablaban de un camino se referían a una forma de comportarse, a una filosofía, a una determinada disciplina que se adquiría mediante el estudio de un determinado ejercicio. Aquí el camino no es una doctrina, no es un código. Aquí el camino no depende de un determinado modo de actitud, no está en nosotros el camino. El camino está en una persona que nos invita a ir con ella. Nace de un vínculo. Se establece en una relación.

Yo soy el Camino para ser recorrido. Quien viene por este lugar por donde yo voy, va conmigo y alcanza la plenitud”. La respuesta de Jesús es una frase conocida por nosotros. Allí el Señor quiere sacar a Tomás y a nosotros del error. El camino no se aprende estudiando. El camino es el camino de Jesús. “Yo soy el Camino”.

Y ¿Cómo es el camino de Jesús? ¿Cómo se reconoce que el camino que estamos transitando es el de Jesús? Es un camino básicamente lleno de esperanza. Es un camino habitado por el gozo que tiene un sendero claro de fortaleza. Es un camino que cuando se lo transita uno siente que se puede andar y peregrinar a pesar de las fuerzas de las caídas con los que se puede encontrar en un momento pero, todo se robustece. Es un camino ciertamente para caminar con otros.

No es un camino que se pueda transitar sólo. Por eso Jesús en el momento mismo de plantear su propuesta construye el ámbito de la comunidad como el modo a través del cual se puede verdaderamente andar detrás de Cristo. El camino de Jesús es un camino lleno de vida. La vida de Jesús es vida en plenitud.

No se puede caminar solo por el camino de Jesús. No es una opción que uno puede hacer y en la que pueda permanecer por sí mismo sin ir con otros en su andar y en su peregrinar. El vínculo comunitario en el camino de Jesús es determinante para poder caminar.

“Yo soy el camino”, dice Jesús. Al Padre no se llega sino recorriendo este camino. No se llega practicando una cierta cantidad de reglas cada día. Para andar el camino que lleva al Padre es necesario unirse a Jesús, desde la gracia bautismal. Llegar a ser uno con él. Cristo es un camino que nos revela las verdades de la vida, esa que necesariamente nuestra naturaleza humana busca. Cristo revela el camino y muestra la luz para poder vivir. No se puede vivir sin la luminosidad en el camino.

En estos días estamos viendo que en Buenos Aires, la niebla y el humo impiden poder moverse. Para poder movernos necesitamos disipar la niebla y el humo. Necesitamos claridad.

En el camino de Jesús se encuentra la luz y la claridad. La verdad dice Jesús.

La palabra “verdad”, el concepto de la verdad, y la posibilidad de acceso a la verdad está desde distintos lugares, en el pensamiento humano y en las doctrinas que los hombres hemos ido construyendo para comprender la realidad y para entendernos, identificado fuertemente con la luz. Quien hace un proceso de búsqueda y de encuentro con la verdad, hace fondo un camino de iluminación. De ser verdaderamente tomados por la luz que muestra el rumbo. La luz en cuanto a que muestra “el por donde”.

Cuando falta la luz, cuando puede más la niebla y el humo, no se puede transitar. El transito es ciertamente riesgoso. La luz que trae Jesús, la revelación que el Señor pone delante y dentro de nosotros brota de su misma persona. Es él mismo, quien muestra y revela el misterio.
“La verdad del hombre, nos dice el Concilio Vaticano II, se entiende a la luz del misterio de Jesús. En ningún lugar mejor para autocomprenderse, para poder saberse a sí mismo y para poder reconocerse. Ningún lugar más claro, más transparente que la presencia del Señor en nuestra vida. Por eso el encuentro con él, y el llamado constante de Jesús a estar con él y a permanecer con él”.
Yo soy la vida”, dice Jesús. Es decir, esta luz que Jesús trae con su presencia, que es todo un camino de vida para nosotros, es en plenitud. Porque cuando habla de vida, Jesús lo dice en clave de vida para siempre. La verdad es la que siempre permanece igual, la que nunca cambia, la vida que ansiamos todos.
La verdad que se goza en este mundo no es completa, sino se la piensa, se la vive y se la dimensiona también, en clave de eternidad. Nadie quiere vivir un rato. Nadie siente en su corazón el llamado a sencillamente a pasarla bien por un tiempo sobre todo en un lapso de tiempo demasiado reducido.
Estos minutos de gozo, estos minutos de placer; este tiempo de disfrute que puede ser una comida, unas vacaciones, un buen libro, una buena película, etc. Ninguna de todas estas cosas que en la vida bienvenida sean para hablarnos de la saludable propuesta de vivir en plenitud, termina cada una de ellas, por explicarlo todo a lo que es el don de la vida. Por eso Jesús dice: “Yo soy la vida que abraza todas estas vidas, y es más todavía, vida en plenitud al máximo”.
Pensá en lo que más te produce gozo. Pensemos en lo que nos gusta y lo que sentimos que nos descansa, que nos hace bien, que podemos disfrutar, donde nos recreamos y sentimos que respiramos hondamente. Me podes hasta decir que espiritualmente que es la oración pero ni la oración termina por decir el gozo al cual Dios se refiere cuando habla del encuentro con él. Ni el encuentro que tienes con él y que te produce gozo, es todo lo que Dios es, y a lo que nos invita a seguir gozando cuando nos metemos en su misterio.
Mientras la presencia de Dios es como el aire para nosotros y esto nos pone en comunión unos con otros, respiramos un ambiente de pureza y de libertad en comunicación, que surge de manera fluida en el ámbito del encuentro.        

 

Textos de la Palabra que nos invitan a recorrer el Camino del evangelio:

 “Yo te instruiré, te enseñaré el camino que debes seguir; con los ojos puestos en ti, seré tu consejero” (Salmo 32, 8).

“Así habla el Señor: Deténganse sobre los caminos y miren, pregunten a los senderos antiguos donde está el buen camino, y vayan por él: así encontrarán tranquilidad para sus almas” (Jer 6, 16).

“Allí habrá una senda y un camino que se llamará Camino santo” (Is. 35, 8).

“Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran” (Mt. 7, 13 –14).

“Por lo tanto, hermanos, tenemos plena seguridad de que podemos entrar en el Santuario por la sangre de Jesús, siguiendo el camino nuevo y viviente que él nos abrió a través del velo del Templo, que es su carne. También tenemos un Sumo Sacerdote insigne al frente de la casa de Dios. Acerquémonos, entonces, con un corazón sincero y llenos de fe, purificados interiormente de toda mala conciencia y con el cuerpo lavado por el agua pura. Mantengamos firmemente la confesión de nuestra esperanza, porque aquel que ha hecho la promesa es fiel. Velemos los unos por los otros, para estimularnos en el amor y en las buenas obras. No desertemos de nuestras asambleas, como suelen hacerlo algunos; al contrario, animémonos mutuamente, tanto más cuanto que vemos acercarse el Día” (Heb. 10, 19 – 25). 

El Dios que se hace camino, el Dios que es camino, es el nombre con que se identifica a los primeros discípulos de Jesús. Son “los discípulos del Camino”. Tan fuerte es la expresión “camino” en el comienzo de la vida cristiana que al Señor se lo reconoce así, como camino. Los discípulos son discípulos de aquel que se reconoce como el Camino.

Un camino es lugar de orientación, es un sendero que lleva hacia…

Justamente cuando uno hace un proceso de discernimiento, se distingue lo bueno y lo malo pero más se distinguen las tendencias. El hacia donde conduce, es decir, se definen los caminos. Se precisa sobre todo la orientación. Tiene que ver con vislumbrar por donde está yendo el peregrinar propio y el de los demás. El de las circunstancias de la historia y del momento cultural.

El discernimiento se puede hacer sobre situaciones de vida personal y comunitaria, en el acompañamiento de una persona, en la conducción de una familia, en la lectura con lo que ocurre en la cultura, en el discernimiento de los signos de los tiempos.

¿Y que se discierne? Se discierne “el hacia” donde va esto. Por eso cuando uno toma una moción interior, además, de percibir que es lo que esa moción tiene como discurso, siempre viene acompañada por una palabra que algo está diciendo en el sentir interior y comunitario.

Uno, además de entender que está diciendo esa inspiración, esa moción, ese movimiento, eso que está aconteciendo; tiene que preguntarse a donde va esto, a que conduce y hacia donde se orienta. Eso en realidad no se puede hacer sino con la experiencia. Por eso no puede conducir y manejar cualquiera sino el que tiene la experiencia y lo sabe hacer.

Es verdad, que hay una parte del aprendizaje que el que lo hace al principio lo tiene que padecer, y a la vez, los otros con uno. Pensemos sino en una mamá primeriza y que se da cuenta que su ser mamá; que es orientar la vida de su bebé y le hace sufrir un poco y tal vez lo hace sufrir un poco a él.

Por que es justamente en un aprendizaje de experiencia donde sabiamente se aprende a dar con la lección justa. No está dada la cosa ni se la entiende sólo con la racionalidad, que es justamente uno de los grandes males del tiempo en que vivimos. El haber confundido lo sabio con lo racional. Se sabe mucho. No, vamos por parte. Puede tener buenas letras, lo cual no quiere decir poco.

Santa Teresa de Jesús cuando hablaba de quien podía orientar o acompañar el proceso de la vida de una persona decía “que tenga letras. Puede no tener espíritu bueno pero que tenga letras. Es decir, que tenga letras es importante pero no lo es todo, sobre todo en el mundo de hoy donde se ha confundido la sabiduría con la racionalidad o la buena letra. El tener mucho conocimiento adquirido.

No siempre va de la mano la sabiduría de la vida con la sabiduría de los libros, del estudio o de las ciencias.