Hay silencios entre nosotros que definen nuestras cobardías

viernes, 31 de octubre de
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Un Evangelio un tanto extraño y que crea una serie de interrogaciones.
En primer lugar, extraña ver a Jesús entrar en casa de uno de los principales fariseos para comer.
Ciertamente fue invitado, lo que resulta extraño que un fariseo y de los jefes, le invitase.
Pero a la vez un comienza a pensar si allí no había gato por liebre.
“Ellos le estaban espiando”.
¿Invitación por simpatía o invitación con trampa?
¿Y cómo estaba allí un enfermo de hidropesía?
No todas las invitaciones son signos de amistad.
Hay muchos signos de amistad que pueden ser toda una trampa.

En segundo lugar, ¿se puede armar toda una comida para tantos en un sábado?
¿y luego escandalizarse de que Jesús cure en sábado?
¿Se puede banquetear en sábado y no se puede sanar en sábado?

En tercer lugar, Jesús les amargó la comida.
Porque los cuestionó en algo que era fundamental para ellos.
¿Se puede curar en sábado?
¿Se puede sacar del pozo al hijo o al buey ¿y no se puede sanar en sábado?
Y en sus mismas narices sana al hombre que padecía hidropesía.
Y nadie se atreve a decirle nada.

En cuarto lugar el silencio.
Ninguno de ellos se quiere mojar.
Ninguno de ellos se quiere complicar.
Ninguno de ellos se quiere definir.
Ninguno de ellos se quiere enfrentar.
Cuando no hay sinceridad, lo mejor es callarse.
Cuando no se busca la verdad, lo mejor es callarse.
Cuando no se quiere manifestar, lo mejor el silencio.

Jesús les pide que se definan.
Pero ellos no tienen el coraje de hacerlo.
Hay silencios que dicen más que mil palabras.
Hay muchos silencios entre nosotros que nos definen claramente.
Hay muchos silencios entre nosotros que tratan de evitar complicarnos.
Hay muchos silencios entre nosotros que definen nuestras cobardías.
Hay muchos silencios entre nosotros que definen nuestros miedos.
Hay muchos silencios entre nosotros que definen nuestras inseguridades.
Hay muchos silencios entre nosotros que son la negación de lo que somos.

Para no complicarnos la vida, lo mejor el silencio.
Diremos que por dentro pensamos otra cosa.
Pero no tenemos la valentía de declararnos cuando nos preguntan.
Preferimos responder con el silencio y un simulacro de sonrisa.
Y creemos que con ello nos hemos salvado.
Dios pide definiciones y no indecisiones.
Dios pide claridad y no medias tintas.
Que nuestros silencios en los grupos sociales, pueden ser la negación de nuestra identidad cristiana.
¿Alguien quisiera que Dios guarde silencio sobre nosotros?

P. Clemente Sobrado.

 

Miguel Aedo