El Paseo en Bicicleta – autor desconocido – del libro “Otra taza de chocolate caliente para el alma”

jueves, 3 de abril de
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Al pricinpio veía a Dios como un observador, como mi juez, alquien que llevaba un registro de las cosas que hacía mal. De esa manera, Dios sabía si, al morir, yo merecía el cielo el infierno. Siempre estaba allí, como el Presidente. Reconocía Su imagen cuando la veía, pero en realidad no Lo conocía en absoluto.

Sin embargo, más tarde, cuando reconocí mejor mi poder superior, empecé a sentir que la vida se parecía más a un paseo en bicicleta en tándem, y noté que Dios iba atrás ayudándome a pedalear.

No sé cuándo fue que Él sugirió que cambiáramos de lugar, pero desde entonces, la vida no ha sido igual… La vida con mi poder superior, es decir, la vida mucho más estimulante.

Cuando tenía el control, conocía el camino. Era bastante aburrido pero predecible. Siempre se trataba de la distancia más corta entre los puntos.

Pero cuando Él tomó el volante, conocía atajos encantadores, subidas de montañas y lugares rocosos y a velocidades vertiginosas; ¡lo único que hacía yo era agarrarme fuerte! Aunque parecía una locura, Él me decía: “Pedalea, pedalea!”

Yo me preocupaba, me ponía ansioso y le preguntaba: “¿Adónde me llevas?”. Él se limitaba a sonreír y no me respondía, y descubrí que empezaba a confiar. Ponto me olvidé de mi vida aburrida y entré de lleno en la aventura, y cuando decía:”tengo miedo”, Él se inclinaba y me tocaba la mano.

Me hizo conocer gente con dones que necesitaba; dones de sanación, aceptación y alegría. Me ofrecieron sus dones para que llevara en mi viaje. Nuestro viaje, o sea, el de Dios y el mío.

Y volvimos a partir. Él me dijo: “Deshazte de esos dones, es mucho equipaje, demasiado peso”. Entonces lo hice, los di a gente que encontraba y descubrí que, al dar, recibía, y no obstante la carga era liviana.

Al principio no confiaba en Él, que controlaba mi vida. Pensé que la arruinaría. Pero Él conocía los secretos de la bicicleta, sabía cómo inclinarla para tomar curvas cerradas, saltar a lugares despejados en medio de las rocas, volar para acortar pasajes peligrosos.

Y estoy aprendiendo a callarme y pedalear en los lugares más extraños y estoy empezando a disfrutar del paisaje y de la brisa fresca en mi cara con mi encantador compañero permanente: mi poder superior.

Y cuando estoy seguro de que no doy más, Él simplemente sonríe y dice: “Pedalea…”.

 

Giuliana Redigonda