LECTURA: Génesis, Capitulo 32, versículos 23 al 33.
Uno de los hechos del antiguo testamento que más me llama la atención, con el que más me siento identificado, pero a la vez, que más cuesta interpretar.
El personaje: Jacob, conocido por ser uno de los patriarcas del Pueblo de Israel. Recuerden el título que se le da a Dios a veces en la Biblia: “El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Un hombre marcado desde su nacimiento por algunas acciones poco afortunadas con su hermano mayor Esaú, ya que Dios lo eligió a Jacob para cumplir con su promesa de formar el “Pueblo Elegido”.
Además también tendría problemas para casarse con la mujer que amaba (una historia que veremos más adelante) pero nunca dejó de ser bendecido por Dios, ya que puedo prosperar, tenía 12 hijos y algunas hijas (la Biblia solo nombra a Dina) y una fortuna que había conseguido a costa de su suegro Labán.
Sin embargo, el problema con su hermano Esaú, al cual había robado la “bendición” que Isaac había impartido y que debería haber sido para el primogénito, creo un clima tenso, por lo que Jacob le tenía miedo, ya que esperaba su venganza. (Jacob había huido)
Sin otra alternativa Jacob quiere reconciliarse ya que esperaba volver a su pueblo natal, pero no deja de tener miedo. Toma algunas medidas para aplacar la ira de su hermano, como enviar regalos previos y mensajeros delante de él, todo para destensar el ambiente. A todo esto el avanza con el resto de su familia y sus cosas. En esa época eran muy común las caravanas nómadas.
Llegan a un torrente, una especie de Rio, entonces Jacob envía a toda la caravana delante de él, cruzan todos, pero Jacob se queda del otro lado en medio de la noche y solo.
Y acá viene lo misterioso y a donde quería llegar. Dice la palabra “Entonces se quedó solo, y un hombre luchó con él hasta rayar el alba.” Los dos pelearon, pero estaban muy parejos en sus fuerzas. Y tan pareja venia la cosa que el otro hombre no podía dominar a Jacob y tuvo que golpearlo en el fémur, y aun así no puedo dominarlo por completo.
Muy curioso hecho, aparece de manera abrupta e inesperada en el relato. Continuando, este hombre misterioso le pide a Jacob “Déjame partir, porque ya está amaneciendo”, pero Jacob le dice “No te dejaré hasta que me bendigas”
El papa Benedicto XVI, dedica un ángelus a este hecho tan particular, y lo relaciona con la batalla espiritual en la oración de cada cristiano. En efecto, la lucha era una lucha en Jacob y Dios, una lucha en medio de la oscuridad. En su quietud, Jacob es sorprendido por Dios, en la seguridad de sus acciones Dios lo ataca sin motivo alguno aparente. Incluso, en pocas líneas, podemos dilucidar que parece que Jacob es tan fuerte que el otro no puedo dominarlo, una pelea de igual a igual. ¡Incluso Jacob es lastimado, pero no vencido!
Y Jacob pide algo a cambio “No te soltaré si antes no me bendices”. Nosotros en la oración, en la lucha diaria, a veces batallamos de igual a igual con la vida, con Dios incluso, pero no para medir fuerzas, sino porque Dios nos sorprende en nuestras acciones, nos quiere mantener alertas y nosotros resistimos. Dios no es alguien que nos obligará a hacer su voluntad, pero si luchará para que veamos el camino, para que terminemos “pidiendo su bendición”, e incluso hasta parece que nos lastimara, como tuvo que hacer con Jacob, aunque aún así no dio el brazo a torcer. En la oscuridad, en la noche, viene a sorprendernos y a probarnos.
Podemos ver, que aunque este lastimado, Jacob sigue en la lucha, persevera y pide la bendición en medio de la lucha. Quizás nosotros, también en esas heridas que a veces nos pasan ¿no deberíamos seguir luchando no aflojar a pesar del dolor?
En la oración a veces nos pasa, sentimos que Dios no hace lo que le pedimos, es como una lucha constante con Él, entre su voluntad y la nuestra.
Luego este hombre misterioso, en vez de aceptar la derrota le dice al patriarca “¿Cómo te llamas?”, a lo que este le responde “Jacob”. En la explicación que hace Benedicto XVI, habla de que dar a conocer el nombre, implica darse todo al otro: “Conocer el nombre de alguien implica una especie de poder sobre la persona, porque en la mentalidad bíblica el nombre contiene la realidad más profunda del individuo, desvela su secreto y su destino. Conocer el nombre de alguien quiere decir conocer la verdad del otro y esto permite poderlo dominar. Por tanto, cuando, a petición del desconocido, Jacob revela su nombre, se está poniendo en las manos de su adversario, es una forma de rendición, de entrega total de sí mismo al otro.”
Una entrega que Jacob hace finalmente, no creo que con ganas de rendirse, sino más bien sabiendo a quien se entregaba. ¿Nosotros tenemos esa misma confianza en Dios en nuestras luchas, en nuestra oración?
¿Quién gana esta pelea?
Que buena pregunta. Al principio parece que Jacob es el vencedor, como dijimos antes, aunque es golpeado, no puede ser dominado del todo. Pero al revelar su nombre, se entrega, entonces Dios vence, y le dice:
“«En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido».”
Y en ese “has vencido”, Dios reconoce otra cosa, Jacob también vence, no justamente porque haya ganado la pelea, sino porque consigue lo que quería: la bendición de Dios. La perseverancia en la lucha es lo que Dios reconoce y hace también vencedor a Jacob (Que ahora se llama Israel), mientras que Dios también vence: al cambiar el nombre de Jacob a Israel, cambia su realidad, su misión, su vida. El mismo Benedicto dice: “(…) transforma esta realidad negativa en positiva: Jacob el engañador se convierte en Israel, se le da un nombre nuevo que implica una nueva identidad. Pero también aquí el relato mantiene su voluntaria duplicidad, porque el significado más probable del nombre Israel es «Dios es fuerte, Dios vence».
Así pues, Jacob ha prevalecido, ha vencido —es el propio adversario quien lo afirma—, pero su nueva identidad, recibida del contrincante mismo, afirma y testimonia la victoria de Dios.”
Finalmente Dios le da la bendición. Aunque Israel le pregunta el nombre, Dios le dice “¿Cómo te atreves a preguntar mi nombre?”, recibe la bendición en forma gratuita y sin engaños. Dice nuevamente Benedicto: “Por eso, al final de la lucha, recibida la bendición, el patriarca puede finalmente reconocer al otro, al Dios de la bendición: «He visto a Dios cara a cara —dijo—, y he quedado vivo» (v. 31); y ahora puede atravesar el vado, llevando un nombre nuevo pero «vencido» por Dios y marcado para siempre, cojeando por la herida recibida.”
Y termina el ciclo de la pelea: “Mientras atravesaba Peniel, el sol comenzó a brillar, y Jacob iba rengueando del muslo.”
Conclusión:
A pesar de lo corto del relato, tengo que confesar que me ha costado mucho poder transcribir una correcta interpretación del texto. Me apoye mucho en el Angelus de Benedicto XVI, donde lo explica muy claro.
Todos en el camino de la Fe tenemos nuestras luchas. Creo que lo más importante que podemos sacar de esta historia es que Dios interviene en esa lucha, en la que hay dos vencedores: nosotros porque somos receptores de la gracia de Dios, aunque no la merezcamos, Él nos la da gratuitamente, siempre y cuando nos entregamos a él.
Y Dios vence porque el viene a transformar nuestra realidad, en la lucha nos cambia, nos impulsa y nos alienta, y aunque a veces salgamos heridos, lo importante es saber que al final nos daremos cuenta que hemos tenido un encuentro con Dios cara a cara, lo reconoceremos como Jacob (Israel): “He visto a Dios cara a cara, y he salido con vida”.
De vez en cuando tendremos nuestra pelea con Dios, pero si perseveras en la oración, al final recibirás su bendición. No tengamos miedo de luchar para ser mejores, al fin y al cabo Dios vence. Como dice San Pablo: “he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hay aguardado con amor su Manifestación” (2 Timoteo 4, 7-8)
Quizás terminaremos rengos de la lucha, pero al final estaremos caminando bajo el sol.
APENDICE:
Recomiendo, para profundizar más, el mensaje de Benedicto XVI, de la audiencia del 25/05/2011: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2011/documents/hf_ben-xvi_aud_20110525_sp.html#