Hace unos días empecé a releer este libro que ya había leído el año pasado, movida por el comentario de un sacerdote de mi comunidad. A veces me pasa que devoro los textos sin saborearlos, y después no puedo recordar ni un pasaje siquiera. Este es un caso. De manera que, borrón y cuenta nueva, comencé leerlo detenidamente. A propósito, el libro data del año 1942 y su autor es C.S. Lewis, el mismo que escribió las Crónicas de Narnia (por cierto, título que aparece en mi lista de libros por leer). A modo de sátira, Lewis “recopila” cartas que escribió Escrutopo, un demonio mayor, a su sobrino Orugario, otro demonio principiante, a los fines de guiarlo en su misión de “ganar” el alma de un joven humano para gloria de su “Padre de las profundidades”. Da cuenta de que, de la misma manera que Dios nos regala un ángel guardian que nos asiste y nos ayuda a perseverar en el camino del bien hasta llegar al Cielo, también el Diablo prevé un demonio menor para lograr que nos inclinemos (por medios de las tentaciones y engaños) hacia el camino del mal hasta llegar al Infierno. La diferencia, es que mientras nuestro Señor y sus ángeles guardianes desean nuestra salvación porque nos aman, el Demonio y sus súbditos pretenden nuestra perdición por pura soberbia. Hay muchas otras conclusiones que se pueden ir sacando si se lee el libro a la luz de la fe, que no voy a volcar acá para no extenderme. Al principio, Escrutopo escribe consejos para que Orugario impida que el joven asignado -a quien ellos llaman “paciente”- se haga cristiano (el viejo se jacta de haber mantenido en el ateismo a un joven durante toda su vida y de tenerlo a salvo en “la casa de Nuestro Padre”). Por ejemplo, que mantenga la atención de su paciente en las cosas terrenas, lejos del razonamiento, casi provocando el acostumbramiento al “flujo de sus experiencias sensoriales inmediatas”: de esa manera, el paciente no se acercaría ni a cuestionarse sobre lo trascendental, o por lo menos creer en ello. Dos frases que revelan el mecanismo de acción de los demonios: “No dejes de insistir acerca de la normalidad de las cosas”; “Acuérdate que estás ahí para embarullarle”. Sin embargo, Orugario falla: su paciente se hace cristiano. Ahora el joven demonio tiene que llevar a cabo la tarea de lograr revertir la situación. Acá arranca lo entretenido del libro porque se desplega una artillería de tentaciones y engaños para hacerle pisar el palito al joven de manera que vaya tranquilo por la vida sin que se de cuenta de que, tibiamente está avanzando por el camino errado. Me llamó la atención el primer paso: “Trabaja a fondo, pues, durante la etapa de decepción o anticlimax que, con toda seguridad, ha de atravesar el paciente durante sus primeras semanas como hombre religioso”. Esto, sobre la base de que el recién convertido no es capaz de captar el aspecto trascendental de la realidad que lo rodea, sino que todavía ve la superficie, las apariencias, lo exterior. Esto me hizo reflexionar, sobre todo recordando mi experiencia de conversión. Al principio todo es ideal, casi romántico. Nos sentimos tan abrasados por Su amor (y abrazados también), tan enamorados, que pareciera que no hay otra cosa. Que no se malentienda, por supuesto que fuera de Dios no hay otra cosa, pero suele pasar que primeramente vivimos la relación con Dios como con otra persona. A mi me pasaba de estar largos ratos encerrada en la pieza leyendo el evangelio, meditando (y ¡qué enojo me provocaba que me interrumpieran!), no quería faltar a una misa, a una adoración, me la pasaba escuchando música cristiana, mi perfil de Facebook se llenó de reflexiones, comentarios del Evangelio, imágenes, etc. Creo que a todos nos pasa algo parecido, son muestras de que hemos dejado entrar a Dios en nuestras vidas. Pero la conversión no se agota ahí, porque si bien es un hecho que nos marca definitivamente (ese encuentro con Cristo que nos propone una opción totalizadora y a la que respondemos con un SI) también es un camino, camino de progreso espiritual. No se es perfecto, santo, de un momento a otro sino que se va aprendiendo. Escribe Escrutopo: “en el fondo, todavía piensa que ha logrado un saldo muy favorable en el libro mayor del Enemigo, sólo por haberse dejado convertir”. Definitivamente hay algo más: estamos llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, hay que salir a la cancha. Y ahi la cosa cambia porque se abre el mundo y aparece el prójimo. Y el mundo no es perfecto, como tampoco el prójimo y menos uno mismo. Ahí es cuando nos toca ser testimonio: mirar el mundo, las cosas y las personas (incluso a nosotors mismos) con los ojos de Jesús, con humildad, sin prejuzgar, sin condenar. Ahí es cuando nos toca soportar las injusticias, cargar la cruz. Y esa sí que no es tarea fácil, ahí el camino se vuelve dificultoso y aparecen las pruebas, y porqué no también, las caídas. Lo dicho, la conversión es una camino de aprendizaje. Pues bien, el joven paciente estaba viviendo esta etapa precisamente, y Escrutopo quiere que Orugario aproveche la situación para sacar ventaja, para provocar que el paciente se desilusione y termine por tirar la toalla. Si bien todavía no se si el demonio se saldrá con la suya, creo que hay una forma de evitarlo. Dios nos ha donado la fe, la llama está encendida en nuestro corazón, pero es responsabilidad nuestra mantenerla, avivarla, y por qué no, encender otros fuegos, como decía San Alberto Hurtado. Oren para no desfallecer, nos aconseja Jesús. En la oración está la clave, cada vez que rezamos vamos hechando ramitas en la hoguera. Una fe bien encendida es producto de una vital y constante oración. Entonces pido para mí y para ustedes que el Señor nos de la gracia de perseverar en la oración humilde y confiada, para que nuestra fe no se entibie y no seamos presa fácil de nuestro Enemigo.
Hace unos días empecé a releer este libro que ya había leído el año pasado, movida por el comentario de un sacerdote de mi comunidad. A veces me pasa que devoro los textos sin saborearlos, y después no puedo recordar ni un pasaje siquiera. Este es un caso. De manera que, borrón y cuenta nueva, comencé leerlo detenidamente. A propósito, el libro data del año 1942 y su autor es C.S. Lewis, el mismo que escribió las Crónicas de Narnia (por cierto, título que aparece en mi lista de libros por leer). A modo de sátira, Lewis “recopila” cartas que escribió Escrutopo, un demonio mayor, a su sobrino Orugario, otro demonio principiante, a los fines de guiarlo en su misión de “ganar” el alma de un joven humano para gloria de su “Padre de las profundidades”. Da cuenta de que, de la misma manera que Dios nos regala un ángel guardian que nos asiste y nos ayuda a perseverar en el camino del bien hasta llegar al Cielo, también el Diablo prevé un demonio menor para lograr que nos inclinemos (por medios de las tentaciones y engaños) hacia el camino del mal hasta llegar al Infierno. La diferencia, es que mientras nuestro Señor y sus ángeles guardianes desean nuestra salvación porque nos aman, el Demonio y sus súbditos pretenden nuestra perdición por pura soberbia. Hay muchas otras conclusiones que se pueden ir sacando si se lee el libro a la luz de la fe, que no voy a volcar acá para no extenderme.
Al principio, Escrutopo escribe consejos para que Orugario impida que el joven asignado -a quien ellos llaman “paciente”- se haga cristiano (el viejo se jacta de haber mantenido en el ateismo a un joven durante toda su vida y de tenerlo a salvo en “la casa de Nuestro Padre”). Por ejemplo, que mantenga la atención de su paciente en las cosas terrenas, lejos del razonamiento, casi provocando el acostumbramiento al “flujo de sus experiencias sensoriales inmediatas”: de esa manera, el paciente no se acercaría ni a cuestionarse sobre lo trascendental, o por lo menos creer en ello. Dos frases que revelan el mecanismo de acción de los demonios: “No dejes de insistir acerca de la normalidad de las cosas”; “Acuérdate que estás ahí para embarullarle”.
Sin embargo, Orugario falla: su paciente se hace cristiano. Ahora el joven demonio tiene que llevar a cabo la tarea de lograr revertir la situación. Acá arranca lo entretenido del libro porque se desplega una artillería de tentaciones y engaños para hacerle pisar el palito al joven de manera que vaya tranquilo por la vida sin que se de cuenta de que, tibiamente está avanzando por el camino errado. Me llamó la atención el primer paso: “Trabaja a fondo, pues, durante la etapa de decepción o anticlimax que, con toda seguridad, ha de atravesar el paciente durante sus primeras semanas como hombre religioso”. Esto, sobre la base de que el recién convertido no es capaz de captar el aspecto trascendental de la realidad que lo rodea, sino que todavía ve la superficie, las apariencias, lo exterior. Esto me hizo reflexionar, sobre todo recordando mi experiencia de conversión. Al principio todo es ideal, casi romántico. Nos sentimos tan abrasados por Su amor (y abrazados también), tan enamorados, que pareciera que no hay otra cosa. Que no se malentienda, por supuesto que fuera de Dios no hay otra cosa, pero suele pasar que primeramente vivimos la relación con Dios como con otra persona. A mi me pasaba de estar largos ratos encerrada en la pieza leyendo el evangelio, meditando (y ¡qué enojo me provocaba que me interrumpieran!), no quería faltar a una misa, a una adoración, me la pasaba escuchando música cristiana, mi perfil de Facebook se llenó de reflexiones, comentarios del Evangelio, imágenes, etc. Creo que a todos nos pasa algo parecido, son muestras de que hemos dejado entrar a Dios en nuestras vidas. Pero la conversión no se agota ahí, porque si bien es un hecho que nos marca definitivamente (ese encuentro con Cristo que nos propone una opción totalizadora y a la que respondemos con un SI) también es un camino, camino de progreso espiritual. No se es perfecto, santo, de un momento a otro sino que se va aprendiendo. Escribe Escrutopo: “en el fondo, todavía piensa que ha logrado un saldo muy favorable en el libro mayor del Enemigo, sólo por haberse dejado convertir”. Definitivamente hay algo más: estamos llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, hay que salir a la cancha. Y ahi la cosa cambia porque se abre el mundo y aparece el prójimo. Y el mundo no es perfecto, como tampoco el prójimo y menos uno mismo. Ahí es cuando nos toca ser testimonio: mirar el mundo, las cosas y las personas (incluso a nosotors mismos) con los ojos de Jesús, con humildad, sin prejuzgar, sin condenar. Ahí es cuando nos toca soportar las injusticias, cargar la cruz. Y esa sí que no es tarea fácil, ahí el camino se vuelve dificultoso y aparecen las pruebas, y porqué no también, las caídas. Lo dicho, la conversión es una camino de aprendizaje. Pues bien, el joven paciente estaba viviendo esta etapa precisamente, y Escrutopo quiere que Orugario aproveche la situación para sacar ventaja, para provocar que el paciente se desilusione y termine por tirar la toalla. Si bien todavía no se si el demonio se saldrá con la suya, creo que hay una forma de evitarlo. Dios nos ha donado la fe, la llama está encendida en nuestro corazón, pero es responsabilidad nuestra mantenerla, avivarla, y por qué no, encender otros fuegos, como decía San Alberto Hurtado. Oren para no desfallecer, nos aconseja Jesús. En la oración está la clave, cada vez que rezamos vamos hechando ramitas en la hoguera. Una fe bien encendida es producto de una vital y constante oración. Entonces pido para mí y para ustedes que el Señor nos de la gracia de perseverar en la oración humilde y confiada, para que nuestra fe no se entibie y no seamos presa fácil de nuestro Enemigo.