I ¿Quieres, Cándida, saber cuál es la niña mejor? Pues medita con amor lo que ahora vas a leer. La que es dócil y obediente, la que reza con fe ciega, con abandono inocente, la que canta, la que juega. La que de necias se aparta, la que aprende con anhelo cómo se borda un pañuelo, cómo se escribe una carta. La que no sabe bailar y sí rezar un rosario y lleva un escapulario, al cuello en vez de un collar. La que desprecia e ignora los desvaríos mundanos; la que quiere a sus hermanos y a su madrecita adora. La que llena de candor canta y ríe con nobleza; trabaja, obedece y reza… ¡Esa es la niña mejor! II ¿Quieres saber, Candidita, tú, que aspirarás al cielo, cuál es el perfecto modelo de cristiana jovencita? La que a Dios se va acercando, la que, al dejar de ser niña, con su casa se encariña y la calle va olvidando. La que borda escapularios en lugar de escarapelas; la que lee pocas novelas y muchos devocionarios. La que es sencilla y es buena y sabe que no es desdoro, después de bordar en oro ponerse a guisar la cena. La que es pura y recogida, la que estima su decoro como un preciado tesoro que vale más que su vida. Esa humilde jovencita, noble imagen del pudor, es el modelo mejor que has de imitar, Candidita. III ¿Y quieres, por fin, saber cuál es el tipo acabado, el modelo y el dechado de la perfecta mujer? La que sabe conservar su honor puro y recogido: la que es honor del marido y alegría del hogar. La noble mujer cristiana de alma fuerte y generosa, a quien da su fe piadosa fortaleza soberana. La de sus hijos fiel prenda y amorosa educadora; la sabia administradora de su casa y de su hacienda. La que delante marchando, lleva la cruz más pesada y camina resignada dando ejemplo y valor dando. La que sabe padecer, la que a todos sabe amar y sabe a todos llevar por la senda del deber. La que el hogar santifica, la que en él a Dios invoca, la que todo cuanto toca ennoblece y dignifica. La que mártir sabe ser y fe a todos sabe dar, y los enseña a rezar y los enseña a crecer. La que de esa fe a la luz y al impulso de su ejemplo erige en su casa un templo al trabajo y la virtud. La que eso de Dios consiga es la perfecta mujer, ¡Y así tienes que ser tú para que Dios te bendiga! José María Gabriel y Galán