Querido niño:
Me pregunto como estarás… desde que te cruzaste en mi camino, no he podido separarte de mi corazón. Creo firmemente en que no creo en las casualidades, encontrarte hoy fue un milagro. De seguro ni lo sospecharás, no debes de estar acostumbrado a que te lo digan. Aún tengo grabada en mi retina tu postura sollozante, recostada contra la pared de lo que debiera ser tu hogar. Empeñado estabas en no abrir los ojos, ni cuando te pregunté tu nombre… solo te animaste a susurrar “Ignacio”. Tantas cosas venía pensando en el camino, tantas y se borraron con ese nombre. Al tocar timbre, y dar con el encargado del hogar, ver que “no te podía dejar entrar porque te habías fugado”… que rabia! Sin dudarlo, me ofrecí a acompañarte a la comisaria y cumplir con la burocrasia necesaria para que pudieras dormir esta noche bajo techo. Quiero que sepas, que esa caminata, esas cinco cuadras a tu lado, dieron vuelta mi mundo. Yo te tomaba la mano, y tu caminabas aferrado a ella, sin abrir tus ojos. Que necesidad tendrías de confiar en alguien para hacerlo hasta ese punto! Poco a poco, te fuiste calmando, dejaste de llorar y respirabas con mas serenidad… no podía evitar preguntarme si era por mi… qué viste en mi que te dio seguridad si ni siquiera conocias mi rostro! Tu seguias sin abrir los ojitos..Fue recien al llegar a esa comisaría, que esperando el turno, te animaste a mirarme. Esa mirada… y entonces nos llamaron. Allí fuimos, intentando explicar lo sucedido. Que angustia cuando aquel policía te llevó con él mientras a mi me tomaban los datos!!! sentía como si me arrancaran un hijo, y no pude evitar gritar “a dónde se lo lleva?!” Allí me explicaron, contigo lejos, qué iba a ser de ti en las siguientes horas…Sí, mientras yo viviese un tiempo en familia, disfrutando de un hogar, festejando el cumple de mi hermana, tu…. tu estarías tratando de entrar al tuyo. Cómo sacarte de mi cabeza? Cuando ya estabas seguro, esperando a que te trasladen, pedí para verte, entré en aquella sala y tu carita se iluminó…. entonces, por primera vez en esa tarde, te compartí mi mas profundo deseo: poder visitarte, no dejar de verte. Tu alegría!!! Esos ojos que hacía un rato no querían abrirse, no dejaban de derramar lagrimas, ahora, con una frase mia, estaban sonriendo….
Quiero hacerte una pregunta… cómo puedo seguir mi vida indiferente a lo que fue nuestro encuentro? No me respondas, que lo se… no puedo. Tampoco quiero.
Se que no fue casualidad que justo esa tarde quisiera irme caminando hasta mi casa, no fue casualidad que tomara ese camino y menos encontrarte.
Querido niño: hoy, como nunca antes, fuiste el rostro vivo de Dios. De un Dios por el que quiero dar mi vida. Quiero darte mi vida. Hoy te llamas Ignacio… mañana no se.