Cuando en el medio de muchas cosas buenas, viene ese sacudón, esa caída, esa flaqueza… ahí es donde mas que nunca tenemos que invocar a Dios.
Es dificil comprender el por qué de muchas situaciones en nuestras vidas.. es difícil no entender por qué cuando las cosas venían bien se empiezan a desmoronar.
Pero te digo algo… más dificil sería que nunca aprendieras, que siempres estuvieras en tu mejor momento, que nada te interrumpiera tu feliz caminar… porque acá vinimos a vivir. A equivocarnos, a intentar y a seguir adelante. Vinimos a aprender, no vinimos a saber cada jugada de memoria para ya saber como actuar de ante mano.
Que valioso darnos cuenta de lo necesario que son los grises en nuestra vida. Que si la vida son los buenos momentos, vida y más vida aún son los malos momentos. Es ahi donde está el cambio, el mejorar, el querer dar más y crecer de a poquito.
Es parte de la vida, el caer y volver a levantarse, sacudiendonos y siguiendo para delante.
Es parte de nuestra escencia de ser humano esto de equivocarnos y sufrir.
Si somos dignos de preguntarnos: ¿Por qué a mi? También deberíamos serlo al preguntarnos: ¿Por qué no a mi? Osea, quienes somos y quienes no somos nosotros para elegir que situaciones atravezar.
Si el mismo Dios, sufrió en la cruz, sufrió con los azotes, sufrió nuestra indiferencia.
Quienes somos nosotros para no sufrir? Si sufrir es sentir vitalidad. Es querer cambiar. Es movernos a actuar.
Y estas preguntas no se deberían dar solo cuando nos ocurren cosas malas o no previstas.
Sino más aún, cuando estamos felices.. preguntarnos ¿Por que a mi? Con una sonrisa en el rostro, signo de gratitud profunda a Dios. Y como diría un consejo de mi papá, ahi mismo es donde debemos decirnos: eu, ¿Por qué no, a mi? Merecemos también recibir gracias.
Así como el dolor, enseña. La alegría, se comparte, se agradece, se disfruta.
Seamos capaces de romper los esquemas de los lamentos sin sentido, y busquemos en cada error nuestra mejor enseñanza y en cada momento de alegría nuestra mejor sonrisa.
Se trata de ser fuertes, en nuestras miles de tempestades.
Que nadie vino a juzgar el caminar del otro, ni a compararse con el hermano.
Acá vinimos a entregarnos como somos, aprendiendo día a día del Amor más divino y más humano. El AMOR de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.