Al arrancar la Cuaresma, uno de los lugares recurrentes, de las referencias que una y otra vez aparecen en textos, reflexiones y miradas, es el ‘desierto’. Desierto que forma parte de todas las vidas en algún momento. Lugar de silencio, de búsqueda, de aridez desnuda. Desierto donde no hay distracciones que a uno le permitan evadirse constantemente. No te dé miedo adentrarte en sus arenas. De hecho, lo necesitas. Todos necesitamos ese espacio más vacío, donde las palabras sobran y las verdades se imponen. Desierto cotidiano, que uno puede vivir en medio de la ciudad, de sus rutinas. En medio de la vida y sus ritmos. Y allá, en esa soledad tan tuya. Donde no caben amigos ni enemigos, propios ni ajenos, en ese lugar donde estás solo tú, ahí, también, Dios.
Texto original de Pastoral S.J.