La montaña

martes, 12 de noviembre de 2013

 

 

Entre los simbolismos que presenta la montaña podemos destacar:

 

  • Solidez. La presencia de una montaña inspira la imagen de firmeza, de lo inconmovible y al mismo tiempo majestuoso. Desde el punto de vista de la anatomía, se identifica con la columna vertebral, como eje que sostiene.

 

  • Superación. Subir una montaña o cerro implica un esfuerzo; quien lo realiza, desafía sus propias capacidades; es un modo de vencer lo arduo, y por eso es símbolo de superación personal. Es ser capaz de seguir adelante aunque las cosas se nos hagan “cuesta arriba”.

 

  • Elevación espiritual, acceso a lo santo y comunión con los dioses. En muchas culturas y religiones existe algún monte que es el lugar donde habitan los dioses, o el lugar desde el cual  los humanos pueden dirigirse hacia ellos.
    Los cananeos y otros pueblos de la medialuna fértil realizaban sus sacrificios a los dioses en los “lugares altos”.
    Para los griegos, los dioses residían en la cumbre del Olimpo, a la cual no llegaban los seres humanos.
    El cerro Copacabana, a orillas del lago Titicaca, era un santuario cuyo nombre significa “camino por las estrellas hacia el Padre”.

 

También en la Biblia, los montes son lugar de teofanía, es decir, de manifestación de Dios. Así ocurrió a lo largo de la historia de la salvación, y así ocurrirá también al final de la historia:

 

2           En los últimos tiempos quedará afirmado

el monte donde se halla el templo del Señor.

Será el monte más alto,

más alto que cualquier otro monte.

Todas las naciones vendrán a él;

            3          pueblos numerosos llegarán, diciendo:

“Vengan, subamos al monte del Señor,

al templo del Dios de Jacob.” (Isaías cap. 2)

 

            6          En el monte Sión, el Señor todopoderoso

preparará para todas las naciones

un banquete con ricos manjares y vinos añejos,

con deliciosas comidas y los más puros vinos.

            7          En este monte destruirá el Señor

el velo que cubría a todos los pueblos,

el manto que envolvía a todas las naciones. (Isaías cap. 25)

 

El monte Sinaí (altura 2285 mts.)

Este monte también es nombrado en la Biblia como el Horeb.

Al pie del Sinaí, por intermedio de Moisés, Dios hace la alianza con su pueblo: Ex 19. Allí Dios entrega su palabra, en los diez mandamientos: Ex 20 y Dt 5.

El profeta Elías, perseguido, se refugia en ese monte y allí Dios se le manifiesta en la brisa que pasa: 1 Re 19,9 ss.

 

El monte Sión

La antigua ciudad de Jerusalén estaba edificada sobre el monte Ofel (altura aprox. 800 mts.). Salomón extendió la superficie original, colocando sobre la colina Sión el palacio y el templo. Muchas veces en la Biblia Sión es simplemente sinónimo de Jerusalén. El monte Sión se convierte en el lugar de peregrinación a donde el pueblo acude para alabar a Dios, es el monte santo. Los caminos que llegan hasta la capital lo hacen desde regiones de  menor altura, por eso se usa la expresión “subir a Jerusalén”.

 

El Señor, el que reina en el cielo, se ríe de ellos;

luego, enojado, los asusta; lleno de furor les dice:

            “Ya he consagrado a mi rey sobre Sión, mi monte santo.” (Salmo 2)

 

Señor,

los que te conocen, confían en ti,

pues nunca abandonas a quienes te buscan.

Canten himnos al Señor, que reina  en Sión;

anuncien a los pueblos lo que ha hecho. (Salmo 9)

 

)¡Qué altos son los montes de Basán,

y qué elevadas sus cumbres!

Ustedes, que son montes tan altos,

¿por qué miran con envidia

el monte donde Dios quiso residir?

¡El Señor vivirá allí para siempre! (Salmo 68)

 

 

 

Los montes y colinas alaban a Dios

Al igual que toda la creación, los montes participan en la alabanza a Dios, porque son sus criaturas. Aunque sean inanimadas, la mística de los poetas bíblicos atribuye también a los montes la capacidad de honrar a su creador, y por eso los exhortan a hacerlo:

 

            74         “Bendice, tierra, al Señor,

canta en su honor eternamente.

            75         Bendigan al Señor, montañas y colinas,

canten en su honor eternamente.

            76         Bendigan al Señor, todas las cosas que crecen en la tierra,

canten en su honor eternamente. (Daniel cap. 3)

 

            (12)El cielo y la tierra son tuyos;

tú formaste el mundo y todo lo que hay en él.

            12         (13)Tú creaste el norte y el sur;

los montes Tabor y Hermón  cantan alegres a tu nombre. (Salmo 89)

 

¡Alaben al Señor desde la tierra,

monstruos del mar,  y mar profundo!

            8          ¡El rayo y el granizo, la nieve y la neblina!

¡El viento tempestuoso que cumple sus mandatos!

            9          ¡Los montes y las colinas!

¡Todos los cedros y los árboles frutales!

            10         ¡Los animales domésticos y los salvajes!

¡Las aves y los reptiles!

            11         ¡Los reyes del mundo y todos los pueblos!

¡Todos los jefes y gobernantes del mundo!

            12         ¡Hombres y mujeres, jóvenes y viejos!

            13         ¡Alaben todos el nombre del Señor,

pues solo su nombre es altísimo! (Salmo 148)

 

            6          (7)En mi angustia llamé al Señor,

pedí ayuda a mi Dios,

y él me escuchó desde su templo;

¡mis gritos llegaron a sus oídos!

            7          (8)Hubo entonces un fuerte temblor de tierra:

los montes se estremecieron hasta sus bases;

fueron sacudidos por la furia del Señor. Salmo 18

 

            6          Hace temblar los montes Líbano y Sirión;

¡los hace saltar como toros y becerros!

            7          La voz del Señor lanza llamas de fuego;

            8           la voz del Señor hace temblar al desierto; (Salmo 29)

 

 

 

La transfiguración de Jesús

Si bien el evangelio no especifica el lugar, la tradición ubica este hecho en el monte Tabor, un cerro de 588 mts. de altura en la zona de Galilea.

El relato se encuentra en Mt 17,1-8; Mc 9,2-8 y Lc 9,28-36

 

“En el monte de la transfiguración brilla la luz incandescente de la Gloria del Hijo. Es la luz de la zarza ardiente (Ex 3,2), el fuego divino que arde sin consumirse. Es la luz de la primera aurora (Gn 1,3), la luz teofánica que manifiesta la presencia de Dios y que encandiló el rostro de Moisés, “cuando bajaba del monte y no sabía que su rostro se había vuelto resplandeciente porque había hablado con el Señor” (Ex 34,29). La luz que resplandecía en Elías, el profeta “cuya palabra abrasaba como antorcha” (Eclo 48,1), que fue arrebatado en un carro de fuego (2 Re 2,1-13) y que ardía de celo por el Señor (1 Re 19,9). Estos dos hombres “de fuego” son los que acompañan a Jesús en esta teofanía suprema. Los dos profetas del Sinaí-Horeb: el que subió y estuvo cuarenta días y cuarenta noches y en medio de la gloria recibió la ley eterna (Ex 24,18) y el que caminó cuarenta días y cuarenta noches  para llegar a la montaña de Dios, el Horeb (1 Re 19,8). El amigo de Dios que le pidió “ver su gloria” (Ex 33,18) y el hombre que  escondió su rostro ante el paso de la brisa suave (1 Re 19,17ss). El representante de la ley y el padre de los profetas están junto a Jesús como testigos en el nuevo Sinaí. Ellos escuchan que Jesús es el Hijo amado del Padre.

En la transfiguración se manifiesta lo que dice San Juan en el prólogo de su evangelio: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y nosotros hemos visto su gloria” (Jn 1,14). La gloria es la manifestación externa, luminosa y trascendente de la presencia de Dios. En Cristo resplandece esa luz. O mejor aún, él mismo es la luz. “ (Sergio Briglia, Evangelio según San Marcos, Comentario Bíblico Latinoamericano, Ed. Verbo Divino)