“Secreta resurrección”: me gusta esta alianza de palabras que encontré en Pascal. La Resurrección de Jesús es secreta, porque se realiza sin testigos, durante la noche; secreta como los grandes comienzos, como los manantiales, como la misma acción creadora. No es el fulgor del mediodía, sino el despuntar de la aurora, la luz virginal del alba.
La Resurrección es secreta, además, porque no se impone desde fuera, como un acontecimiento que todo el mundo puede ver y constatar. Es un chorro de vida que fluye por dentro…
“Secreta Resurrección”, porque es un misterio religioso que sólo entrega su secreto al revelar el de la cruz. La Resurrección de Jesús no es un simple retomo a la vida, como pudo serlo la de Lázaro. El Señor no vuelve a la vida anterior a su pasión, como si no hubiera sucedido nada, como si no hubiera muerto. El Resucitado no se deja encuadrar en el marco ya conocido del pasado.
La Resurrección no es la negación de la cruz ni una revancha de ésta, sino que, por el contrario, proclama a gritos que Dios estaba con el Crucificado incluso en su abandono; que la cruz, lejos de ser un fracaso, es el triunfo de un Amor más fuerte que la muerte. Por eso el Resucitado no tiene otra cosa que mostrar que sus llagas. Y las muestra como la manifestación de la gloria de Dios. Sin la cruz, sin las llagas, podríamos hablar de la gloria de Dios, pero no sabríamos lo que significa esta palabra. Porque la gloria de Dios es el esplendor de su “Agape”, y la resurrección de Jesús es la manifestación de esa gloria, pues nos hace ver en el Crucificado la gran teofanía de la historia, la altura y la profundidad del Amor divino.
Autor: Eloi Leclerk “El Reino Escondido”