En el ejercicio de hoy, intentaremos dejarnos sorprender por la acción de Dios y la nueva vida que nos trae. Ingresamos en la escena como un humilde servidor que ve y acompaña los acontecimientos para desde ahí reflectir y sacar provecho.
Dejarse sorprender por la acción de Dios
Estamos en estos días en los que San Ignacio llama la 4º semana de los ejercicios, que para nosotros significa la contemplación de la Semana Santa. Pero además estamos buscando en ese misterio central de nuestra fe, donde Jesús se entrega todo por nosotros y donde nosotros queremos identificarnos plenamente con Él, confirmar lo que vengamos sintiendo y movidos desde dentro delante de Dios: un paso a dar, una gracia a confirmar, una actitud a revertir y lo que vamos sintiendo que el Señor nos invita a cambiar.
Ese Dios que buscamos vivirlo más plenamente en nuestra vida diaria, en estos días que meditamos la pasión y resurrección, queremos que el Señor nos impregne, ese mismo Dios que se nos revela dándose entero por nosotros y que a la vez nos muestra la plenitud de lo que vino a mostrarnos en su pasión. Contemplar, meternos en la escena y dejarnos llevar por lo que Dios va suscitando. Pedimos gracia de profunda alegría, de un corazón encendido por su gracia a la luz de su presencia resucitada en nosotros.
Y éste Resucitado se presenta en el evangelio, y por lo tanto en nuestras vidas, no en momentos triunfales y optimistas, sino en la oscuridad que ha dejado la pasión en la vida de sus discípulos. En medio de las sombras, de los sentimientos encontrados, un poco como describíamos la desolación. La resurrección es la gran consolación, y de hecho San Ignacio nos mostrará al Jesús Resucitado como el gran consolador, quien viene a quitarnos nuestras lagrimas y dolores. Él viene a consolar y transmitir la verdadera alegría, no la triunfalista, sino la que anima, pacifica y levanta. Por eso en la misa nos ponemos de pie, porque levantarse, cuando fueron escritos los evangelios, era sinónimo de Resurrección.
Hoy buscamos levantar nuestra mirada y el corazón a la plenitud a la que Jesús nos llama, en medio de nuestras situaciones cotidianas. Situaciones difíciles, dolorosas, desencantadas, como todas las de las personas que nos muestra el evangelio a quienes Jesús resucitado se les aparece. Pidamos poder disfrutar y gozar de ese encuentro luminoso para nuestras vidas. Tengamos la disposición de ponernos en su presencia, pedir que este encuentro se de para hacer su voluntad y se transforme en motivo para más amarlo y mejor servirlo.
Los desencantados de Emaús
Les propongo que elijamos entre dos pasajes bien significativos: Lc 24, 13 y ss que es el texto de los discípulos de Emaús o Jn 19, 24 y ss, el encuentro de Tomás con Jesús. En éstos pasajes vamos a identificarnos, en la medida que la gracia nos acompañe, con dos situaciones que se dan en éstos discípulos no preparados para esta sorpresa. Porque si algo nos trae la Resurrección, siempre en la dinámica de brote, es algo novedoso que no esperábamos. En medio de las dificultades poder ver la luz y la alegría del resucitado.
La resurrección no es algo del pasado. A pesar de las dificultades o de las experiencias del fracaso, aparece este brote de la resurrección. Así les sucedío a los de Emaús, iban amargados, huyendo de todo lo que habían vivido. Son los desilusionados que caminan por la vida huyendo de…. como nosotros que vivímos huyendo, intentando no pensar en lo que nos pasa. Quiero mudarme, quiero estudiar afuera, quiero viajar… porque nos asusta tener que soportar lo de siempre, que pareciera eterno. Los discípulos de Emaús estaban convencidos de que todo se había terminado y huían desilusionados… murmuraban y comentaban entre sí, mientras iban caminando, y no veían a quien tenían al lado. Era Jesús, el mismo que camina a nuestro lado todos los días y no lo vemos.
Hay diferentes signos que nos ayudan a descubrirlo. A ellos Jesús, mientras va de camino, les pregunta: ¿Qué les sucede?. Sería un “¿a dónde vas? ¿en dónde estás parado? ¿qué estás haciendo con lo que Dios te pone delante todos los días?”. Sólo la pregunta nos pone en un foco diferente, ante la mirada del Resucitado que me acompaña. “¿De qué están hablando?”, les pregunta Jesús. Y ellos empiezan a sacar toda su amargura, y a hacer el relato. Cántas veces nos moviliza la desilusión y por no querer soportar tratamos de hacer mil cosas diferentes que nos aparten de eso. A veces éstas desilusiones se hacen largas, no porque lo sean en sí mismas, sino porque no las enfrentamos. San Ignacio nos enseña a no huir sino a seguir con paciencia.
Jesús interrumpe, como hace el buen espíritu, con una pregunta para sacarnos de donde veníamos. “«¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» (Lc 24, 25-26). Cuántas veces Dios nos lo volverá a decir y nosotros no lo escuchamos. Nos sale al encuentro para ponernos frente a la verdad de nuestras vidas y la verdad de lo que Dios viene haciendo de nosotros. Y desde ahí nos quiere despertar a un nuevo rumbo. El Resucitado va a estar ahí hablándonos al corazón en el partir el pan, en la eucaristía. Nosotros solemos huírle a lo religioso, quizás por la formalidad. ¿No vibraba nuestro corazón cuando nos hablabla? ¿no sentíamos la efervecencia de ese entusiasmo que nos envuelve?.
¡Qué dificil escuchar los signos del Resucitado en nuestras vidas! Queremos todo y ya, y nos parece que todo el resto es nada. ¿Pero “acaso no ardía nuestro corazón”? ¿por qué no confiás en Él? ¿por qué no confiar en el Resucitado que nos despierta del adormecimiento del desencanto y nos envía a la misión? Si nuestro corazón funcionara todos los días dejándose llevar por la paz y el fervor del Señor, qué testimonio de esperanza daríamos. A la misión la tenemos tods los días en el trabajo, en la casa, en el colectivo, en los lugares públicos… con nuestra acittud y nuestro gesto que no se deja arrastrar por las desiluciones, ya daríamos un gran testimonio de anuncio del Resucitado llevando una luz distinta.
Eso es lo que les pide Jesús a los de Emaús: vayan y anuncien, digan a todos lo que ustedes vivieron, lo que experimentaron. A lo mejor te pase como a las mujeres que volviendo del sepulcro se encontraron con que las trataban como locas. Vas a ser malinterpretado muchas veces, pero nadie te va a arrebatar tu alegría.
Jesús te explica las escrituras, diciendo lo que la iglesia dice siempre, allí donde se parte el pan, donde te encontrás con Él en la oración. Confiá en Él. Quizás tu corazón se mueve por otros caminos y se pierde de lo fundamental: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada»
Los discípulos de Emaús ya no están desilusionados, marchan presurosos a decirle a los discípulos lo vivído. Por las cartas de Pablo nos enteraremos que éste episopdio va a ser un acontecimiento importante. La gran novedad que el Resucitado viene a traernos es que Jesús que está en el camino de nuestras vidas, para que consolemos con el mismo consuelo con el que Dios nos sale al encuentro. Cada vez que San pablo nos bendice con su paz, nos está señalando que Dios nos consuela, que Dios está con nosotros y que la acción del Resucitado se anticipa a todos nuestros pasos. Por eso le pedimos a Jesús que se presente en nuestro corazón, que venga con mucha fuerza a inundarlo y cada vez que estémos desilusionados volvamos a este encuentro, a la oración , al partir el pan para que nos vuelva a recordar ¿pero no tenían que suceder éstas cosas? ¿no será que estás aprendiendo?.
“Felices los que creen sin haber visto”
En el otro pasaje, Jn 19, 24 y ss aparece Tomás, el mellizo, aquel famoso apóstol que nos queda en la memoria por su aparente desconfianza, “si no veo no creo”. Ese Tomás que a la vez expresa algo absolutamente comprensible y normal: “bueno ya está, ya se murió. Todo muy lindo, pero fue un fracaso y ya se acabó”. Tomás se encuentra con la cruda realidad, buenos intentos pero no alcanza. Algo de eso siempre aparece en la Iglesia: “nada alcanza, necesitamos gobernar el mundo, una fuerza política y económica que transforme el mundo, que traiga el cielo a la tierra…”. Similar a la tentación del demonio que lo incita a Jesús a que transforme las piedras en pan. Claro que tenemos que hacer un mundo mejor y no debemos soportar con indiferencia el sufrimiento y las injusticias, pero si lo hacemos con el ánimo de ser como dioses, lejos de sumar restamos. Le hacemos el juego a otros poderes que son más rápidos y peligrosos “los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz“. Querer ser una gran organización que pelee mano a mano con otros poderes no es el estilo de Jesús. Dar la vida sirviendo a los demás, denunciar lo que no corresponde, sin dudas que lo es.
Tomás mira como muchos quienes dicen que el hombre ya esta perdido, es irremediable, y siempre será esta máquina condicionada. La postura de Tomás que dice “ya está, se acabó y no me vengan con cuentos y en todo caso si es cierto lo de la resurrección yo quiero tocar” es propia de la tentación de la experiencia, que nos lleva a sentir que si no tenemos datos fehacientes no creo. Tenemos miles de razones para no acpetar la sorpresa de Dios que siempre se anticipa. Lo maravilloso es la respuesta y la actitud de Jesús, como si nos dijera: Sí, como no, meté la mano. Escuchá al ser humano que te parece una bestia educada y nada más, insertate en esa realidad que te parece imposible de remediar.
Es la invitación del Papa Francisco, a embarrarse y si no creés en la política, metete ahí, y de a poco como en muchos lados, la cositas se van cambiando, y esos brotes van dando fruto. El problema es que los sembradores no confiamos. Se nos invita a meter la mano en el sufrimiento, en la desgracia, en ese lugar de la herida de Cristo de donde viene la respuesta.
Con esa consolación con la que somos consolados, en 2 Cor, Dios va a hacer algo en el corazón del otro. Es la experiencia que tenemos muchos cuando nos acercamos a un enfermo grave, al que está sólo en la cárcel. O la de quienes se sienten fuera del sistema, y una esperanza distinta aparece cuando como Tomás metemos la mano.
Meter la mano en la realidad nos va a hacer abrir los ojos de muchas cosas que desconocemos. El ejemplo de Tomás, que no conoce la realidad en su totalidad, y que sin embargo se apura dando juicios antes de tiempo. Pidamos a Jesús aprender a meter la mano en el costado. Tomás al meter la mano supo reconocer, aceptar y adorar. ¡Qué lindo comienzo! “Señor mío y Dios mío”. Ojalá que podamos tener esta humildad de reconocer de Tomás, que con esa misma sencillez con que juzga, pudo arrodillarse reconociendo que estaba confundido.
Nos dejemos desafiar con la alegría de la resurrección, dejarnos movilizar y sacudir el corazón. “Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.” (Jn 13, 17) Que sería un “estarás contento y alegre si hacés lo que te digo”. Meté la mano en el costado y seguí a Jesús que te abre nuevos caminos.
María, la que siempre escuchó a Jesús y al Padre, la que no necesitó huir porque simplemente confía, que ella sea quien te acerque a la alegría de la Resurrección. “Dichosos los que creen sin haber visto”. Dichoso vos aunque desconfíes y te animes a creen en los signos, en la Palabra y en las pequeñas inspiraciones que el Espíritu va haciendo en tu corazón.
Padre Fernando Cervera sj
Resumen del ejercicio
+ Ponerme frente a la mirada de Dios
+ Pedir gracia de “Alegrarme y gozarme intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor”
+ Materia de oración: Los discípulos de Emaús (Lc 24, 13 y ss) o el encuentro de Jesús con Tomás, el mellizo (Jn 19, 24 y ss).
+ Coloquio
+ Exámen de la oración