Biografía Santa Teresita de Lisieux

viernes, 30 de septiembre de

Mi hijita nació ayer, jueves, a las once y media de la noche. Es muy fuerte y se encuentra en buen estado de salud Parece muy linda. He sufrido poco, apenas media hora. Será bautizada mañana sábado, María hará de madrina. (3/1/1873)[1]. Así cuenta Celia a su familia el nacimiento de Teresita, la menor de nueve hermanos de los cuales sobrevivieron María, Paulina, Leonia, Celina y Teresa. Al bautizarla la llaman María Francisca Teresa Martín.

 

Muy bonita, rubia y de ojos azules, inteligente, sensible y con carácter, Teresita se va a convertir en la mimada de la familia, en la devorada a besos. Ella recuerda: Dios mismo se ha complacido en rodearme siempre de amor. Mis primeros recuerdos guardan la huella de las más tiernas sonrisas y caricias…[2].

Aunque no todo fue color de rosa… Teresita tuvo que sufrir en el primer año el estar separada de su mamá, ya que por prescripción médica, fue criada por una nodriza.

 

En 1877, cuando Teresita tenía cuatro años, muere la mamá. El padre y las hijas se mudan a Lisieux para que una tía pudiera atender más de cerca a las cinco hermanas. Desde ese momento Teresa elige com sustituto materno a su hermana Paulina, quien nos cuenta que Teresa fue educada en el seno de la familia por mi padre, por María y por mí, que éramos sus hermanas mayores, hasta los ocho años y medio. A esta edad ingresó como medio pupila en las Benedictinas de Lisieux. Hizo su primera comunión en la Abadía de las Benedictinas el 8 de mayo de 1884. Poco después de su primera comunión, sufrió una crisis de escrúpulos, y como su salud pareció resentirse, nuestro padre creyó prudente sacarla del internado y reanudarle el régimen de educación en la familia[3].

Cinco años después de la muerte de la mamá, Paulina ingresa como religiosa en el Carmelo, y Teresa lo siente como la pérdida de su segunda madre: ¡Miraba el hermoso cielo azul, y me maravillaba de que el sol pudiese seguir brillando con tanto esplendor, cuando mi alma se sentía inundada de tristeza![4]…, ante lo cual, no tardó en caer enferma.

En su autobiografia Teresita describe con total transparencia ese período de su enfermedad: decía y hacía cosas que no pensaba. Casi siempre parecía estar en delirio, pronunciando palabras sin sentido, y sin embargo estoy segura de no haberme hallado ni un solo instante privada del uso de la razón… Con frecuencia parecía estar desvanecida, sin poder ejecutar el más ligero movimiento; en tal estado, me habría dejado hacer lo que hubieran querido, aun matar. No obstante, entendía todo cuanto hablaban a mí alrededor, y todavía me acuerdo de todo[5]. Ella misma pensaba que era necesario un milagro para curarla y que fue Nuestra Señora de las Victorias quien lo obró. De repente, la Santísima Virgen me pareció hermosa, tan hermosa, que nunca había visto nada más bello. Su rostro respiraba bondad y ternura inefables. Pero lo que me llegó hasta el fondo del alma fue la encantadora sonrisa de la Santísima Virgen[6] . En ese momento Teresita se siente curada.

 

En 1886, a los 13 años de Teresita, otra de sus hermanas, María, ingresa también al Carmelo. Su soledad aumenta. Pero en la Navidad de aquel año le parece que el Niño Jesús la invita a consagrarse totalmente a Él. Aquella Nochebuena la consideró siempre como la noche de su conversión. En esta noche, en la que él se hizo débil y paciente por mi amor, a mí me hizo fuerte y valerosa[7]. ¡Teresita había vuelto a encontrar la fortaleza de su alma, perdida a los cuatro años y medio, y habría de conservarla ya para siempre!… Sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores, deseo que nunca hasta entonces había sentido tan vivamente… Sentí, en una palabra, que entraba en mí corazón la caridad…[8]

 

A los catorce años Teresita le cuenta a su padre el deseo de consagrar su vida a Dios en el Carmelo. Su padre no se opone a pesar del sufrimiento que entraña la separación de su “reinecita”. Al principio su petición es rechazada porque ser demasiado joven. Mi única tabla de salvación era el permiso del Santo Padre… Pero para obtenerlo, era necesario pedirlo; era necesario atreverse a hablar al Papa[9]; y así lo hizo, luego de una peregrinación por Roma acompañada de su padre y su hermana Celina. “¡Entraréis, si Dios lo quiere!”, respondió el Santo Padre León XIII.

El 9 abril de 1888 ingresa Teresita en el Carmelo de Lisieux a los quince años de edad con una alegría serena y con la profunda convicción de que ha entrado al Carmelo para salvar almas, y sobre todo para orar por los sacerdotes. Toma el hábito al año siguiente y hace su Profesión Religiosa el 8 de setiembre de 1890 luego de unos días de gran aridez espiritual. La víspera (de mis bodas) se levantó en mi alma la mayor tempestad que había conocido hasta entonces en mi vida. Nunca me había venido al pensamiento ni una sola duda acerca de mi vocación. Era necesario que pasase por esta prueba[10]. Al día siguiente, la mañana misma de su Profesión, comenta ella: me sentí inundada por un río de paz. Y con esa paz que ‘supera todo sentimiento’ pronuncié mis santos votos…

 

Su vida diaria consistía en seis horas y media de oración y meditación, alternando entre la soledad y la oración en comunidad; cinco horas de trabajos manuales y el resto del tiempo repartido entre las comidas, el descanso, el recreo y las actividades personales. Le encomendaron distintos oficios comunitarios: estuvo encargada de limpiar y servir en el comedor, de ayudar en la sacristía, en la ropería, y en la formación de las novicias. De su vivencia interior en esos años nos cuenta que tuvo la gracia de ser lanzada a velas desplegadas por los mares de la confianza y del amor, que me atraían tan fuertemente..,[11] a pesar de sufrir muchas veces grandes inquietudes interiores de toda clase.

 

El 9 de junio de 1895, en la fiesta de la Santísima Trinidad, hace un Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso de Dios. Por esta fecha la Madre Inés de Jesús (su hermana Paulina) le pide que escriba los recuerdos de su infancia. Teresa los va a narrar pero contando desde la mirada de Dios. El resultado es su primer escrito autobiográfico, Manuscrito A. Algunos meses más tarde, en abril del año siguiente, Teresa tiene su primera hemoptisis en la noche del Jueves al Viernes Santo. Es la primera manifestación de la tuberculosis que la llevaría a la muerte. Entra en una prueba de fe que durará hasta el final de su vida, y de la que ofrece un emotivo testimonio en sus escritos. Se siente sostenida por el Evangelio: Lo que me sostiene durante la oración es, por encima de todo, el Evangelio; hallo en él todo lo que necesita mi pobrecita alma[12]

 

Al año siguiente concluye el Manuscrito B. Teresa se encuentra en una prueba de fe que viene sufriendo desde hace un año, y a la que considera una gracia muy grande[13]. En este manuscrito que dedica a María del Sagrado Corazón —su hermana María que ingresara en el Carmelo en octubre de 1886 -, narra el descubrimiento de su vocación en la Iglesia: La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo compuesto de diferentes miembros, no le faltaría el más necesario, el más noble de todos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que este corazón estaba ardiendo de AMOR

Comprendí que el AMOR encerraba todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y todos los lugares… en una palabra, ¡que el AMOR es eterno! … Entonces, en el exceso de mi alegría delirante, exclamé: ¡Oh, Jesús, amor mío! … Por fin, he hallado mi vocación, ¡Mi vocación es el AMOR!…[14]

 

Su salud empeora y continúa el tiempo gran lucha interior. En el mes de junio comienza el Manuscrito C, dedicado a la Madre María de Gonzaga. A la par, nuevas gracias la llevan a madurar plenamente y descubre nuevas luces para la difusión de su mensaje en la Iglesia, para el bien de las almas que seguirán su caminito de confianza y amor: Jesús (me) ha concedido la gracia de penetrar las misteriosas profundidades de la caridad[15]. ¡Oh, Jesús, mías son tus palabras, y puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas que están unidas a mí los favores del Padre celestial[16]. Jesús me inspiró un modo sencillo de comprender mi misión. Me hizo comprender el sentido de estas palabras de los Cantares: ‘Atráeme, correremos tras el olor de tus perfumes’.

¡Oh, Jesús! No es, pues, ni siquiera necesario decir: ‘¡Al atraerme a mi, atrae también a las almas que amo!’. Esta simple palabra ‘Atráeme’ basta[17].

 

En el mes de julio la llevan a la enfermería. Los dolores son cada vez más fuertes: … Sólo sufro el instante presente. El pensamiento del pasado y del futuro me hace caer en el desaliento y en la desesperación[18].

Sus hermanas y otras religiosas recogen sus últimos dichos y conversaciones. En ellos Teresa manifiesta la cruda realidad de su sufrimiento físico acompañado de sus sufrimientos espirituales y psicológicos, juntamente con la fuerza del amor y la confianza en Dios y la Virgen vividos en fe. Todos mis pequeños deseos se han realizado… Por lo tanto, este gran deseo (morir de amor) habrá de realizarse también[19].

 

Teresita muere en la tarde del 30 de setiembre de 1897. Yo no muero, entro en la vida, había escrito a su hermano espiritual misionero, el P. Bellière. Sus últimas palabras: Dios mío, te amo[20], sellan una vida que a los 24 años comienza a formar parte de la comunión de los Santos en el Cielo para derramar una lluvia de rosas en favor de todos nosotros.

Su deseo de pasar el cielo haciendo el bien sobre la tierra fue escuchado. Teresa fue proclamada santa por el Papa Pío XI el 17 de mayo de 1925, y el mismo Papa, el 14 de diciembre de 1927, la proclamó Patrona Universal de las Misiones, junto con San Francisco Javier. En 1944, los obispos franceses la eligieron, junto con Santa Juana de Arco, Patrona de Francia. En 1997 el papa Juan Pablo II, reconociendo su magisterio en la ciencia del Amor, la proclama Doctora de la Iglesia.

 

 

 

 

 

 

 

[1] Santa Teresa del Niño Jesús, Obras Completas, Monte Carmelo, Burgos, 1980, 5° ed., pág. 31.

[2] Ib. pág. 32.

[3] Procesos de Beatificación y Canonización, Teresa de Lisieux, Monte Carmelo, Burgos, 1996, pág. 41 ss.

[4] Santa Teresa del Niño Jesús, op. cit., p. 87, (Ms A 27r°)

[5] Ib. p. 91, (Ms A 28v°)

[6] Ib. p. 94, (Ms A 30r°)

[7] Ib. p. 126, (Ms A 44v°)

[8] Ib. p. 127, (Ms A 45r° – v°)

[9] Ib. p. 166, (Ms A 62r°)

[10] Ib. p. 198, (Ms A 76r° – v°)

[11] Ib. p. 207, (Ms A 80v°)

[12] Ib. p. 212, (Ms A 83v°)

[13] Ib. p. 245, (Ms C 4v°)

[14] Ib. p. 229 – 230, (Ms B 3v°)

[15] Ib. p. 269, (Ms C 18v°)

[16] Ib. p. 295, (Ms C 34v°)

[17] Ib. p. 293, (Ms C 34r°)

[18] Ib. p. 950, (Cuaderno Amarillo 19.8.10)

[19] Ib. p. 997, (CA apéndice)

[20] Ib. p. 997 (CA 30.9)

 

Oleada Joven