Me miró, me cautivó, y me invitó a seguirlo.

jueves, 18 de mayo de

Queridos hermanos en Cristo:

 

Cuando me pidieron que hiciera este testimonio quedé sorprendido, no me lo esperaba y, además de esto, a veces es difícil hablar de uno mismo. Trataré de ser breve y conciso, teniendo en cuenta que son varios los años que tengo y el tiempo caminado en la Iglesia.

 

Mi nombre es Damián Villaseca, pero la mayoría me conoce como Chulo. Tengo 29 años, soy oriundo de la parroquia Inmaculada Concepción de La Consulta, San Carlos(Mendoza) donde empezó toda esta aventura. Somos seis hermanos (cinco varones y una mujer), soy uno de los más chicos y vivo solamente con mi mamá (a quien le estaré eternamente agradecido por educarme en la fe cristiana) y el menor de todos. En este momento estoy en primero de filosofía, que corresponde al segundo año del Seminario. Anteriormente, estudié la carrera de Contador Público Nacional en la UNCuyo, la cual estoy rindiendo las últimas materias que me quedaron. También tuve la oportunidad de trabajar varios años mientras estudiaba y discernía mi vocación.

 

El camino de seguimiento al Señor no ha sido fácil, pero ha sido muy lindo e intenso. Mi relación con Jesús empezó desde muy chico (aunque sin saberlo), cuando comencé hacer la primera comunión. Me gustaba ir a los encuentros, también a misa, había algo que me llamaba a estar ahí, pero no sabía muy bien lo que era. Luego, cuando tomé la primera comunión, seguí participando de las misas dominicales, más de una vez hasta me animé a ir solo. Esto lo hice por un periodo de tiempo prolongado hasta que ingresé al secundario; aquí me alejé bastante de Dios y de la Iglesia.

 

Mis primeros años de adolescencia fueron un poco duros, porque comencé a comprender y hacer consciente de mi realidad: mis padres estaban separados, vivía solamente con mi mamá y mi hermano más chico,y la situación económica no era la mejor. A mi papá no lo vi más y perdí la comunicación con él. Esto no fue nada fácil y menos para la edad que tenía en aquel entonces. A los quince años llegó el momento de prepararme para la confirmación. No me cabe la menor duda que todo ese año fue de gracia: luego de hacer el retiro comprendí que mi vida debía dar un giro, que no podía seguir quejándome por mi realidad, que debía dejar de mirar la “parte vacía” del vaso y mirar la “parte llena”. En ese momento me di cuenta que Dios nunca me había abandonado, que Él siempre estuvo conmigo. Esta fue la primera experiencia fuerte de Dios y que iba a marcar el principio de este largocamino de conversión.

 

Al año siguiente comencé a trabajar en el grupo de confirmación. Los primeros pasos fueron sin conocer mucho, pero sentía que Dios me pedía que hiciera con los demás jóvenes lo mismo que habían hecho conmigo: lo que había experimentado no lo podía guardar para mí y necesitaba salir a anunciarlo. Fueron ocho años intensos y muy lindos, donde el amor por los jóvenes fue creciendo día a día. Con el tiempo se fue agrandando mi interés por formarme y aprender, y sobre todo crecer en la relación con Jesús. En esos años, conocí a una chica con la cual compartí casi seis años de noviazgo, lo cual estoy muy agradecido, porque con ella aprendí lo que es amar a una mujer, el deseo de entrega a una persona, y querer compartir toda una vida formando una familia. En el 2011 llegó un seminarista a la parroquia de apostolado (Eduardo Elías), un joven que estaba formándose para el sacerdocio ministerial. Nunca pensé que su presencia y su testimonio me confrontaran tanto, definitivamente fue un antes y un después, tal vez a partir de ese momento se despertó mi curiosidad. Estando en un retiro de agentes pastorales de mi parroquia, en la homilía y luego en la Eucaristía, sentí por primera vez el llamado de Dios al sacerdocio. Las preguntasqué querés para mi vida y por qué yo no puedo ser cura,no dejaban de dar vueltas en mi cabeza. Dios me presentaba otro camino, otra alternativa además del matrimonio, la vida sacerdotal. Hablé con el cura (P. Gerardo Virga) y me comentó de un discernimiento, palabra que hasta el momento nunca había escuchado. Volví del retiro algo confundido, pero me hice el tonto y seguí como venía. Empezaron búsquedas más profundas, comencé a misionar en el grupo misionero de la parroquia buscando saciar esa sed de Dios, pero no lograba conseguirlo. Luego, el P. Gerardo me ofreció representar el decanato en el Equipo Diocesano de Pastoral de Juventud (EDPJ), experiencia que me terminó robando el corazón y enamorándome más de mi diócesis. Al mismo tiempo, me ofrecieron hacer el retiro Proyecto de Vida, de la Pastoral Vocacional. Aquí, Dios nuevamente reiteraba su llamado, por lo cual decidí empezar un discernimiento más serio de la cuestión con todo lo que eso implicaba, tomar decisiones y hacer una opción más seria, comprometiéndome a hacer los retiros vocacionales en el seminario.

 

Trabajando en el EDPJ viví grandes experiencias, de las cuales rescato dos que fueron fundamentales: la Jornada Mundial de Jóvenes (JMJ) en Río de Janeiro 2013 y la Misión Joven Mendoza (MJM) 2014. Después de la JMJ,decidí tomar la decisión de terminar la relación con mi novia, para seguir con el discernimiento al sacerdocio ministerial. Fueron tres años largos de discernimiento junto con el seminario: con alegrías y tristezas, con aciertos y desaciertos, con algunas crisis, pero fue un tiempo lleno de Dios.

 

Dos son las citas que me acompañaron y sostuvieron en todo este proceso. La primera fue “La pesca milagrosa” (Lc 5, 1-11), “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres” (Lc 5, 10). Esas palabras resuenan en mi corazón, porque siento que hasta el día de hoy van dirigidas hacia demí. La segunda fueel lavatorio de los pies en la Última Cena (Jn 13, 1-15), donde el Maestro da el ejemplo para que sus discípulos hagan lo mismo.

 

¿Qué me llevó a hacer el discernimiento e ingresar al seminario? La experiencia de Dios en primera persona, sentir que me amó y se entregó por mí (Gal 2, 20). Muchas veces hablamos demasiado diciendo que Dios es amor y, sin embargo, no lo sentimos, no lo experimentamos y no lo creemos. Cuando comencé a vivir esta experiencia tan grande, comprendí que era necesario responder de alguna manera a este amor. La única respuesta que encontré y encuentro a este amor tan grande no es otra que, entregando mi vida a Él, consagrándome por enteroa su misión: el anuncio del Reino y de su Evangelio.

 

Hoy, empezando a dar mis primeros pasos en el segundo año de formación, estoy muy contento de la opción elegida. El camino no es color de rosas, hay días de bajones, hay días que el camino se nos hace cuesta arriba, hay días que sentimos que no avanzamos, pero estoy convencido que más allá de mis límites y miserias, Dios me sigue llamando para ser instrumento de su obra. Como dice Pablo en la carta a los Filipenses: “Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo. Hermanos yo no pretendo haberlo alcanzado. Solamente digo esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección hacia la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús” (Flp 3, 12-14).

 

Dios siempre sale a nuestro encuentro, como dice nuestro Papa Francisco, Dios no primerea. No tengan miedo de cuestionar su vocación, no tengan miedo de ponerse en sus manos y dejar que conduzca su vida. Tengan fe, no bajen los brazos, sean perseverantes; Dios siempre es fiel y nunca se cansa de buscarnos y de esperarnos.

 

Que Aquel que nos dio la vida, que nos ama y nos llama insistentemente a estar con Él, los bendiga siempre y que Nuestra Madre del Rosario los cubra con su manto y los proteja. 

 

Federico Amad