Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina.

viernes, 10 de octubre de
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“Si echa los demonios es por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios. El leyendo sus pensamientos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Pero si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros”. ( Lc 11,15-26)

La mejor señal del reino de Dios es la unidad.
La mejor señal anti-reino de es la división.
El Papa Francisco quiere una Iglesia unida.
Unidad que no significa “uniformidad”.
Por algo recitamos en el Credo “Creo en la Iglesia una”.

Durante siglos, uno de los problemas ha sido la división de la Iglesia:
Primero fue la ruptura con la Iglesia Oriental.
Luego fue la ruptura protestante.
Un Cristo rasgado y dividido.
Y todos en nombre de Cristo que es lo peor.

Pero peor es todavía la división dentro de la Iglesia misma.
Quiero citar unas frase del Papa Francisco:
“Me duele comprobar cómo en algunas comunidad cristianas, y aún entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una caza de brujas,
¿A quién vamos a evangelizar con estos comportamientos?”
El Papa quiere trabajar por una Iglesia en la que “todos puedan admirar cómo os cuidáis los unos a otros, cómo os dar aliento mutuamente y cómo os acompañáis”.

Una Iglesia dividida no es la Iglesia de Jesús.
Una Iglesia donde cada uno se cree dueño de la verdad, no es la Iglesia de Jesús.
Una Iglesia donde cada grupo se cree el único, no es la Iglesia de Jesús.
Hubo un tiempo en que lo que dividía la Iglesia era la teología: Jesús y Dominicos, Suarez y Santo Tomás.
Hubo una división entre Carmelitas y Dominicos sobre la mística.
En vez de ser místicos se prefería discutir sobre mística.

Hoy en la Iglesia existen demasiadas divisiones:
¡Cuánto se ha discutido sobre la Teología de la Liberación!
Y hoy Gutierrez es aplaudido clamorosamente en el Vaticano.
Se habla de división y poder entre Jesuitas y el Opus.
Se habla carismas únicos y los que están fuera no son cristianos de verdad.
Esos no están escritos en el Libro de la vida.
Y todos nos defendemos tras “ser miembros todos de la Iglesia”.

Jesús nos dejó un mandato: “Sed uno como vuestro Padre celestial es uno”.
Sin embargo, a nosotros nos encanta la división.
Los que no piensan como nosotros “actúan por obra de Belcebú”.
En cambio Jesús actúa con el poder del “dedo de Dios”.
Podemos pensar distinto, pero no por eso vivir divididos.
La división en la Iglesia comienza siendo un escándalo.
Un escándalo que nos impide unir nuestras fuerzas para construir el reino de Dios.
Un escándalo que es el gran obstáculo para anunciar el Evangelio.
Un escándalo que no une sino que divide.
Y toda división no viene de Dios.
Toda división viene de nuestro orgullo y nuestra vanidad.

Los carismas tienen un mismo origen: el Espíritu Santo.
Los carismas tienen una misma finalidad: el bien común del Pueblo de Dios.
Los carismas que dividen no vienen del Espíritu.
Por eso, San Pablo, ante la división carismática de sus Iglesias, les dice que, el mayor de los todos los carismas es la caridad, el amor.
Obedezcamos al Espíritu.
Porque el Espíritu es el principio de unión de la Iglesia.
Una Iglesia dividida no vive del Espíritu.
Una Iglesia comunión es la Iglesia alimentada por el Espíritu.
“La unión hace la fuera”.
“La división crea la debilidad”.

Trabajemos por una Iglesia donde todos nos preocupemos de los demás.
Trabajemos por una Iglesia donde todos sepamos compartir el mismo Evangelio, el mismo Espíritu.

Clemente Sobrado C. P.

 

Miguel Aedo