El Sacramento de la Reconciliación

miércoles, 2 de noviembre de 2011
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La luz interior se acrecienta y se renueva como Gracia Bautismal, que recibimos el día en que fuimos incorporados a la familia de Cristo, cuando nosotros celebramos el Sacramento de la Reconciliación.

 

1.- ¿Qué es la Confesión?

Dice Monseñor Bruno Forte: “Tratemos de comprender juntos qué es la Confesión. Si lo comprendemos verdaderamente con la mente y con el corazón, vamos a sentir la necesidad y la alegría de hacer experiencia de este encuentro en el que Dios, dándose en su perdón mediante el ministerio de la Iglesia crea en tu corazón un corazón nuevo. Pone en vos un espíritu nuevo para que puedas vivir una existencia reconciliada con él, con vos mismo, con los demás, llegando a ver también tu capacidad de perdonar y amar más allá de cualquier tentación de desconfianza, más allá de cualquier cansancio. Se escucha a menudo esto: ¿por qué hay que confesarse? Es una pregunta que vuelve a plantearse de muchas formas: ¿por qué ir a un sacerdote a decir los propios pecados y no se puede hacer directamente con Dios, que nos conoce y comprende mucho mejor que cualquier interlocutor humano? Y de manera más radical: ¿por qué hablar de mis cosas, especialmente de aquello de las que me avergüenzo incluso conmigo mismo, a alguien que es pecador como yo y que quizás no valora mi manera de sufrir lo que sufro cuando me resbalo y caigo. ¿Qué sabe, a quién le confieso, de lo que es pecado para mí? Alguno también añade además: ¿existe verdaderamente el pecado o es un invento de los curas para que nos portemos bien? Son todas estas preguntas que están instaladas en el imaginario popular y que vale la pena darles la bienvenida en nuestra mañana para que podamos también abordar sus respuestas”. Bruno Forte dice: “Creo que puedo responder enseguida y sin temor a que se me desmienta”. Dice así, “El pecado existe, no sólo está mal sino que hace mal. Basta mirar la escena cotidiana del mundo donde se derrochan violencia, guerra, injusticia, abuso, egoísmos, celos, venganzas. Quién cree en el amor de Dios además percibe que el pecado es amor replegado sobre sí mismo, amor curvus, amor cerrado decían los medievales. Ingratitud de quién responde al amor con indiferencia y rechazo. Este rechazo tiene consecuencias no solo en quién lo vive sino también en la sociedad toda hasta producir condicionamientos y entrelazamientos de egoísmos y de violencia que se constituyen en auténticas estructuras de pecado. Pensemos en las injusticias sociales, en las desigualdades entre países ricos y pobres, en el escándalo del hambre en el mundo. Justo por esto no se debe dudar en subrayar lo enorme que es la tragedia del pecado y cómo la perdida del sentido del pecado afecta y golpea duro en el corazón de estos tiempos”. Las respuestas a todas las preguntas que hicimos antes las vamos a ir dando juntos, sobre quienes hemos encontrado en el sacramento de la reconciliación fuerza, luz, paz, alegría, deseos de cambio, una profunda sanidad interior, una capacidad para liberarnos de rencillas, de broncas de odios, de resentimientos, para traducirlos en una actitud de convivencia cordial.

 

Consigna: Los frutos de los sacramentos de la reconciliación celebrados en tu vida, ¿cómo podrías expresarlos? ¿Qué generó en vos el hecho de haberte confesado? Poder testimoniarlo de tal manera que le ayude a los que están un poco como dudando, timoratos, para ir a encontrarse con Jesús en este sacramento del perdón, sacramento de la sanidad, junto con el de unción. El compartir de hoy es testimonial de la vida nueva, esto que dice el padre Bruno Forte: ¿Cómo y de que manera, la vida nueva, el corazón nuevo, la vida en el espíritu obró en vos? Testimónialo, sobretodo pensando que tu testimonio puede hacer mucho bien al que todavía duda, se pregunta, no sabe si esto todavía vale la pena. Desde ese testimonio ponemos un poco de luz en el camino de los que dudan sobre el sacramento de la reconciliación.

De eso hablábamos, de la necesidad de expresar con una mirada clara y al mismo tiempo transparente nuestras experiencias interiores, profundas, de encuentro con el

Señor en el Sacramento de la Reconciliación, para que muchos reciban la luz con la que el Señor nos bendice.

 

2.- Hacer experiencia de la Misericordia de Dios

“A pesar de todo, sin embargo, dice Bruno Forte, no creo poder afirmar que el mundo es malo y que hacer el bien es inútil. Por el contrario, estoy convencido de que el bien existe y es mucho mayor y más fuerte que el mal, que la vida es hermosa, y que vivir rectamente el amor y con amor, vale verdaderamente la pena. La razón profunda que me lleva a pesar así es la experiencia de la misericordia de Dios que hago en mí mismo y que veo resplandecer en tantas personas sencillas y humildes. Es una experiencia que he vivido muchas veces, tanto dando el perdón como Ministro de la Iglesia como recibiéndolo. Hace años que me confieso con regularidad, varias veces al mes, con la alegría de hacerlo. La alegría nace de sentirme amado de modo nuevo por Dios”. Esta alegría que he visto muy a menudo en el rostro de quién venía a confesarse. No el fútil sentido de alivio de quién ha vaciado el saco. La confesión no es un desahogo psicológico ni un encuentro consolador o no lo es al menos principalmente, sino la paz de sentirse bien dentro, tocados en el corazón por un amor que cura, que viene de arriba y nos transforma. Pedir la gracia de la convicción de la fuerza del perdón, y recibirlo así, con gratitud, y darlo con generosidad, es fuente de paz impagable, por eso es justo, es hermoso.”

 

 

La gracia del sentir interior nos la regala Dios y no es fruto de una conquista de un modo de hacer las cosas. Lo importante es que uno con recta intención y buscando los mejores medios pueda, en el caso del sacramento de la confesión, poner todo para verdaderamente entregarle a Dios lo que nos aparta de él y permitirle que se acerque él a nosotros.

 

3.- ¿Por qué confesarse con un cura?

“Una de las preguntas habituales que surge en el sacramento de la reconciliación es esta que hacíamos al comienzo de la catequesis. “Confesarse con un cura, ¿por qué? ¿Por qué hay que confesarse con un cura los propios pecados y no se puede hacer directamente con Dios? Esta es una pregunta habitual que se hace más habitualmente todavía cuando la institucionalidad de la Iglesia, por distintos motivos, como otras instituciones, va quedando como puesta bajo signos de pregunta”. Dice Bruno Forte: “Ciertamente, uno se dirige siempre a Dios cuando se confiesa de los propios pecados, que sea sin embargo necesario hacerlo también ante un sacerdote nos lo hace comprender el mismo Dios. El Padre ha querido enviar al hijo en su propia carne y en esta mediación de la que Dios se vale para vincularse con nosotros, justamente contenido el sentido de por qué Dios ha querido en Cristo prolongar la esencia en la Iglesia a través de servicios y ministerios distintos y hacer verdaderamente continuo esta decisión del plan de amor de Dios de traducir en lenguaje humano el discurso divino, la Gracia del Cielo. ES una metodología, es un camino que Dios eligió, es el camino de la cercanía, es el camino del amor, la respuesta en realidad es porque Dios lo ha querido así para mostrarnos un rostro humano de su divinidad y por eso ha elegido ministro para que sean testigos de este rostro humano de lo Divino.”

 

4.- Gesto y Palabra que comunican paz

“Así como el Padre Dios, en el Misterio Trinitario, ha querido salir junto al Hijo y al Espíritu Santo en la Segunda Persona de la Trinidad a nuestro encuentro, por amor nuestro, y ha venido a tocarnos con su carne, también nosotros estamos llamados a salir de nosotros mismos por amor suyo e ir en humildad y en fe a quién puede darnos el perdón en su nombre con la Palabra y con el Gesto. Dios es Palabra y es gesto y en el gesto y la Palabra comunica. Es el modo que Dios ha elegido en su pedagogía para acercarse a nosotros. Solo la absolución de los pecados que el sacerdote te da en el sacramento puede comunicarte la certeza interior de haber sido verdaderamente perdonado, perdonada, recibido por el Padre que está en el Cielo, por Cristo. Ha confiado el ministerio de la Iglesia el poder de atar y desatar, de excluir y de admitir en la comunidad de la alianza. Es él quién resucitado de la muerte ha dicho a los apóstoles: “Reciban el Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados les serán perdonados, a quienes se los retengan les serán retenidos”. Por lo tanto, confesarse con un sacerdote es diferente de hacerlo en el secreto del corazón, expuesto tantas veces a inseguridades y ambigüedades que llenan la vida y la historia. Vos solo no sabrás nunca verdaderamente si quién te ha tocado es la Gracia de Dios, o tu emoción, si quién te ha perdonado has sido vos o ha sido él por la vía que él ha elegido. Absuelto por quién el Señor ha elegido y enviado como Ministro del perdón. Podrás experimentar la libertad que sólo Dios da. Comprenderás por qué confesarse es una fuente de paz.

 

5.- Un Dios cercano a nuestra debilidad

La experiencia que hacemos de Dios, también en el Sacramento de la reconciliación, como de hecho lo han compartido muchos de los que se van comunicando con nosotros, es la cercanía de Dios. Un Dios cercano a nuestra debilidad y por eso nos animamos a abrir el corazón en el sacramento del perdón.

“La Confesión es un encuentro con el perdón que se nos ofrece en Jesús y que se nos transmite en el ministerio de la Iglesia. En este signo eficaz de la gracia está la misericordia de Dios sin fin. Se nos hace presente el rostro de Dios que conoce como nadie nuestra condición humana y se le hace cercano con tiernísimo amor a nuestro lugar más débil. Nos lo demuestran innumerables episodios de la vida de Jesús. Desde el encuentro de El con la samaritana, a la curación del paralítico, el perdón a la adúltera, a las lágrimas ante la muerte de Lázaro. Dios es cercano a nuestra debilidad.

 

“Una cercanía tierna y compasiva de Dios y tenemos la necesidad de este encuentro. Lo muestra a eso tan solo una simple mirada a nuestra existencia. Cuando uno de nosotros convive con la propia debilidad, atraviesa una enfermedad, advierte las preguntas propias de la existencia que clama por respuestas existenciales, si nos abrimos de corazón en medio de todas estas expresiones de nuestra vulnerabilidad, seguramente la presencia de Dios se hará cercana y fuerte. Como dice el apóstol, “cuando soy débil entonces revive en mi la fuerza de Cristo Jesús”. Hay contradicciones dentro de nosotros, sin embargo Dios está allí presente, sentado a la mesa de nuestro pecado, para, en compasión, acercarse y mostrar las entrañas de misericordia. El apóstol Pablo deja claro esta división interior que hay en todos y cada uno de nosotros. “Hay en mí el deseo del bien pero no la capacidad de realizarlo, en efecto, yo no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero”. Es el conflicto interior del que nace la invocación: ¿quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? Reza Pablo en romanos 7, 24. A ella responde de un modo especial el sacramento del Perdón. La cercanía de Dios y su misericordia que viene a nuestro encuentro para sacarnos de este cuerpo de muerte, de esta carne frágil y débil, la nuestra”.

“La Iglesia no se cansa de proponernos la gracia de este sacramento durante todo el camino de la vida. A tras ves de ella, Jesús, como verdadero médico se hace cargo de nuestros pecados y nos acompaña continuando su obra de curación y de salvación, como sucede en cada historia de amor también a la alianza con el Señor hay que renovarla sin descanso. La fidelidad y el empeño siempre nuevo del corazón que se entrega y se hace al amor que se le ofrece en el misterio de la Pascua es donde se celebra este sacramento”. Por eso es que te invitamos a renovar la luz que recibiste en la gracia del bautismo cuando fuiste bautizado por el brillo que viene del don del perdón con el que Dios hace acrecentar su presencia en nosotros por el sacramento de la reconciliación.

 

Padre Javier Soteras