Creo que uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos es el haber perdido la capacidad de asombro, en el que todo lo que nos rodea y a lo cual nos hemos acostumbrado parece aburrido, monotono y hasta insignificante, es como si sólo las grandes experiencias pudieran darle un poco de gusto a nuestra vida, y algunas veces…¿No nos pasa lo mismo con las manifestaciones Dios? Estamos esperando una gran señal, una gran experiencia de fe o algo extraordinariamente fuera de lo común para sentir a Dios más de cerca… Pero sabemos que esto no suele suceder. Es así como nos distanciamos, o comenzamos a volvernos un poco descreídos, queriendo encontrar ALGO que diga Dios está presente… Tal vez no hemos aprendido a ver a un Dios simple, o como prefiero decir un Dios de lo cotidiano.
El Dios de lo cotidiano es aquel que se manifestó en ese abrazo que te diste con tu familia, en esas risas que compartiste con tus amigos, en esa caricia de la persona que querés.
El Dios de lo cotidiano es el que estuvo en la escuela, la universidad, el trabajo; el que te ayudo a tranquilizarte durante el examen para que pudieras mostrar todo lo que sabías, que te dio las energías necesarias para terminar esa tarea que tanto te costó.
El Dios de lo cotidiano es el que te regaló ese amanecer y ese aterdecer que pudiste contemplar. Desde la mañana hasta en tus sueños mismos, cuidando de vos, de quienes te rodean, presente en tus encuentros, alegrias, tristezas, fracasos y logros.
¿Como no poder verlo? ¿Como no sentirlo presente?
Los niños son capaces de sorprenderse y deleitarse hasta con lo mas simple, hasta con los detalles que nosotros mismos consideramos insignificantes, por eso creo que hay que tomar esta actitud de ser como niños y aprender a ver a Dios en las pequeñas cosas, en el día a día, ver lo extraordinario en lo ordinario