EL HUEVO VACIO(para reflexionar y emocionar)

domingo, 16 de marzo de
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“EL HUEVO VACÍO” (desconozco al autor)

Ricardito nació con un cuerpo deforme y una mente lenta. A la edad de 12 años estaba todavía en segundo de primaria, pareciendo ser incapaz de aprender. Su maestra, Doris, a menudo se exasperaba con él. Podía retorcerse en su asiento y soltar gruñidos, y otras veces hablaba de manera clara y precisa, como si un rayo de luz penetrara en la oscuridad de su cerebro. La mayor parte del tiempo, sin embargo, Ricardito simplemente irritaba a su maestra. 
Un día llamó a sus padres, y les pidió que fueran a verla para una tutoría. Cuando los Ochoa entraron en la clase vacía, Doris les dijo:

– Lo que realmente necesita Ricardo es una escuela especial. No es bueno para él estar con niños menores, que no tienen problemas de aprendizaje. Hay una diferencia de cinco años entre su edad y la de los otros escolares.

La Sra. Ochoa sacó un pañuelo desechable y lloró silenciosamente, mientras su marido hablaba:

– Srta. Doris, no hay escuelas de ese tipo en las cercanías. Sería un terrible trauma para Ricardito si tuviéramos que sacarlo de esta escuela. Sabemos que realmente le gusta estar aquí.

Doris permaneció sentada un largo rato después de que se marcharon, mirando fijamente el cielo a través de la ventana. Su frialdad parecía filtrarse hasta su alma. Quería simpatizar con los Ochoa. Después de todo, su único hijo tenía una enfermedad terminal. Pero no era justo mantenerlo en su clase. Ella tenía otros 18 niños a los que dar clase, y Ricardito era una distracción para ellos. Además, él nunca aprendería a leer y escribir, así que ¿para qué perder más tiempo intentándolo? Mientras analizaba la situación, un sentimiento de culpabilidad se apoderó de ella. “Aquí estoy, protestando, cuando mis problemas no son nada comparados con los de esa pobre familia”, pensó. “Por favor, Señor, ayúdame a ser más paciente con Ricardito”.

Desde ese día, intentó duramente ignorar los ruidos de Ricardito y sus miradas vacías. 
Un día, Ricardito se dirigió hasta su mesa, arrastrando tras de sí su pierna mala:

– Te quiero, Srta. Doris -exclamó lo bastante fuerte para que la clase entera lo escuchara.

Los otros estudiantes soltaron risitas ahogadas, y Doris enrojeció. Balbuceó:

– ¿Có-cómo? Eso es muy bonito Ricardo. A-ahora vuelve a tu asiento, por favor.

Llegó la primavera y los niños hablaban animadamente de la llegada de la Pascua. Doris les contó la historia de Jesús, y para enfatizar la idea del nacimiento a una nueva vida, dio a cada uno de los niños un gran huevo de plástico.

– Ahora quiero que se lo lleven a casa y que lo traigan de vuelta mañana, con algo dentro que signifique una nueva vida ¿Sí me entendieron?

– Sí, Srta. Doris – respondieron alegremente los niños (todos, excepto Ricardito).

El la escuchó, dando muestras de estar comprendiendo lo que decía. Sus ojos no dejaron de estar fijos en su cara. Incluso ni hizo sus ruidos habituales. ¿Había entendido el chico lo que ella había explicado sobre la muerte y resurrección de Jesús? ¿Había entendido la tarea asignada? Tal vez debiera llamar a sus padres y explicarles a ellos el proyecto. Esa tarde, el fregadero de la cocina de Doris se atascó. Llamó a su casero y esperó durante una hora a que viniera y lo desatascara. Después tuvo que ir a la tienda por la compra diaria, planchar una blusa y preparar un examen de vocabulario para el día siguiente. Olvidó por completo llamar a los padres de Ricardito. 
A la mañana siguiente, 19 niños llegaron a la escuela, riendo y hablando mientras dejaban sus huevos en la gran cesta de mimbre, sobre la mesa de la Srta. Doris. Tras acabar su lección de matemáticas, llegó el momento de abrir los huevos. En el primer huevo, Doris encontró una flor.

– Oh, sí. Una flor es ciertamente un signo de nueva vida. Cuando las plantas salen de la tierra, sabemos que ha llegado la primavera. Una niña pequeña en la primera fila agitó su brazo.

– Ese es mi huevo, Srta. Doris – dijo. El siguiente huevo contenía una mariposa de plástico, que parecía muy real. Doris la mantuvo en alto:

-Todos sabemos que una oruga cambia y se transforma en una bonita mariposa. Sí, también es nueva vida. La pequeña Judy sonrió orgullosa y dijo: – Srta. Doris, ése es mío-.

En el siguiente, Doris encontró una roca con musgo. Explicó que ese musgo también significaba vida. Raúl alzó la voz desde el fondo de la clase: 
– Mi papá me ayudó – dijo sonriente.

Entonces Doris abrió el cuarto huevo. Sofocó un grito. El huevo estaba vacío. Con toda seguridad debe ser de Ricardo, pensó y naturalmente, él no había entendido sus instrucciones. Si no se le hubiera olvidado telefonear a sus padres. Para no hacerle pasar un mal rato, con cuidado puso el huevo a un lado y alcanzó otro. De pronto, Ricardito dijo:

– Srta. Doris, ¿no va usted a hablar de mi huevo? – Doris replicó confusa:

– Pero Ricardito, tu huevo está vacío-. El la miró fijamente a los ojos, y dijo suavemente:

– Sí, pero la tumba de Jesús también estaba vacía-.

El tiempo se paró. Cuando pudo hablar de nuevo, Doris le preguntó:

– ¿Sabes por qué estaba vacía la tumba?

-Oh, sí. – respondió Ricardito – A Jesús lo mataron y lo pusieron allí. 
Pero Su Padre lo resucitó y lo elevó hacia El. 
La campana del recreo sonó. Mientras los niños corrían animadamente hacia el patio del colegio, Doris lloró. La frialdad de su interior se desvaneció por completo.

Tres meses más tarde, Ricardito murió. Aquéllos que fueron al funeral a expresar sus condolencias, se sorprendieron al ver 19 huevos sobre la tapa de su ataúd. Todos ellos vacíos.

 

Maria Mercedes Lizárraga