La meta: Amar más y mejor

viernes, 31 de octubre de 2014
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  Algo que atenta contra la lucha espiritual es pensar que la santidad es el camino de la perfección. No lo es en el sentido que nosotors hacemos una proyección de nosotros mismos idealista; yo soy esto que soy y así Dios me ama y quiere que sea de la mejor manera. Como pasa con San Pedro: es terco, apasionado, fayuto. Y lo hará hasta el final de su vida; ¿a dónde vas Pedro? le dirá el Señor antes de su muerte. Hay cosas que nos van a acompañar hasta la muerte, que hace a nuestra naturaleza. No es que con el tiempo vamos a reaccionar mejor frente a las cosas que nos sacan… no implica no trabajar en eso, sino que nos olvidemos de vivir poniendo la ficha en eso, cuando en realidad el camino de la “perfección” es la caridad.

Mi lucha tiene que ser para amar más y mejor, y no para defendernos de nosotros mismos y nuestros propios defectos. Si así nos quedamos estamos mirándonos el pupo sin salir hacia los demás que es lo que el Señor nos pide. Tenemos que poner el foco en vivir en plenitud la caridad, cuánto más pueda amar y mejor. Vivo para amar y mi esfuerzo, en todo caso, es vencer lo que nos impide amar y entregarnos a Dios.

En nuestro esquema espiritual a veces hemos puesto mal la mirada. La vida del cristiano es para ser ofrecida y entregada, ahí si tengo que pelearme conmigo mismo para vencer la fuerza del egoísmo y de la autoreferencialidad que me impiden la entrega. Si para eso ayuda que sea más manso haré el esfuerzo por ser más manso; que me cuide más en el comer y en el beber lo haré; si tengo que ser más cuidadoso de mi sexualidad tendré qe hacerlo…. todo con el objetivo de amar más y poder entregarme mejor desde Dios. Si tengo que rezar más no es para ocultarme, sino para mejor salir.  Centrados en el misterio y lanzados a las periferias, dice Francisco.

Cuando hablamos de dar en la caridad, no supone “ahora empiezo a ser bueno”. Yo soy esto que soy y lo entrego, no me perteneces, sino que es un don de Dios. En el camino de la oración lo que yo hago es ponerme frente a su presencia para tener mayor consciencia de Él y desde ahí entregarme; sino no doy nada. Cuando no oramos para entregarnos a los demás en el trabajo del servicio apostólico a veces es infecundo, a veces hace ruido, y a veces hacemos mal queriendo hacer el bien porque nos falta el centro del misterio ene le corazón. La lucha es para vivir en el Señor, permanecer en Él y desde ahí entregarnos.

Como decía un cura amigo, si a Santa Teresita la agarra Freud se “hace un picnic”; humanamente es muy débil, histérica y caprichosa, y por otro lado desde el espíritu es gigante. Dios se valió de gente como nosotros, contradictorios. ¿Quién era Moisés? Liberó al pueblo de Israel, pero era un prófugo de la justicia. No estaba en el desierto de retiro espiritual sino que se escondía de los egipcios por haber asesinado a un hombre. ¿Quién fue Pablo? Un gran perseguidor de los cristianos, un torturador, violento. Dios ve algo distinto de lo que nosotros vemos y saca del medio nuestras medidas de lo que nsotors creemos que debería ser la perfección. Ve distinto y saca bueno de lo que no parece. “Dios ve el corazón de las personas” como dice el texto de la elección de David. Con esto no justifico ni a los prófugos de la justicia ni a los torturados, sino que no tenemos que quedarnos en esa posibilidad porque no hay salvación sino.

Cada uno de nosotros somos capaces en Dios, de lo mejor, y también de lo peor. Somos tan frágiles, y a la vez, tan capaces de Dios. Todo depende de dónde ponemos el corazón. ¿Dónde lo pondremos? La idea es ponerlo en Él y liberarnos de todo lo que nos impide estar en Él. La pelea es por permanecer en Dios y desde Él entregarse a los hermanos. “Tanto y cuanto” es la ley Ignaciana… tanto y cuánto te ayude a lo central, que puedas permanecer en Dios y entregarte a los demás en Él. Entonces la medida de lo que haga o no tiene que ser “tanto y cuanto” me acerque más o no al fin. ¿Me ayuda? lo tomo; ¿me aleja del objetivo? lo dejo.  

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“Yo me glorío en mi debilidad…”

Tenemos que pelear de tal manera que nos quede el corazón libre para amar. El combate espiritual “contra los seres que surcan los aires” ( que son las fuerzas del mal que atentan contra el ser personal), es pelear de tal modo que no nos haga perder del objetivo. Como cuando discutimos y al final no sabemos de qué discutíamos.

Cuando uno pierde el foco de que fue creado para amar, la lucha interior se puede tornar una pelea sin sentido. Se aprende y se aprende metiendo la pata. En la vida espiritual es imposible aprender sin equivocarse. No se aprende de libro sino en el camino, en marcha y contramarcha, avanzando y retrocediendo. La sabiduría se adquiere con el paso del tiempo en la vida del espíritu y con la consciencia clara de quién es Dios y quien es uno. Y uno es una pobre criatura débil, llamado a grandes cosas pero sabiéndose perqueño. En la medida que esa tensión entre la naturaleza de Dios y nosotros permanece clara, entonces somos capaces de grandes cosas. Dios no se fija en nuestras obras sino en nuestra pequeñez. A Él no le interesa nuestras obras porque las buenas son de Él, en cambio sí se detiene en nuestra pequeñez porque quiere hacer grandes cosas con nsootros. Por eso en el camino de la lucha interior es importante mantener la consciencia de la propia debilidad y ponerla en tensión. “Yo me confío en mi debilidad” dice San Pablo. Ahí San Pablo relata su experiencia mísitca y los méritos de los cuáles se podría gloriar, sin embargo dice que “la gloria está en mi debilidad porque cuando soy débil entonces soy fuerte. Tres veces pedí al Señor que me quitara la espina clavada en mi carne y tres veces me dijo “Te basta mi gracia”.

En cierto modo, me animaría a decir, en la derrota está nuestro triunfo, en el reconocer que somos débiles. Eso nos libera de una espiritualidad “aparatosa” de creer que con nuestros méritos alcanzamos la meta; y no es así. Santa Teresita decía que no es en el esfuerzo donde se alcanza la meta, sino en el ascensor… es Dios el que te lleva.

Mantengamos la paz en el combate espiritual, sepamos definir bien dónde están nuestra debilidades sólo para saber que ahí no nos tenemos que enganchar, sino que nuestro objetivo es dejarnos amar por Él, amarlo más para desde ahí entregarnos mejor. No hace falta ni cubrirse ni evidenciar más de lo evidente. Somos así de frágiles, como lo fueron otros grandes, San Pablo, Pedro, Moisés, Santa Teresita, San Francisco de Asís… Almas tremendas, inmensas, sabiendo que Dios no nos quiere perfectos sino grandes y por eso nos quiere despertar en el corazón la magnanimidad y la agresividad para luchar contra todo lo que nos impide que vivamos en Él y en favor de los hermanos. La agresividad supone luchar contra uno mismo para vencer el egoísmo y ampliar el corazón para amar más y mejor.

 

 

Padre Javier Soteras

fragmento Catequesis

31/10/2014

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